Un país sin poetas y poetas sin patria
La primera tarea de cualquier dictadura es amordazar al poeta y callar al cantor.
Mi país ya no tiene poetas, están en el exilio, o en el inxilio, sobrevientes sombras que guardaron su corazón, su mes de abril y sus rimas, en el mismo cajón en que llueve, donde habita el olvido, donde los gatos paren.
La primera tarea del poeta es compartirse. Muchos mueren por ello.
Hoy pienso en José Martí, en Ajmátova, en Antonio Machado, en Dulce María Loynaz y en Luis Marimón (La Habana 1951-Las Vegas, 1995), un poeta cubano ignorado y silenciado que murió en el exilio, dice que bajo un puente en Las Vegas, cuando Jorge regresó a buscarlo para llevarlo a Los Angeles, nadie supo decirle donde estaba enterrado.
Luis escribió muchos de los mejores poemas que me sé, como este:
¨Cuando un poeta se equivoca. algo de sucio hay en el mundo¨.
Y este otro, que agradezco a su hija:
de: Memorias del bufón
XXVI
Una luz hacia adentro crea mi oscuridad,
por eso, la ceguera del sol
es mi sombra
y el silencio del tiempo
mi voz.
En los subterráneos del castillo existe otra ciudad.
Una colmena podrida que en sus pluralidades revela
la dinastía escatológica del desastre.
Yo penetro en su urdimbre algunas veces, sobre todo
cuando en mi alma se extravía alguna masacre,
y veo cómo los cautivos alargan sus brazos
como escuálidos tentáculos y paso de largo
con mi traje multicolor, los cascabeles
que resuenan en lejanas galerías.
Ellos envidian mi libertad sin saber
estoy más preso
ya que llevo las cadenas adentro.
Al menos ellos pueden traducir en palabras sus pensamientos.
(Soy heroico en los míos.)
Debajo de mi jubón llevo siempre
mendrugos que lanzo a través de las rejas,
éstas tan antiguas que parecen haber sido forjadas
por el mismo dios.
No lo hago por piedad
sino con el fin de disfrutar de la fiesta,
donde los presidiarios
se arrancan a dentelladas, en pedazos, la carne.
El hambre tiene cara de perro: los he visto
extraerse los piojos y comerlos,
cazar las moscas que vienen atraídas por los cuerpos,
triturar y extraerle el tuétano
a los mágicos huesecillos de los murciélagos y ratas;
amputarse los dedos y beber ávidamente de su sangre.
Esas visiones llegan
a reconfortar mi espíritu, pues comprendo
dentro de mi infortunio soy bastante feliz…
Es una perenne crucifixión la de estos animales
(elogio fuera si los llamase humanos),
un aniquilamiento paulatino,
diría yo que planificado.
El ámbito en que habitan
puede ser el horror con el que amenaza el diablo
a los que entre convulsiones viven en el infierno.
Soy testigo de esa muchedumbre de cadáveres que predican
ser las cariátides, el fundamento de este reino.
Sólo del odio puede brotar la poesía.
No soy desnaturalizado; al contrario:
odiar es la cosa más natural del hombre.
Aquí hay aparentes sabios;
locos que quisieron transformarlo todo con sus
ideas peregrinas.
Uno dijo que la tierra era redonda y se movía.
El otro, que la sangre circulaba en los cuerpos
y no éramos el único de los mundos habitados.
Aquí ese guardián que un día equivocó las llaves
y quedó preso;
cazadores furtivos en los cotos reales,
acusados de profanar las momias,
de hacer abortar con la mirada;
un cocinero que quemó un asado,
un copero que vertió vino en la peluca de la Reina.
Gentes que no recuerdan
el motivo de sus grilletes,
la causa de su horror, que no recuerdan
la fecha en que los enterraron,
de su nombre o de si alguna vez
tuvieron hijos.
Recordar es retornar al pasado,
pero ya ninguna palabra
podrá salvar al hombre.
El Rey tiene en su conciencia
un cementerio.
–Luis Marimón. Poeta. Vivió la mayor parte de su vida en Matanzas, Cuba, donde su figura es hoy una leyenda en el ambiente literario. En vida sólo publicó dos libros: “La decisión de Ulises” y “El bibliotecario del infierno”, pero dejó ineditos al morir otros nueve cuadernos.
Jorge Luis Rodrîguez
La Generaciôn del Silencio ganô solo un par de pàrrafos en algunos libros que hoy se estudian en Cuba. Nosotros que vivimos esas càrceles y esas playas, sabemos que la literatura puede ser una pesadilla infinita, una bendiciôn aberrante y dulcemente escrita en el Caribe, para siempre.
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