Margarita García Alonso, un concierto sin coda (por Manuel Vázquez Portal)


 

Margarita García Alonso, un concierto sin coda (por Manuel Vázquez Portal)


Por la veneración a la belleza y su entrega a ella, me recuerda a Santa Margarita María de Alacoque; por la pasión y el desgarramiento con que ha fabricado su vida, me rememora a Edith Piaf, el Gorrión de Paris, y porque la Escatología, de algún raro modo, las une a las tres, caigo en la trampa de las analogías, acto que no me gusta ni en las Matemáticas.

Me la presento Froilán Escobar, unos de los más talentosos y nobles de mis amigos poetas. Me dijo que era una gran poetisa. Y a él se lo creí. No vierte lisonjas gratis ni es dado a las hipérboles afectivas. Suele ser equilibrado y justo.

Visitábamos la Matanzas de los años ochentas. Froilán y yo fungíamos (o fingíamos) como jurados de un certamen de literatura que se celebraba en esa provincia de la isla. Y no creo que él quisiera influir sobre mi voto. Froilán no es hombre de componendas ni turbideces. Solo deseaba que yo la conociera. Una mujer capaz, que quiere tener paz\ al nombrar cada esencia\que la ha matado.

-Ella es Margarita García Alonso -dijo lacónicamente.

Ella y yo nos dimos el beso en las mejillas, que se acostumbra en Cuba, y nos despedimos inmediatamente. Sin mediar otras palabras, supe que era uno de “los hijos que nadie quiso” esos niños, y luego adolescentes, que fueron relegados a un segundo plano porque sus padres habían vivido convencidos por el hechizo de que “por esta libertad había que darlo todo” aunque los vástagos y el resto de la familia se descojonaran.

Eran unos jóvenes que venían de un socialismo frustrado y una utopía rota que les había roto todas las utopías infantiles, y crecieron en un entorno sin hadas madrinas, Reyes Magos ni pesebres del niño judío en los arbolitos de navidad, lo que podría traducirse como sin fantasías ni religión.

Pero hoy Margarita García Alonso aún anda desbocada en el abismo del ojo. Y en su devoción por la poesía, reveladora, profética en que la realidad histórica de su tiempo es cardinal, se asemeja a la unción que Santa Margarita María de Alacoque sentía por la madre de Jesús de Nazaret y se dedicaba a la Cristología y la Mariología.

Cuando se alejaba, de espaldas a nosotros, me percaté de que tenía unas piernas respetables, y, el descubrimiento me obligó a continuar mi viaje visual. Más alto, más alto, pensé. Y en ese sitio exacto, donde la amistad se transforma en relumbrones en la mirada, no había grandes frondosidades pero tampoco la escasez de la Libreta de Abastecimientos. Su cintura exhalaba cierta musicalidad caribeña; y de la nuca hacia las nubes, cierta luminosidad que prometía un magnifico amueblamiento en su cabeza. No era bella, como tampoco lo era Edith Piaf, pero en ambas hallo esa belleza superior que habita en el desgarramiento interior.

La otra componente del jurado era Exilia Saldaña, con quien espero reencontrarme cuando, a la manera de Salvatore Quasimodo, “en el preciso tiempo humano/ renazcamos sin dolor” y volvamos a abrazarnos. Y no hubo discusión. El voto fue por unanimidad. Margarita García Alonso era la ganadora. Su poesía alcanzaba, sin pujas ni rebuscamientos, el frescor de lo novedoso, lo atrevido, lo singular. Como el corifeo antiguo, ella también se apartaba “del coro de los grillos” que cantaba a una continuista luna roja.

Para entonces, la lírica de los más jóvenes se alejaba del conversacionalismo ramplón y desaliñado que, como una letanía, le impusieron desde la grisura de una proclama calvinista: dentro, todo; contra, nada; el nuevo modo de poetizar se deshacía de harapos de barricadas y lanzas consigneras. Se empezaba a individualizar, a espiritualizar, a recuperar una tradición literaria que había sido cercenada con métodos, cuando menos crueles.

Ya la época de leer poemas vestidos de caquis y calzados con botas cañeras, por puso esnobismo socialista, había quedado atrás. El fracaso de la mega zafra azucarera (1970) había instalado cierto escepticismo en la población. La política de acercamiento del presidente estadounidense Jimmy Carter, entre 1977 y 1981 había cuajado sus frutos. Tras el arribo de “la gusanera” que a la sazón empezó a llamarse “comunidad cubana en el extranjero”, poco quedaba de soporte ideológico para demostrar que no éramos unos perdedores. El despelote por Puerto Mariel (1980) resultó la prueba irrefutable. Un plebiscito en desbandada contra el mito barbudo. La política de Carter hacia el castrismo fue una bomba de pacotilla que asoló los últimos bastiones de aquel engendro que dieron en llamar revolución. Los sacrosantos principios marxista fueron afeitados con una hojilla Gillette.

Es por ello que para columbrar con algunos aciertos la poesía de Margarita García Alonso, hay que conocer ciertas claves que solo las circunstancias en que creció la poetisa, propician. La búsqueda de una individualidad legítima, de una voz propia, de un arsenal metafórico distante del metalenguaje eufemístico y paradojal que le insuflaron desde los pañales, son algunos, y por eso los apunto, para que se sepa por qué su rispidez sintáctica, su casi jadeo rítmico, su adolorido tono, sus historias enigmáticas.

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