enemigos

 


"...Lo que une a los hombres, dijo, no es compartir el pan sino los enemigos. Pero si yo hubiera sido tu enemigo, ¿con quién me habrías compartido? Dime..." 


Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy


“El juez sonrió. Habló en voz queda hacia el cubículo en penumbra. Te enrolaste, dijo, para un trabajo. Pero fuiste tu propio testigo de cargo. En tus propios actos estaba tu sentencia. Antepusiste tus opiniones a los juicios de la historia y rompiste con el grupo del que habías jurado formar parte y de este modo envenenaste todo el proyecto. Óyeme bien. En el desierto hablé para ti y solo para ti y tú hiciste oídos sordos. Si la guerra no es santa el hombre no es más que barro viejo. Incluso el cretino obró de buena fe dentro de sus limitaciones. Pues a ningún hombre se le exigía más de lo que tenía y lo que uno aportaba no se comparaba con la aportación del otro. Pero a todos se les pidió que vaciaran su corazón en el corazón colectivo y solo uno no quiso hacerlo. ¿Puedes decirme quién fue?

Tú, susurró el chaval. Tú fuiste ese uno.

El juez le observó desde los barrotes, meneó la cabeza. Lo que une a los hombres, dijo, no es compartir el pan sino los enemigos. Pero si yo hubiera sido tu enemigo, ¿con quién me habrías compartido? Dime. ¿Con el cura? ¿Dónde anda el cura? Mírame. Nuestra animadversión existía ya antes de que tú y yo nos conociéramos. Pero aun así podrías haberlo cambiado todo.

Tú, dijo el chaval. Fuiste tú.

[…]

Y bailaron, las tablas del suelo vapuleadas por las botas de montar y los violinistas sonriendo horriblemente sobre sus instrumentos decantados. Dominándolos a todos está el juez y el juez baila desnudo con sus pequeños pies vivaces y raudos y ahora dobla el tiempo, dedicando venias a las damas, titánico y pálido y pelado, como un infante enorme. Él no duerme nunca, dice. Dice que nunca morirá. Saluda a los violinistas y luego recula y echa atrás la cabeza y ríe desde lo hondo de su garganta y es el favorito de todos, el juez. Agita su sombrero y el domo lunar de su cráneo luce pálido bajo las lámparas y luego gira y gira y se apodera de uno de los violines y hace una pirueta y luego un paso, dos pasos, bailando y tocando. Sus pies son ágiles y ligeros. Él nunca duerme. Dice que no morirá nunca. Baila a la luz y a la sombra y es el favorito de todos. No duerme nunca, el juez. Está bailando, bailando. Dice que nunca morirá.”

Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy; Mondadori, 2007; pgs. 317, 320, 345


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