cierta regulación mental Y Maldiciones junto al Báltico
Dubravka Ugresic: "La gente disfruta de su condición de analfabeta"
Recurrente candidata al Nobel y máximo exponente de la literatura eslava, la escritora publica ‘La edad de la piel’ (Impedimenta), un compendio de afilados ensayos cargados de pólvora y dinamita, donde reflexiona con brillantez y elegancia sobre todas las aristas y trampas de nuestro día a día mezclando una ironía aguda y mordaz y una visión humanista y compasiva tamizadas de gran literatura... CONTINUAR LEYENDO
El problema de esta sra es que no ha podido salirse del comunismo, y usa cierta regulación mental entre lo que es bueno o correcto para sobrevivir intelectualmente, y no avanza, añora quellos tiempos donde no pasaba nada. A tal punto su playa de confort es de arena que se prohíbe tener una visión global del comunismo, y de los males que padeció; pero sí sabe que tiene que pegarse a la izquierda y su programa para que la impulsen. LLega a vieja y aprovecha para colarse en el movimiento, a ver si le suenan el famoso Nobel. Como he visitado el Este, el derrocamiento de cualquier sistema totalitario trae tal cochambre social y económica que pocos pueden vivirla sanamente, solo los bichos que andaban desde mucho antes, los dobles caras montados a líderes, obtienen puestos y recomienzan a joder a todos. Su inconformidad con la espiritualidad forma parte del virus comunista que lleva interno, no es una ideología que deje nada íntegro, respetuoso o que acepte cambios , siempre con el mantra "era mejor antes". En Polonia viví en casa de una amiga galerista, y me rompió las orejas con sus quejas, le hice un poema y todo.
Maldiciones, maldiciones delicadas en sordina
no ofenden más mis ojos, no apaciguan
memorias, de eso se trata, de estrujar
el escape a la nada.
Cuando estaba a punto
de perder el tren a Tcezw
apareció el papel donde había escrito
15h35 un billete y me sentí Gdansk
en la multitud disciplinada
hacía fila, sin mirar al de atrás,
la espalda descubierta a la sentencia,
la valija arrastrada, carcomida por
los bordes de un sintético tan semejante
a la piel de poros lustrados
que avergonzaban mis zapatos,
deshechos los lazos se enredan
con el pantalón que cae en la dejadez
de sentirme polonesa sin habla,
frente a un tren rojo oxidado
y madera de aquellos ancianos
tiempos de totalitarismo.
De un lugar a otro la lluvia fría,
bebo el sudor de no entender.
De Varsovia, a Cracovia enormes relojes
dan el tiempo en romanos verdes
por el chinchineo persistente.
Persiste el vestigio de maldecir
frente al enano de espada dorada
que cuida el arsenal,
la entrada al palomar desierto
-han engañado a las palomas
con el famoso cambio-
de slotis de slotis de slotis
trata la democracia.
Donde se suponía que tendría un mantel,
pan negro y ciruelas, la voz confiesa ser
de otro lado, del bando fanático.
Queda poco espacio vacío frente
a la chimenea polonesa de ladrillos
rojos poloneses hablan führer achtung
volver, volver a patón mucho después al hangar
que canta en ronco y ruidoso estribillo
la hora de partida hacia un pueblo
de altares encintados,
patio de cigüeñas, manzanares y hongos
recubiertos de excrementos
de gallinas ponedoras que
servirán a mi desayuno cada amanecer.
Son las diez, en el puerto un barco desaparece
tras las grúas metálicas donde el soldador
sacó el látigo de luz
y quemó la cerradura.
El desdentado del banco me paga
con un periódico de hace días
manchado de grasa.
Debo tener cara de papelera desde que observé
en la ventana de Schopenhauer
como el friso caía sobre los adoquines
y no había nadie para morir
de lo que no hago,
de lo que digo para mí al atardecer.
Las campanas y el vodka sobre asiento en madera,
la taberna bajo luz amanerada por un Chopin sostenido
que me eriza el vientre: si pudiera callarse
de una vez ese teclado, pensaría en Aans.
Quemaría el piano, asesinaría a la pianista rubia
que también sonríe con un diente de oro,
dedos largos recubiertos de sortijas de oro y
blusa en polietileno que huele a sudor de días.
Yo y el cansancio, atravesada por oscuros designios
recorro las joyerías hebreas, bebo té negro y
me detengo en la esquina,
he de comer si en la consigna me devuelven
el equipaje a tiempo,
en ese tren tengo mi plaza, un lugar semejante
a mi madre con sus números impares,
números de dados, de tarots, de no pasa nada,
diez slotis por lo mío, diez y ni uno más
devuélvame, por favor, el cuadernillo de recetas
medievales sobre el que reposé la taza
de café con leche, miré usted la marca,
el punto inicial fue mi cuarto encerrado y apestoso
a tabaco, mi tabaco a papelillos,
las sábanas tiradas, los pies sucios
del corredor a la cocina.
Quizás se petrifica la hora y el tren me espera,
devuélvame ese cuadernillo en español
que ya no es mi lengua, ni mi invasión, nada,
otro alimento que se va, desciende a intestinos
horadados cuando digo mierda,
mierda, mierda qué cansancio,
qué cansada de estar expropiada
y da igual, poco importa
esa palabra ya no tiene valor
ni traduzco cuando el tren parte
y me arrincono en la madera que cede
anunciando el crujido que sentiré,
sin dudas, otra vez,
al final.
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