Titular una novela, por Eduardo Jo


Por Eduardo Jo

Titular una novela es un talento aparte del de escribir. Hay grandes novelas con pésimos títulos y hay buenos títulos para novelas de mierda. Hay hijos bellos con feos nombres y viceversa.
Los primeros párrafos de una novela son, tanto como el título, lo más importante para enganchar a un lector que se enfrenta a una obra desconocida.
Ejemplos de buenos comienzos hay muchos. Para mí el de "Resurreccion", de Tolstoy, el el gran ejemplo de un buen comienzo de novela.
Hoy encuentro este de "Hersog", de Saul Below, que es también muy bueno:
“Si estoy loco, para mi está bien. No tengo problema con eso», pensó Moses Herzog. Algunos lo creían majareta, y durante algún tiempo él mismo había llegado a pensar que le faltaba un tornillo. Pero ahora, aunque seguía portándose de un modo extraño, sentíase seguro de sí mismo, alegre, clarividente, y fuerte. Había caído bajo una especie de hechizo y escribía cartas a todo bicho viviente. Estas cartas le apasionaban tanto que, desde fines de junio, iba por ahí con una maleta llena de papeles. Había llevado esta maleta de Nueva York a Martha's Vineyard, pero regresó en seguida de allí, y dos días después fue en avión a Chicago, y desde Chicago a un pueblo al oeste de Massachusetts. Escondido en el campo, escribió incesante y fanáticamente a los periódicos, a la gente que desempeñaba cargos públicos, a los amigos y parientes, después, a los muertos, sus propios muertos sin importancia y, por último, a los muertos famosos.”
“Era el rigor del verano en los Berkshires. Herzog estaba solo en la casa grande y vieja. Aunque solía ser muy exigente para la comida, tomaba ahora pan Silvercup que venía envuelto en papel, guisantes de lata y queso americano. De vez en cuando cogía frambuesas en la exuberante huerta, y, para dormir, utilizaba un colchón sin sábanas -era su abandonada cama de matrimonio- o la hamaca, cubriéndose con su abrigo. En el patio, le rodeaban la abundante hierba, los algarrobos y los arces. Cuando abría los ojos por la noche, veía cerca a las estrellas, como cuerpos espirituales. Como fuegos, desde luego; eran gases, minerales, calor, átomos, pero resultaban muy elocuentes hacia las cinco de la mañana para un hombre que yacía en una hamaca envuelto en un abrigo.
Cuando tenía algún pensamiento nuevo, iba a la cocina -su cuartel general- y lo escribía. La pintura blanca se caía de las paredes de ladrillo y a veces quitaba Herzog de la mesa, con su manga, las cagaditas de ratón, preguntándose con calma por qué les gustaría tanto a los ratones campesinos la cera y la parafina. Agujereaban las tapaderas cerradas con parafina que protegían las conservas, y roían “las velitas de cumpleaños hasta el pabilo. Una rata había roído un paquete de pan y dejó la forma de su cuerpo en las rebanadas. Herzog se comió la otra mitad del pan después de untarle mermelada. Podía compartir el alimento con las ratas.





OLEO/ BETHSABÉE. Jean-Léon Gérôme 1824 - 1904. Oil on canvas

Commentaires

Articles les plus consultés