Ignacio Vázquez, el ángel sudoroso, por Alberto Garrido Rodríguez


Por

Alberto Garrido Rodríguez


VERANO
Ignacio Vázquez: parecía un ángel sudoroso. Pero solo era el mejor poeta vivo de Santiago. Aquella noche brumosa, me parece que del año 1987, con muchos tragos y demasiados poemas, me dijo que contrario a la duda de Lezama, siempre al morir nos acuden alas. Me dijo que le había encantado mi texto “Alucinaciones”. Me preguntó por qué yo estaba obsesionado con la poesía inglesa del XIX, y no con la americana del XX. No importa, se respondió a sí mismo, fumando a mares: Al final recordaremos los poemas, no a los poetas. Me preguntó si había leído de veras a los místicos, recitó su paráfrasis de un texto donde tomaba de forma inquietante la voz de Sor Juana. Después buscó una guitarra y tocó una canción que el día anterior el trovador José Nicolás había estrenado en la calle de la trova. Me dijo, sonriendo: le cambié el último verso. La canción decía "déjate amar por mi mano", pero yo la canto "déjate amar de mi mano". Sin pensarlo, convine en que era muchísimo mejor. Me miró, y sentí su respiración de asmático. Y supe que iba a decir algo que consideraba muy riesgoso.
¿Te atreves a componer un soneto conmigo? Si un poeta no escribe un soneto, jamás debería decir que es poeta. Y volvió a sonreír tras el humo.
Le echaré la culpa a los tragos, a la niebla que hicieron sus cigarros, al estado de gracia y vanidad que otorga momentáneamente un premio provinciano, pero acepté. Ahora no recuerdo cuáles fueron sus versos y cuáles los míos (los suyos deben de ser los buenos, escójalos el lector). Solo sé que al final entramos en una disputa irreconciliable, que ahora me parece irracional. No entiendo por qué yo quería cambiar el grafiti completo. Y no entiendo por qué él decía que la aliteración final era imperdonable. Solo sé que juramos no publicar el texto jamás.
Hoy cometo un acto de traición, al reencontrarme con este poema entre mis papeles archivados, y hacerlo público. También -gracias a
José M. Fernández Pequeño
y a León Estrada- recupero las dos únicas fotos de Ignacio que, al parecer, persisten. Pero fue el poema quien me trajo a la memoria al poeta (mi olvido fue una traición mucho mayor, y por eso publico su, mi, nuestro poema). Los griegos decían que mueres definitivamente cuando ya nadie te recuerda.
Ignacio Vázquez, tres años después de aquel encuentro, un martes 13, se lanzó al vacío desde el segundo piso de una escuela pública. Dicen que hizo un gesto extraño en el aire. Tal vez comprendió, ese ángel sudoroso, que había perdido sus alas cuando decidió habitar entre nosotros. Quizás supo demasiado tarde que solo después de morir es que nos acuden alas.

VERANO (Autores: Ignacio Vázquez, 1951-1990, y El Autor, 1966).
¿Es que la mar recuerda
a quien la camina?
SYLVIA PLATT
No quiero el mar si tú vas a faltarme,
el mar sin ti no es playa ni verano,
la arena no es arena sin tu mano
ni quema el sol, si tú no vas a amarme.
Desnudo al mar, y su índiga quimera
muerde mi orilla, me socava; preso
en su cárcel de luz… Tan solo un beso,
y el verano se haría primavera.
Oh dame el mar, mujer, que quiero ahogarme
en la secreta playa de tu gruta.
Escribo este grafiti:
A ti, mi puta,
quise decir, mi patria, mi avaricia.
Tú eres el mar, la mar que me codicia.
Si ama el Amor amar, quiero quemarme.


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