Crepúsculo, un poema de Tino Díaz

Viñetas, Margarita García Alonso #Cuba

Crepúsculo
Intemporal, coronado de signos 
y universalísimos colores redondeándose
en tu andorga, te acercas cuando la tarde 
comienza a cerrarse como una dormidera.
Es frente al mar donde mejor te defines 
cual si fueras la proclamación de una nueva fe
o la confirmación de una herejía. Hacia el oeste
el sol sumerge su retórica en lo que entendemos 
como el origen del espíritu. Es allí donde 
las aguas se abren como gargantúicas bocas 
para tragarse el horizonte, que uno aprende a rezar,
cuando el peligro eructa uno recuerda a Dios.
Y ¿no es obra de Dios acaso ese infinito acuoso 
que engulle el mundo?
Me detengo algunas veces 
a contemplarte desde la ciudad que coronas 
con tus nadantes arquitecturas, suspendidas en océanos 
de aire, aunque no es lo mismo desde una playa donde las olas
se deslizan hacia la arena en espuma proferidas. Sea un oráculo 
la hermosura, gaseosos templos de cansados mitos, florecientes 
en tu pecho, percibo el sudor de Ixión rodante en su perennidad 
nutrida de rasguños y ataduras, y me doy cuenta que el mañana 
es una conjetura del ahora, ni siquiera sé lo que me espera,
si la pérdida del cabello, o la memoria. Siempre llega ese instante 
en que el mecanismo del tiempo me amedrenta, sin embargo,
los instantes no cambian, más bien se reciclan.
En el fondo no eres más que el eco
de la aurora, una transfiguración de lo mismo aunque a la inversa,
aquí volvemos a lo anterior: nada cambia en esta florida dinastía, 
es una cuestión de ciclos. ¡Quién hubiera dicho que hoy estaría 
celebrando mis rupturas! En este pedazo de portal donde me siento 
a escribirte, ha comenzado a salir la hierba; es la esperanza que renace
adjetivándose, por tanto no me haré la cuenta de que el miércoles 
es un día atravesado, sino un días más en la eclosión de un encanto. 
Aún así necesitaba reciclarme, 
o sea, despojarme de expirados rencores para renacer una vez más
en las entrañas de estos versos que expectoro, como un pelícano 
que vomita un pescado enfermo, necesitaba reencontrarme
en la concha de tu voz, o en la esencia de una gaviota. 
Solo La Nada intuye adonde se precipita el tiempo ante tu velo,
el tiempo, esa presteza de ciclos, más implacable que mediocre;
y ¿qué decir de la existencia? Secreción de comunes lugares,
más mediocre que implacable, el único bien que humanamente 
nos unce es la esperanza, cuya antorcha se magnifica 
aún cuando lo hemos perdido todo. Aún así queda el crepúsculo, 
allende la cascada de la tarde, una estancia de la aurora.

Tino Díaz

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