'The Smokehouse'


GUARDANDO LA CIUDAD

Una vez
en agosto,
mi cabeza en tu pecho,
escuché alas
batiendo alrededor,
algo adentro queriendo despegar
y yo estaba en silencio
atenta:
el centinela.
Yo era tu pequeño público,
tu pequeña audiencia,
pero eras tú quien restallaba,
eras tú quien deshacía gruñidos y nudos,
las redes, sangrientas y pegajosas;
tú con tus doce lenguas y doce alas
batiendo, retorciendo, batiendo, batiendo
hacia la salida de la infancia,
la trampa sofocante que te amarraba.

A partir de ahí estuve más silenciosa
aunque te habías ido a kilómetros de mí,
demoliendo, reconstruyendo la fortaleza.
Estaba ahí
pero no podía hacer nada
más que guardar la ciudad
no fuera que cediera.

Estaba en silencio.
Tuve la extraña idea de poder escucharte en secreto
aunque tu voz, lengua, ala
te pertenecían solo a ti.
El Señor estaba en silencio también.
No sabía si él podía mantenerte a salvo,
cuando yo, a kilómetros, pese a mi cabeza en tu pecho,
no podía hacer nada. Ni una sola cosa.

Las alas del centinela,
si yo hablaba, dañarían al pájaro de tu alma
mientras anidaba, mordía, chupaba, aleteaba.
Yo quería que volara, que estallara como un misil desde tu garganta,
que estallara desde la tela de araña maternal,
que estallara desde la Mujer misma
donde muchos habían desplegado luces
que se te pegaban y dejaban una quemadura
que escocía en tu edad madura.

La ciudad
que elijo,
la que guardo
como una mariposa, inútil, inútil
en su traje amarillo, revoloteando,
revoloteando en torno a las puertas.
La ciudad se desplaza, cae, se reconstruye,
y no puedo hacer nada.
Un centinela
debe estar alerta,
pero jamás ser engreído.
Y El Señor…
¿quién sabe lo que él guarda?

Anne Sexton

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