Luis Lorente recibe la Distinción por la Cultura Nacional #Cuba #poeta #Matanzas.
Hoy le entregaron a mi papá la Distinción por la Cultura Nacional. En Matanzas todos están felices y dicen q la distinción ha llegado tarde. Mi papá no sabe cómo reaccionar ante las muestras de cariño y admiración de sus hermanos matanceros. Yo estoy feliz, por él. Lo siento todas las mañanas levantarse, poner el café y sentarse a la mesa a escribir a mano, a fajarse con un poema que no sale y luego enfrentar problemas tan triviales como el almuerzo. Nunca he creído que él trabaja para ganar un premio, de hecho es todo lo contrario, es la persona menos pragmática del mundo. Pero hoy lo he visto feliz. Además, para rematar la alegría, hubo un extraordinario concierto de Haydee Milanés. No podíamos pedir más entonces.
Nota blogger:
My Foolish Heart
¿Te acuerdas de Alma Adams?
¿Te acuerdas de Alma Adams cantando “My foolish heart”?
La luz del seguidor la buscaba en una especie de juego por el telón de boca hasta encontrarla apenas apoyado el brazo en la banqueta alta y circular donde después finalizaba la canción.
¿Te acuerdas de su cara de luna, la piel de arena fina en la mano
moviéndose según su gesto breve?
Tenía cara de luna y el pelo como césped recién cortado
que se peinaba dócil, clásica y sobria.
Para “My foolish heart” ella usaba un vestido prusia inolvidable,
como una de esas cosas fijas por los clavos de bronce
que a veces utiliza la memoria a su antojo.
Olía a delicadeza, una delicadeza incorporada por mi sangre
hasta llegar a la respiración, nerviosa, entrecortada,
mientras bailábamos con atracción de imanes, como hiedras,
un cuerpo único, indisoluble, flotando a la deriva, como un nudo
amarrados, haciendo de nosotros una consagración.
El jazz band propiciaba un sobrecogimiento, una atmósfera
de misterio magnífico expandido por todo el cabaret.
¿Será que nadie que no sea un hiperbólico, un idealizador
con una siquis atrayente y llena de arrogancia como la mía
se acuerda de Alma Adams?
¿Tú tampoco te acuerdas? ¿No la viste salir nunca del mar
cuando las plantas de sus pies trataban de aplastar en vano,
esas pequeñas crestas de olas residuales que llegaban
a la orilla en estado de desintegración?
¿No la viste en la noche posesiva donde era su costumbre
reconocer un sitio para ir habitando la viña del señor,
la casa del Alibi, algún viento que llegara a circular por sus pupilas?
¿Fue alguien realmente esa mujer, tuvo los atributos propios
de una persona, acceso a las palabras, extremidades, vientre,
senos orgullosos que te miraban siempre por encima del hombro,
la espalda como un cielo azul de oro?
¿No fuimos Alma y yo juntos a Camagüey?
¿Yo dispuesto a morir fabricando delirios y otras mitologías?
Cuando logro dormir, martes y jueves, la siesta los domingos,
en un determinado lugar nos encontramos y la ambiciono
tanto que la pierdo de vista como si se escurriera, volviéndose borrosa, transfigurada en algo interrumpido que se aplaza
hasta que logra desaparecer.
Migraciones (fragmento)
Dame un cuchillo, dame un cuchillo ciego
y niquelado que yo pueda empuñar por su hoja
ardiente aunque sus cortaduras lo conviertan todo
en palabras llenas de interminables desacuerdos;
pero dame un cuchillo penetrante, uno de esos cuchillos
resistibles a estos inconvenientes que los años dejan
cuando corre el viento.
Déjame otro cuchillo, déjalo aquí ceñido a mi cintura
para con él mañana abrir la noche y sus papeles ilegibles;
un cuchillo oponente y peligroso, que provoque
las heridas profundas, el desvío de la sangre
la oquedad, la caverna y más tarde mi muerte
aplastado en la arena.
Dame un cuchillo transgresor, sin dueño, culpable
de sus actos y los míos, solamente un cuchillo
para las manos afectadas por el miedo.
Colócalo debajo de la almohada donde nadie recuerde
que yo tengo un cuchillo cuneiforme que degüella,
e impone su aptitud beligerante.
Te veo venir trayéndome el cuchillo, el arma blanca,
mi coraza vieja envuelta en tu vestido de retazos
y delicadamente me lo entregas: toma el cuchillo
manéjalo con la misma destreza de tu padre.
Dame el cuchillo de inmediato, lo quiero ver
brillar sobre la mesa alumbrando mi casa
cuando el sol se detenga sobre su hoja ardiente.
Dámelo con su punta electrizante, demasiado afilada,
que corte hasta las alas de los ángeles
y esas gotas de lluvia que se quedan colgadas
en las hojas de las rosas de mármol.
Dame un cuchillo con vocación, flemático,
que sobreviva el paso de los años
el tránsito invariable de los vientos.
Y se hunda, cada vez más se hunda
con desesperación cuando vaya cortando
el nudo como un triángulo de soga
que se desliza sucia, que corre
y se desliza amenazante.
La mujer del cuadro
¿Es húngara o francesa
la familiar mujer del cuadro de la sala?
Con abriles y almendras en los ojos
parece ella advertir que es prisionera
de cierta soledad donde perdió el color
mirando parroquiales, balcones y verjas sobre verjas.
Detrás de alguna estrella fue halagada.
Alguien muy principal le cortó flores
y la llevó a dormir entre ventanas
por donde entraban tenues las magnolias,
y la luna de lejos, apenas era luna.
No ha subido Santiago.
Ni siquiera sospecha a qué huele La Habana.
Anda en un fondo rojo de lamentos
cada vez más lejana, la mejorable,
la familiar mujer del cuadro de la sala.
Dame un cuchillo, dame un cuchillo ciego
y niquelado que yo pueda empuñar por su hoja
ardiente aunque sus cortaduras lo conviertan todo
en palabras llenas de interminables desacuerdos;
pero dame un cuchillo penetrante, uno de esos cuchillos
resistibles a estos inconvenientes que los años dejan
cuando corre el viento.
Déjame otro cuchillo, déjalo aquí ceñido a mi cintura
para con él mañana abrir la noche y sus papeles ilegibles;
un cuchillo oponente y peligroso, que provoque
las heridas profundas, el desvío de la sangre
la oquedad, la caverna y más tarde mi muerte
aplastado en la arena.
Dame un cuchillo transgresor, sin dueño, culpable
de sus actos y los míos, solamente un cuchillo
para las manos afectadas por el miedo.
Colócalo debajo de la almohada donde nadie recuerde
que yo tengo un cuchillo cuneiforme que degüella,
e impone su aptitud beligerante.
Te veo venir trayéndome el cuchillo, el arma blanca,
mi coraza vieja envuelta en tu vestido de retazos
y delicadamente me lo entregas: toma el cuchillo
manéjalo con la misma destreza de tu padre.
Dame el cuchillo de inmediato, lo quiero ver
brillar sobre la mesa alumbrando mi casa
cuando el sol se detenga sobre su hoja ardiente.
Dámelo con su punta electrizante, demasiado afilada,
que corte hasta las alas de los ángeles
y esas gotas de lluvia que se quedan colgadas
en las hojas de las rosas de mármol.
Dame un cuchillo con vocación, flemático,
que sobreviva el paso de los años
el tránsito invariable de los vientos.
Y se hunda, cada vez más se hunda
con desesperación cuando vaya cortando
el nudo como un triángulo de soga
que se desliza sucia, que corre
y se desliza amenazante.
La mujer del cuadro
¿Es húngara o francesa
la familiar mujer del cuadro de la sala?
Con abriles y almendras en los ojos
parece ella advertir que es prisionera
de cierta soledad donde perdió el color
mirando parroquiales, balcones y verjas sobre verjas.
Detrás de alguna estrella fue halagada.
Alguien muy principal le cortó flores
y la llevó a dormir entre ventanas
por donde entraban tenues las magnolias,
y la luna de lejos, apenas era luna.
No ha subido Santiago.
Ni siquiera sospecha a qué huele La Habana.
Anda en un fondo rojo de lamentos
cada vez más lejana, la mejorable,
la familiar mujer del cuadro de la sala.
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