tête-à-tête
‘A tet a tet’ painted in 1977 by Russian painter Boris Alexandrovich Talberg (1930-84)
Me parecía que ya había visto antes el antiguo atardecer del sendero; los prados, las rocas y las amapolas de pronto me hacían revivir la rugiente corriente con el tronco que servía de puente y el verdor del fondo, y había algo indescriptible en mi corazón que me hacía pensar que había vivido antes y que en esa vida ya había recorrido el sendero en circunstancias semejantes, aunque quizá se tratara de un viaje más importante, y tenía ganas de tenderme a la orilla del sendero y recordar todo eso.
Los bosques producen eso, siempre parecen familiares, perdidos hace tiempo, como el rostro de un pariente muerto hace mucho, como un viejo sueño, como un fragmento de una canción olvidada que se desliza por encima del agua, y más que nada como la dorada eternidad de la infancia pasada o de la madurez pasada con todo el vivir y el morir y la tristeza de hace un millón de años, y las nubes que pasan por arriba parecen testificar (con su solitaria familiaridad) este sentimiento, casi un éxtasis, con destellos de recuerdos súbitos, y sintiéndome sudoroso y soñoliento me decía que sería muy agradable dormir y soñar en la hierba. A medida que subíamos nos sentíamos más cansados, y ahora, como dos auténticos escaladores, ya no hablábamos ni teníamos que hablar y estábamos alegres y, de hecho, Japhy lo mencionó volviéndose hacia mí tras media hora de silencio:
—Así es como más me gusta, cuando no se tienen ganas ni de hablar, como si fuéramos animales que se comunican por una silenciosa telepatía.
Jack Kerouac
Los Vagabundos del Dharma, 1958
Los bosques producen eso, siempre parecen familiares, perdidos hace tiempo, como el rostro de un pariente muerto hace mucho, como un viejo sueño, como un fragmento de una canción olvidada que se desliza por encima del agua, y más que nada como la dorada eternidad de la infancia pasada o de la madurez pasada con todo el vivir y el morir y la tristeza de hace un millón de años, y las nubes que pasan por arriba parecen testificar (con su solitaria familiaridad) este sentimiento, casi un éxtasis, con destellos de recuerdos súbitos, y sintiéndome sudoroso y soñoliento me decía que sería muy agradable dormir y soñar en la hierba. A medida que subíamos nos sentíamos más cansados, y ahora, como dos auténticos escaladores, ya no hablábamos ni teníamos que hablar y estábamos alegres y, de hecho, Japhy lo mencionó volviéndose hacia mí tras media hora de silencio:
—Así es como más me gusta, cuando no se tienen ganas ni de hablar, como si fuéramos animales que se comunican por una silenciosa telepatía.
Jack Kerouac
Los Vagabundos del Dharma, 1958
“Tenía los ojos tristes, los zapatos viejos y nadie me quería. Pero tenía cosas que hacer ."
Charles Bukowski
Pulp
Charles Bukowski
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