Liber Novus
Carl Gustav Jung - illustration from Liber Novus (New Book) aka The Red Book (page 125, 1919-1920)
—Y el tiempo –dijo Bernard– deja caer su gota. Cae la gota que se ha formado en la parte superior del alma. Sobre la parte superior de mi mente, deja caer su gota el tiempo que se forma. La semana anterior, cuando me afeitaba, cayó la gota. Con la navaja de afeitar en la mano, bruscamente, me di cuenta de la naturaleza cotidiana de mi acción (así se forma la gota), y felicité a mis manos, irónicamente, por ello. “Aféitate, aféitate, aféitate”, me dije. “Sigue afeitándote.” Cayó la gota. Durante la jornada laboral, a intervalos, mi mente se dirigía a un lugar vacío y decía: “¿Qué se ha perdido?, ¿qué ha concluido?”. “Terminado y concluido”, solazándome con las palabras. La gente advertía la vacuidad de mi cara, y la vaguedad de mi conversación. Las últimas palabras de mi frase se desperdigaban. Al abotonarme el abrigo para ir a casa, me dije más trágicamente: “He perdido la juventud”.
Es curioso cómo, en todas las crisis, alguna frase que no encaja insiste en venir al rescate: el castigo por vivir con un cuaderno en medio de una civilización antigua. Nada tiene que ver con la pérdida de la juventud esta gota que cae. Esta gota que cae es el tiempo que se consume. El tiempo, el tiempo, ancho como un campo al mediodía, se vuelve al vaso al que hace pesado el sedimento, así cae el tiempo. Estos son los ciclos verdaderos, estos son los verdaderos acontecimientos. Y después, como si se retirase toda la luminosidad de la atmósfera, me asomo al fondo desnudo. Veo lo que oculta el hábito. Durante días, yazgo indolente sobre la cama. Salgo a cenar, y me quedo con la boca abierta como un bacalao. No me molesto en terminar las frases; y mis actos, a menudo tan inciertos, adquieren una precisión mecánica. Esta vez, al pasar ante una agencia, entré y compré, con toda la compostura de una figura mecánica, un billete para Roma.
Virginia Woolf
Las olas
—Y el tiempo –dijo Bernard– deja caer su gota. Cae la gota que se ha formado en la parte superior del alma. Sobre la parte superior de mi mente, deja caer su gota el tiempo que se forma. La semana anterior, cuando me afeitaba, cayó la gota. Con la navaja de afeitar en la mano, bruscamente, me di cuenta de la naturaleza cotidiana de mi acción (así se forma la gota), y felicité a mis manos, irónicamente, por ello. “Aféitate, aféitate, aféitate”, me dije. “Sigue afeitándote.” Cayó la gota. Durante la jornada laboral, a intervalos, mi mente se dirigía a un lugar vacío y decía: “¿Qué se ha perdido?, ¿qué ha concluido?”. “Terminado y concluido”, solazándome con las palabras. La gente advertía la vacuidad de mi cara, y la vaguedad de mi conversación. Las últimas palabras de mi frase se desperdigaban. Al abotonarme el abrigo para ir a casa, me dije más trágicamente: “He perdido la juventud”.
Es curioso cómo, en todas las crisis, alguna frase que no encaja insiste en venir al rescate: el castigo por vivir con un cuaderno en medio de una civilización antigua. Nada tiene que ver con la pérdida de la juventud esta gota que cae. Esta gota que cae es el tiempo que se consume. El tiempo, el tiempo, ancho como un campo al mediodía, se vuelve al vaso al que hace pesado el sedimento, así cae el tiempo. Estos son los ciclos verdaderos, estos son los verdaderos acontecimientos. Y después, como si se retirase toda la luminosidad de la atmósfera, me asomo al fondo desnudo. Veo lo que oculta el hábito. Durante días, yazgo indolente sobre la cama. Salgo a cenar, y me quedo con la boca abierta como un bacalao. No me molesto en terminar las frases; y mis actos, a menudo tan inciertos, adquieren una precisión mecánica. Esta vez, al pasar ante una agencia, entré y compré, con toda la compostura de una figura mecánica, un billete para Roma.
Virginia Woolf
Las olas
Commentaires