Mucha LUZ a mis muertos queridos, cercanos, amigos, errantes que se aproximan.
Aquel no es un país para hombres viejos. Los jóvenes
Tomados del brazo, las aves en los árboles
- Las generaciones que mueren - cantando,
Las cascadas de salmón, los mares repletos de atún,
Peces, animales, aves, encomian todo el verano
Todo aquello que se produce, nace, y muere.
Atrapado en esa música sensual todo ignora
Monumentos de intelecto que no envejece.
Un hombre viejo no es más que una cosa miserable,
Un abrigo andrajoso sobre un bastón, a menos
Que el alma aplauda y cante, y cante más fuerte
Por cada arruga en su traje mortal.
Ni hay otra escuela de canto que el estudio
De monumentos de magnificencia única;
Y por eso he navegado los mares y he venido
A la santa ciudad de Bizancio.
Oh sabios que estais en el fuego sagrado de Dios
Y en el dorado mosaico de un muro,
Venid del fuego sacro, girad hasta mí,
Y sed los maestros de canto de mi alma.
Consumid mi corazón; enfermo de deseo
Y atado a un animal agonizante
No sabe ya lo que es; y llevadme
A la ilusión de la eternidad
Una vez fuera de la naturaleza, no he de tomar
Mi forma de ninguna cosa natural,
Sino una forma como la que los herreros griegos hacen
De oro repujado y esmalte dorado
Para mantener despierto a un somnoliento Emperador;
O ponen en una rama dorada para que cante
A los señores y las damas de Bizancio
Sobre lo pasado, lo presente, o lo por venir.
Poemas de William Butler Yeats
Salí al bosque de avellanos,
Porque tenía un incendio en mi cabeza,
Y corté y pelé una rama de avellano,
Y enganché una baya al hilo;
Y mientras volaban las polillas blancas,
Y estrellas como polillas titilaban,
Eché la baya en el arroyo
Y atrapé una pequeña trucha dorada.
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Cuando la hube dejado en el suelo
Fui a encender el fuego,
Pero algo susurró en el suelo,
Y alguien me llamó por mi nombre:
Se había convertido en una muchacha de tenue brillo
Con flores de manzano en su cabello
Que me llamó por mi nombre y corrió
Y se desvaneció entre el aire que aclaraba.
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Aunque ya estoy viejo de vagar
Por tierras bajas y tierras montañosas,
Descubriré dónde se ha ido,
Y besaré sus labios y tomaré sus manos;
Y caminaré por la larga yerba de colores,
Y cogeré hasta el fin de los tiempos
Las plateadas manzanas de la luna,
Las doradas manzanas del sol.
La isla del lago de Innisfree
Me levantaré y me pondré en marcha, y a Innisfree iré,
y una choza haré allí, de arcilla y espinos:
nueve surcos de habas tendré allí, un panal para la miel,
y viviré solo en el arrullo de los zumbidos.
Y tendré algo de paz allí, porque la paz viene goteando con calma,
goteando desde los velos de la mañana hasta allí donde canta el grillo;
allí la medianoche es una luz tenue, y el mediodía un brillo escarlata
y el atardecer pleno de alas de pardillo.
Me levantaré y me pondré en marcha, noche y día,
oigo el agua del lago chapotear levemente contra la orilla;
mientras permanezco quieto en la carretera o en el asfalto gris
la oigo en lo más profundo del corazón.
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