Matanzas, poemas de Luis MARIMON

Animales pudriéndose en la orilla del Yumurí
En la mojada tarde los cangrejos
irrumpen entre el fango sangroso de la orilla del río.
Otros animales son como diocesillos que se pudren silenciosamente
al viento.
A un hombre le aterraban los espacios infinitos.
A mí la vida y este mínimo sendero
que va de mi casa a la cervecera
y de la Marina hasta el puente.
Pero yo sólo creo en el amor
y en esas breves espinas 
y en los peces que se prolongan en sus márgenes
con sus vientres hinchados. Verdes moscas metálicas(cantáridas)
y negras. Las profetizas revoloteando y en un insecto
traslucido que guía mis pasos a contrasombra.
Brota la vida de sus humildes cuevas
y me saludan.
Pero me agrada ser el que se borra sin creer nada.
El universo es este caminito,
el que me fortifica y amplía,
el que me aparta de los hombres malos;
el que me justifica ante esos perros, esos gallos,
esos corderos que se inflaman y dejan que brote el sol
de sus entrañas,
esos hermanos míos que se marchan…
Fieles, quejumbrosos y únicos compañeros en esta travesía.
Y yo no creo en Dios pero de toda
está podredumbre
renacerá la vida…
LUIS MARIMON


Luis Marimón (La Habana, Cuba, 1951-Las Vegas, Estados Unidos, 1995). Poeta, pintor, promotor. Publicó dos libros de poesía en vida: La decisión de Ulises (1988) y El bibliotecario del infierno (1992). Residió en Matanzas desde la edad de un año hasta agosto de 1994, en que emigró hacia Estados Unidos. Se han publicado póstumamente La herencia de la soledad y Cronología del vértigo y el naufragio



HERENCIA DE LA SOLEDAD I

Alguna vez quise escribir como Li-Po y forniqué de seguro más que Li-Po. 
Mis extravagancias y tigres encerrados en las botellas de alcohol 
hicieron que me ahogara frente a la cervecería
del Yumurí tratando de alcanzar la luna. 
Pero esta era otra vida y había un nuevo Emperador 
ante el cual nunca quise agachar mi rara cabeza. 
Vida que encontré en mi trayecto 
igual que a esa otra gente que transita contra uno. 
Habítame la soledad antes de niño 
y también después de ser un ser posible. 
Yo también estoy solo y no me avergüenza el vino 
como no puedo avergonzarme de mis carnicerías de hombre. 
Ah, cómo me identifico ante un garrafón lleno hasta el borde, 
en él se encuentra el enigma de la felicidad 
que Dios prometió en una de sus borracheras 
algún amanecer y después olvidó para siempre. 
Levanto mi copa de esmeralda a la luna, ella es mi compañera. 
Con nuestras jergas nos entendemos 
y tratamos de imitar esa agonía perpetua, iluminada. 
Cómplices de nuestras orgías, amanecemos con las caras de indistinto desdén.
La luna está dentro de cada hombre 
y cada luna es distinta en cada uno. 
Con nuestros pasos escribimos en el mármol 
los restos de esta hermandad que se funda 
en los límites de la embriaguez, el misterio, lo ambiguo. 
Somos guardianes y subimos por las lianas 
hasta los abiertos nichos de la noche. 
Nuestra luminosidad nos hace coléricos 
y se tambalean como torres de arena nuestras cabezas. 
Somos unos tristes bandidos durmiendo en algún lugar del leprosorio. 
Igual que a Li-Po, la imaginación me pierde 
hace que los consejeros y eunucos del Emperador 
entornen los párpados y le digan 
«¿No se lo dijimos?, ése no tiene remedio». 
Pero yo entro a palacio haciendo eses 
o hablando de los que partieron a la guerra cantando y no volvieron 
o profetizando entre las ruinas que dejó el amor, 
aunque sepa que me van a emparedar, 
la antigua canción del que comía carne humana. 
Nuestros pensamientos son como el reflejo 
de aquel que muere preso y sediento en el desierto de un espejo. 
Escribimos de trampas, de naufragios, 
cuando debimos haber publicado que no hay soledad más acompañada. 
Pero no nos humillamos ante las vírgenes ni ante el papel.
Somos orgullosos.
Sólo hacemos reverencia al orégano y al opio. 
Alguna vez quise escribir como el hechicero Li-Po 
y en la noche llenaba mi pipa y despreciaba la tradición. 
Eran mis desleales extravíos.

Cada poeta lleva dentro sus propias humillaciones 
sus selváticas heridas siempre por cicatrizar.

No temo un desentrañamiento.

Cantinero, ponme otro doble por mi vida de corazón oscuro y transcurrido 
por las curiosas tramas de ese mago 
por su claro corazón decursante.

En nuestras asmáticas evasiones
nos ponemos las máscaras que dejaron abandonadas los actores 
y entre jarra y jarra
hacemos un ritual lleno de hostilidades 
de ebriedades corrosivas.

En cada amanecer hay una amenaza.
Ya amanece. El vino se evaporó de nuestras cabezas. 
Pero no importa, «venga más vino, la vida paga».
Llevamos dentro el mismo dolor, el mismo amor
y la misma
la misma muerte.

Fuimos engendrados por un solo padre
somos hijos de la misma puta.


HERENCIA DE LA SOLEDAD II


Siempre los caminos para el pobre suben
se hacen largos.
En este recorrido transcurro al lado de esos hombres
que por sólo vivir, ya son delito. 
Un tramo converso con esa muchacha de penumbras 
que ofrece un mágico antídoto contra la melancolía. 
Al escuchar una flauta extraviada que delira 
nos acercamos a pisar la arena que ha pisado el monje. 
Lleva en una cajita unos huesos sagrados 
y los perros, hambrientos, al escuchar ese sonido muerto, ladran.

Errantes somos desde el mismo vientre. 
Soy un buen marinero, pues nunca he visto el mar 
y en el pecho encerrado lo tengo.

De piedra, para el pobre, hizo también Dios la hierba. 
Pero de tan buenos y oscuros, 
a la hora de dormir, la bendecimos. 
En todo sueño hay algo de locura y delito. 
Hemos comprendido que ante los horrendos 
espacios estamos solos y que somos los más olvidados entre los animales. 
Montículos de piedra van señalando nuestra ruta al borde del camino,
pero mi niña amada se lava en el arroyo su coraje.
Acampamos,
puesto que no hay refugio más profundo que la noche. 
Las mujeres encienden las fogatas para ahuyentar a los lobos. 
Los hombres quitamos la esperma de las garrafas 
para espantar un miedo que viene con la inmensidad del cielo y la llanura. 
Miro a los espacios pues he creído siempre en el abismo. 

La luna nos guía. 
De las ruinas que he visto 
ninguna raíz se sumergió tanto en mi corazón como sus ojos. 
Arranco un puñado de ortigas y las huelo. 
El corazón de un artista es un niño idiota que arranca cerezas doradas. 
Alguien me pregunta si soy marica o uno de esos poetas, 
y mientras me explico de mil formas diferentes, 
siento que mi corazón estalla, que da tumbos 
y trato también de explicarlo. 
Minuciosamente me desnudo ante todos 
y muestro mis tatuajes
f un número de heridas doblemente oscuras. 
Todo lo que en la vida duele, vale la pena. 
Hermano,
alguna especie de dolor también se cura. 
Nunca me verán andando en palanquín, sino en muletas.


TESTIMONIO DE LO INMUTABLE

Los pedazos de piedra y algas que recojo 
a la orilla del mar, hablan de un Misterio. 
En las tablas más antiguas de la Tierra 
los arqueólogos han logrado descifrar algunos textos. 
Sus letras, húmedas por la absurda totalidad del tiempo, 
semejan arduos criptogramas, 
como si la demencia hubiese dejado una señal 
que no vino para la profanación sino para olvidarse. 
Lo esencial es que cada intérprete las traduce a su modo. 
Esas mismas huellas se encuentran simplificadas 
en las cosas, al parecer, menos fascinantes de la vida. 
En cada hoja respira una invención 
y en el ojo danzante del pez cabe la luna. 
El furtivo brote de los manantiales 
nos demuestra que somos leyenda y holocausto mecido. 
En las pupilas vidriosas de los muertos 
hallarás transparentes miríadas de peces y una obstinada simulación. 
Todo posee su más puro lenguaje. 
En el vuelo de los pájaros existen los rudimentos de un idioma avieso y raro. 
Todo continuamente anda diciendo todo. 
En este vaciadero que es la semilla vana 
que hacia adentro se crece y hacia afuera se muere,
sabemos, eso sí, que en la vida ya nada es coincidencia. 
En las fronteras del viento hay muchas biografías 
en los granos de arena hay incontables corazones latiendo. 
Todo es testimonio de lo inmutable. 
Cada partícula de las cosas pasadas 
contiene el misterio que lo oculta y habita 
cada esquirla de hueso posee su propia relación, crónica y memoria. 
Nada se ha ido. Todo ha quedado: 
el secreto unánime de la hierba 
las alucinaciones de todo aquel que existe 
los soñados palacios en un atardecer de Calcuta 
Abdul Azhared, que prefiguró el brutal reino de los inmortales.

Tú siempre fuiste la luna más verde de mi corazón. 
Rosa mágica que no es de carne estéril
y acuchillada, sino de mármol latiente.

Las palabras tienen sombra, demasiada sangre.

Los vaticinios de Nostradamus y no tires al filósofo 
en el mismo barril donde agoniza el tigre.

La confrontación de los abismos, cielos cubiertos de hojarasca 
arboledas pobladas por brujas y sibilas. 
Doradas vacas del alba.
Nos persiguen los cazadores, se acerca al hombre algo odioso.
Hagamos nuestras gazaperas para mejor dormir.

Me gustan los locos
¡son tan mansos a la hora de parir!

Un corazón sin fronteras es el Argos buscando el morueco del infortunio. 
Sucio, como sólo puede ser lo que alguna vez ha sido.

La quijada del burro contra la raza hechizada de los filisteos 
una guerra nuclear descrita hace miles de años en el Mahabharata. 
Cruzando en pellejos inmundos el Mar Muerto, 
los horrendos pozos que en estado latente
reposan en la ya inútil memoria. 
La secreta venganza de la ponzoña 
la serena, casi divina caída de la Casa Usher 
un baile, en un sueño, con dos panecillos fríos en una mesa sucia.

De la última visita aún conservo en mi boca
el gusto de la saliva de la mujer que amo. 
No me lavo mis manos desde que tuve en ellas 
las manos de mis hijos.

Los amargos rostros de los niños de Ur y Pompeya, 
que son como si un instante de siglos les hubiera transcurrido.
Un alacrán rojo ahogado en un garrafón de licor chino. 
Delante de su luz está mi sombra, 
este montón de carne dolorosa. 
El sepulturero está sembrando hoy a quien lo enterrará mañana.

Escúchame, Dios mío. Tú debes escuchar 
al que has vuelto loco con tu mundo.

La muralla que coincidió con la certeza de una 
pesadilla en una yurta en las praderas mongolas 
el mago Myrwin y la mansión de agua pútrida donde hasta hoy reposa. 
El hachís oculto en la peluca del juez.

Le ha nacido a ese hombre un hijo 
démosle el pésame. 
Una biblioteca que se tragó el pantano 
los breñales donde el arbusto más leve es la desesperanza. 
No me grites poeta delante de ese espía, 
ya te lo he dicho,
me pones en las puertas de prisión 
me perjudicas.

La inmensa tumba que ha significado el Caribe 
el asombro del que llega a casa sin saber que está muerto.

Yo no tengo otra guitarra que mi corazón.

El hombre siempre muere 
cercenado por las filosas alas 
de los diablos que lleva adentro.

Un niño en el vientre casi es un vampiro. 
El alcohol que extraen del aire y los peces podridos de La Marina.

Habría que retornar al laberinto cretense 
y contemplar a un engendro corrompido 
y olvidar para siempre a Minea, 
esa dulce muchacha que bailaba desnuda delante de los toros.

Li-Po que fallece extraviado en un río de olvido 
la soledad que es un perro de niebla con la lengua cortada. 
Las galenas del Huerto de los Olivos que aún recuerdan la luz. 
A la ternura de sus manos de orfebre 
agradezco estos ojos grandes y expresivos.

La centelleante carne de Juana, que era 
más mujer que hombre y más hombre que mujer 
la deforme ficción de Judas. 
Hilo de seda amarga... Penélope concluyendo el sudario.

En mí se dificulta el retorno al vientre, 
quizás se deba a que conozco perfectamente 
de dónde vengo y mis limitaciones.

No obstante, soy de los que son paridos 
con una minuciosidad que espanta.

Salamandra posible con sus griegos 
terrorista en Esmirna 
letras que parecen ataúdes vacíos... 
La madeja de Ariadna, la cabeza de Juan servida en una bandeja.

¿Dónde estarán esta noche las estrellas?
Soy una permutación
¿en qué preciso punto me estoy pudriendo en este infierno? 
Oh, Dios, líbrame de este amor tan antiguo 
como el hambre y la soledad del hombre.

No hay quien pueda escapar.

Una islita en la Jonia.
Bilitis de sudor y la arena suicidándose en cada muchacha de la Tierra. 
El extraño amor de Hércules por Hilas. 
Como no tenía nada que ofrecer, serví mi corazón. 
Algunos no lo comieron por amargo.

La trenza de Miriam colgada en mi cuarto
como la soga de un ahorcado,
era una visión
y ahora es un fetiche vudú en el santuario
volando sobre mi jergón, en las armas del Vaticano.
Los fantasmas que penetran por las raíces 
hasta quedar dormidos en las ramas.

Me llegan a aburrir mis muertes. 
El conocido de mi bufón, ese que nunca se acuerda de mí.

Desde el carbón de tus venas arde la ligera brisa.

Los dientes del dragón, las plumas del dragón de ojos agrios. 
La castidad es una ilusión de románticos.

Un tigre cuya patria es la carne.

Debo estar loco, sigo creyendo, soy una herida, una colina, 
el vientre húmedo y la inconstancia misteriosa de las cosas fundamentales.

El martillo de los tiranos reiterándose en las venas más amargas del pueblo 
las escamas de Medusa cubriendo el escudo de Perseo. 
La hermosa, atroz leyenda de los siete Justos. 
La horrenda tradición de Ahasverus.

Tengo una memoria formidable, logro olvidarlo todo.

Continuamente hay fieras de arena embistiendo al viento.
Eso no es nada, soñé con una carne fatigada 
de tanto buscar una boca con hambre.

El Tesoro de Príamo en la carátula del Times 
la sagrada ignorancia de Cristóbal Colón 
un rey impotente y un árbol del patio 
que ha comenzado a parir animales dorados.

El corazón es un pan caliente y rojo.

Siempre los grandes crímenes se perpetran riendo.

Ya lo dijo Hugo: La imaginación sólo lleva a la cárcel. 
¿En qué muerto me iré, corriente abajo?

Yo, en cambio, soy fiel a mis noches, a mis pesadillas.

Pelias y la sandalia que el arroyo de una profecía arrastra 
un caballo hueco que por nada sueña 
la tumba de Cleopatra que no fue construida 
para ser hallada, sino para encontrarla en sueños. 
El Agua-viva, la Piedra-viva con que construyeron la Esfinge 
las sirenas barbudas que halló el vikingo en la isla en que muero.

Augusta noche en la que tu sombra era una fervorosa llamarada de luz.
América y El Dorado como una enorme cicatriz que padece cada americano 
la Fuente de la Juventud, la Atlántida, el cáncer 
el rugido de los espacios siderales 
los antropófagos de Krapina 
los quimbisas de Atenas 
la cara blanca y remota de Mahoma.

No escribiré más
mi silencio será un alarido de dolor
agazapado como perro rabioso en las gavetas.

El efrir de labios como testículos de camello 
que vimos bebiendo agua de fosa en una calle de Matanzas 
la inmortalidad de un instante 
la gloria inmortal que pagamos por vivir.

Aguarda, aquí, entre los presentes
hay alguien que conoce tu nombre.
No es un traidor y sabe de tus alucinaciones.
No es poeta y puede describir con cierta exactitud tus amores ilícitos 
descifrar las áureas imágenes por ser las más oscuras. 
No es un lictor y puede jurar que nadie ha robado tus harapos 
que nadie te llevó preso 
que todo es pesadilla 
que estuviste hablando solo por la noche 
que eres sospechoso de locura.

Dos dólares y sesenta centavos. Hace falta otra botella.

Siempre sueño con la oscura posibilidad de morirme.

Algunos nacen póstumos.

El resplandor, un hexámetro en el siglo xx que deshizo el fuego 
el destino de Salomé que es el destino humano 
el arpa vocinglera, el bastón-serpiente en el desierto 
una caminata con la estrella de Judá cocida en nuestra espalda 
la fantástica luz con que la luz envuelve el rostro amado.

Miren estos manuscritos, una escritura de perfecta y asombrosa tristeza. 
Por eso, todo hombre al llamar a su hijo debiera decirle, 
venga acá, padre mío, ayúdeme a huir 
a escapar de esta casa...

Eres como un pájaro de arena metiéndose en mi boca.

De lejos, este planeta se parece al infierno 
de cerca lo es.

La trama de Hamlet que ahora está grabada en un monolito del Purgatorio
el camino del Infierno que está empedrado
de promesas y buenas intenciones.
Los fundamentos de Jerusalén que son el arquetipo de cada ciudad 
los ojos tigrescos de Gengis Kan 
la excesiva crueldad de Lope de Aguirre 
las pupilas que reflejaron por primera vez el neutro mar del Sur 
las ruinas que permitió el amor de Malinche 
la fantasía de Cervantes que se soñó a sí mismo 
la intrépida transparencia de Abraham Lincoln 
la difteria que devastó la garganta del último procurador de Galilea 
la gangrena en un amanecer del Kilimanjaro 
la imprecisión de la escritura de Ticiano 
la inspiración de Whitman que nos dejó algo oculto robado a los dioses 
los rasgos de Cristo que fueron como un amanecer 
un censo general de los muertos 
que no es de ningún modo excesivo y es cierto 
el inventario, en fin, del mundo...

Pero cuando volvamos a reunimos 
no estaremos solitarios ni totalmente oscuros. 
Visitaremos nuestras tumbas con alegría. 
Todo volverá a ser, ya que todo nos dice somos eternos, 
la glorieta, la catedral, las mujeres que pasan 
y los insectos que se abren con los cuchillitos de la luz 
dejando caer las gotas de su oscuro lenguaje
en el vaso que viene de siglo en siglo
de poeta en poeta.
Todo lo humano seguirá transcurriendo;
de estas grandes llamaradas siempre quedarán
esas partículas eternas e invisibles. 
Nada se ha ido, todo ha quedado 
y continuamente todo anda diciendo 
lo incapaces que somos al intentar explicarnos 
el simple, hermoso idioma del amor...


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