Hablando por la herida, que pude hablar por las heridas de otros.


Por Damaris CALDERON CAMPOS
Hace años veo imágenes de abusos, veo gente cercana,pueblos, que padecen abusos. Gente desplazada, exiliada, o insilida en sus propios países. El dolor abole nacionalidades aunque marca a veces a unas más que otras.Años de abusos, siglos de abusos, abusos recientes, " de ayer mismo".
Ese ver no es exterior, de afuera. Es una violencia padecida, de generación en generación. Mis padres, mis abuelos, mí madre, la madre de mí madre, los niños. Violencia que atraviesa fronteras, encarna en una y otra parte, se ejerce bajo un uniforme y otro.
En mí modesta biografía personal, puedo hoy decir que desde los 8 a las 13 años de edad fui abusada. No sé cómo logré pasar de grados, sacar buenas notas, vivir, no recuerdo. No tuve valor para hablarlo ante las amenazas. Cuando vi que abusaban de una prima cercana, menor, pude hablar, encarar al abusador. Muchas veces no he reunido juntar el valor para mí pero sí he podido sacar voz ante los abusos o la violencia hacia otros. No creo ser una persona valiente, sin embargo, escribí desde los 15 años sobre las duras aguas de mí país. A los 15 años un oficial de seguridad del Estado cubano, en un encuentro nacional de talleres literarios, tuvo una " conversación amigable" conmigo, con una pistola sobre la mesa, por un poema " sospechoso". A los 15 me recogieron en 23 y 12 en La Habana, a mediodía, me metieron en un carro policial esposada y, cómo me rebele, me golpearon y me soltaron en un calabozo de La Habana.Alli me dijeron que, como era menor, me iban a mandar al hospital siquiatrico de La Habana, el temible Mazorra. Allí me tuvieron 48 horas de manera punitiva, encerrada con locas, con ventanas enrejadas, puertas cerradas con candados, rondas de electroshok antes las que temblaba cada mañana por miedo a que me dieran también a mí. Las locas se ayudaban entre sí, en las mañanas se decían el día, la fecha, el mes en que nos encontrábamos para " cuando lo preguntarán adentro". Al amigo que llamé y fue a buscarme, le dijeron que yo no estaba ahí, al segundo día , cuando volvió, me soltaron, no sin advertirme, que habría sido bueno que pasara unos días más, cómo escarmiento. Por esos días se suicidó mí abuela en Jaguey Grande. Llegué para el entierro llena de moretones, me preguntaron y dije que me caí por una escalera. No me creyeron, pero el funeral de mí abuela esperaba y no había tiempo para más.
A los 19 me enamoré de una mujer y me fui de casa. Nos excluirán de todas partes, no nos daban trabajo, tuvimos hasta juicios públicos para ver si podíamos trabajar como asesoras literarias con estudiantes. Fui hasta el comité Central del partido, en Cuba, para que me dijeran en mí cara porque si según todos tenía suficientes méritos literarios ,no me daban trabajo en ninguna parte. Podría seguir, amigos enloquecidos, alcolizados, suicidados, muertos,pero prefiero dejarlo aquí. Nunca he hablado de esto, salvo con contados y cercanos amigos, nunca, hasta ahora, había escrito de esto, porque sé que lo que a mí me pasó es nada, al lado de lo que han pasado otros y porque nunca he querido que alguien piense que quiero profitar de una imagen de perseguida o de otra imagen cualquiera.
Hace años tengo depresión, hace años tengo crisis de pánico. Todos los hechos que pasan hoy día, hacen en mí resonancia, vuelvo a sentir el antiguo dolor. Y sigo. La escritura, que para mí es el amor, la solidaridad, es mí forma de resistencia, de sobrevivencia. En estos días en que me lo he llorado todo viendo las heridas de un país, viendo la herida abierta de mí hermana, me he atrevido a escribir y publicar esto, entendiendo que no hay dolor ni herida individual y que aunque la escritura no sea una sutura ni un bálsamo ni mucho menos una anestesia, es quizás ese espacio de relieve para amarnos y para (re) conocernos, ante la herida, inmensa, que no se cierra.

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