como flores blancas de cerezo
Poes onder tafel (Cat under the Table), Kenne Grégoire.
La gente decía que la Sra. Yasumi llevaba días sin comer nada. Sentada en el interior crepuscular de su casa, tejía ininterrumpidamente. La puerta estaba siempre cerrada, pero el traqueteo regular de su telar se oía desde fuera, en la calleja.
Día tras día se oía el golpe de la lanzadera de su telar sobre la tabla de urdimbre mientras el pedal accionaba el martillo. Los vecinos le traían boniatos asados y sopa de miso caliente, pero la Sra. Yasumi no tocaba nada. Sentada ante su telar, tejía seda azul. De vez en cuando tejía unas pocas flores de cerezo en la tela, primero una por una, después más y más, hasta que una densa tormenta de flores blancas tapaba el azul. Mientras tejía, cantaba con voz aguda y monótona el poema de los pilotos kamikaze ante la muerte:
Como flores blancas de cerezo
que una racha de viento alza hasta el cielo
se elevarán hasta las nubes
las almas de los héroes.
Cantaba sin mover los labios. Sólo sus manos se movían, rápidas y diestras. La ancha banda de seda azul con las nubes de flores de cerezo fluía del telar, extendiéndose por el suelo. Cuando un rayo de sol entraba por la puerta abierta, la cascada de pliegues de seda resplandecía. No permitía que nadie tocara la tela.
-¡No! -gritaba la Sra. Yasumi, la voz aguda-. ¡No la toquéis! El viento está llevándose las almas al cielo. Todavía no han llegado.
Había que alimentarla como a un niño, llevándole el cuenco a la boca. Sólo quería seguir tejiendo.
-Marchaos -decía dulcemente a los que le habían traído la comida. Fuera, en la calleja, los vecinos decían:
- Sería mejor si pudiera llorar.
A menudo se oía a la Sra. Yasumi hablando con las flores de cereza tejidas.
- Habla con su hijo muerto -decían los vecinos.
Después el telar calló un tiempo. La Sra. Yasumi acariciaba, una por una, todas las flores de cerezo sobre el fondo azul.
-¿Eres tú? -preguntaba, sentada con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado, como si escuchara la respuesta de la flor.
Día tras día se oía el golpe de la lanzadera de su telar sobre la tabla de urdimbre mientras el pedal accionaba el martillo. Los vecinos le traían boniatos asados y sopa de miso caliente, pero la Sra. Yasumi no tocaba nada. Sentada ante su telar, tejía seda azul. De vez en cuando tejía unas pocas flores de cerezo en la tela, primero una por una, después más y más, hasta que una densa tormenta de flores blancas tapaba el azul. Mientras tejía, cantaba con voz aguda y monótona el poema de los pilotos kamikaze ante la muerte:
Como flores blancas de cerezo
que una racha de viento alza hasta el cielo
se elevarán hasta las nubes
las almas de los héroes.
Cantaba sin mover los labios. Sólo sus manos se movían, rápidas y diestras. La ancha banda de seda azul con las nubes de flores de cerezo fluía del telar, extendiéndose por el suelo. Cuando un rayo de sol entraba por la puerta abierta, la cascada de pliegues de seda resplandecía. No permitía que nadie tocara la tela.
-¡No! -gritaba la Sra. Yasumi, la voz aguda-. ¡No la toquéis! El viento está llevándose las almas al cielo. Todavía no han llegado.
Había que alimentarla como a un niño, llevándole el cuenco a la boca. Sólo quería seguir tejiendo.
-Marchaos -decía dulcemente a los que le habían traído la comida. Fuera, en la calleja, los vecinos decían:
- Sería mejor si pudiera llorar.
A menudo se oía a la Sra. Yasumi hablando con las flores de cereza tejidas.
- Habla con su hijo muerto -decían los vecinos.
Después el telar calló un tiempo. La Sra. Yasumi acariciaba, una por una, todas las flores de cerezo sobre el fondo azul.
-¿Eres tú? -preguntaba, sentada con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado, como si escuchara la respuesta de la flor.
Como flores blancas de cerezo
que una racha de viento alza hacia el cielo
se elevarán hasta el cielo
las almas de los héroes.
Hisako Matsubara, “Pájaros del crepúsculo”
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