Manuel Sosa sobre la novela Mouche

Éste es el libro de lo vertiginoso, la cámara enloquecida que repasa un escenario y otro, y no cede, y no permite pausas. Es la prosa del ojo incansable, el aleteo de una mosca ubicua que visita cada escenario improbable, vaciando su contenido y traspasando una esencia hasta colmar la próxima, sin repetirse.

 La literatura necesita de este virtuosismo, cuando viene, para recordarnos las muchas maneras en que una conseja puede seducir. Alguien pudiera aventurarse y decir que se narra ese vértigo (esa agonía) cediéndole protagonismo al lenguaje, que el lector será asediado por su fluidez, llevado de la mano por la sibila que resulta ser Margarita García Alonso; pero hay que mirarlo todo desde la perspectiva imagen/historia, el cómo ilustrar una trama desde la altura, un cuadro que se visualiza elevándose el artífice sobre el posible abigarramiento, para darle sentido, y agarrar al lector y decirle: “Mira”. Quien entra, no sale. Quien se involucra, no puede apartarse. Para el ser ambiguo y transferible, la carrera del disfraz omnisciente, comienza.




“Los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera.”

Marcel Proust, Contre Sainte–Beuve

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