Encomio de la imagen: Bendito Maldicionario
Encomio de la imagen: Bendito Maldicionario: Leí recientemente la obra poética de Margarita García Alonso. Lo esencia...
Leí recientemente la obra poética de Margarita García Alonso. Lo esencial de ella, quiero decir, en una compilación preparada por la propia autora con poemas seleccionados de nueve de sus libros. Sé que esta obra no me necesita como comentarista (ya se explica y justifica a la perfección por sí misma) pero debo comentarla para vosotros. Primero, y perdonad el abuso, porque lo necesito yo. Segundo, porque cualquier obra poética, incluso (especialmente) si llega a este altísimo nivel de calidad, precisa voceros militantes que ayuden a su difusión. Entonces froto la lámpara, y, con vuestro permiso, pito.
Leí recientemente la obra poética de Margarita García Alonso. Lo esencial de ella, quiero decir, en una compilación preparada por la propia autora con poemas seleccionados de nueve de sus libros. Sé que esta obra no me necesita como comentarista (ya se explica y justifica a la perfección por sí misma) pero debo comentarla para vosotros. Primero, y perdonad el abuso, porque lo necesito yo. Segundo, porque cualquier obra poética, incluso (especialmente) si llega a este altísimo nivel de calidad, precisa voceros militantes que ayuden a su difusión. Entonces froto la lámpara, y, con vuestro permiso, pito.
Llegué con tardanza a la poesía de Margarita. Apenas la había leído en algunas antologías, y antes de esta zambullida en su obra, sólo leí íntegramente “El centeno que corta el aire”, gracias a la gentileza de nuestro común amigo, el poeta y editor de Betania, Felipe Lázaro, que me lo envió con una entusiasta llamada de atención. Ya veis, leo y releo, también poesía, y todavía me permito el “lujo” de tales carencias… Bueno, llego tarde pero aquí estoy. Me abruman la obra y su extensión, así que en este primer pitido convocante me abstengo de entrar en toda ella para centrarme en uno de sus pliegues. Pude hacerlo en otros, pues todos tienen similar interés, pero escojo Maldicionario.
Si Margarita hubiera estado en casa de Agatón aquel día, a los postres de la célebre comida que tan brillantemente reprodujo para nosotros Platón, y en la que algunas de las principales cabezas de Grecia especulaban sobre Eros (es mucho suponer, claro, ella no hubiera sido invitada; para su suerte, pues un animal poético tan hembra nunca es proclive a la mayéutica masculina, pero supongámoslo); si hubiera estado allí, digo, y no en alguna Casa de Hetairas, espantando con todas las poéticas posibles el cáustico aburrimiento a que estaban condenadas las canónicas Nikés de Atenas; en el momento exacto en que Diótima, por boca de Sócrates dijo que Eros “es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es más bien duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos”; en ese mismo momento, estén seguros, Margarita habría esbozado una sonrisa cómplice y habría abandonado la sala para escribir Maldicionario. Pero si a pesar de su empeño hubiera sido retenida bajo cualquier pretexto por un Adonis pensante, llegado el momento en que Diótima (Sócrates/ Platón) dijo que Eros por encima de todo resulta un “impulso creador”, Margarita hubiera roto el dominó, y ya sin poder aguantarse, se habría encaminado a su libro exclamando: “toda ecuación del mundo está en el sexo”. Así de segura, y a la vez de femenina la imagino en aquel trance, porque de tales materias está construido su libro: Amor y erotismo (suponiendo que no sean uno, sino palo y astilla respectivamente) como base de un tremendo impulso creador.
Maldicionario es un poemario de amor donde, además, se ajustan cuentas con el pasado. Del pasado emerge un escepticismo amargo, pero Margarita no lo acepta mansamente. Su capacidad de amar y su inspirada locura le permiten pretender una redención que, aunque se ve postergada de continuo, jamás se da por imposible. Margarita cae y se levanta engallada una y otra vez. Siempre que es “violada por un hombre sin rostro” (qué terrible episodio) “navega su miedo” y rehace su himen poético para seguir adelante. “Yo menstruaba por el ojo de la desolación”, dice la poeta. “Aans te «vaginaré» demencias”, se rehace lúcida y esperanzada, con una confianza en sí misma que paraliza, que nos contagia y abduce porque está cargada de verdad poética.
No hay en este libro un solo verso falto de poesía. Su nivel es altísimo y homogéneo. Margarita, que se me antoja una síntesis perfecta (aunque isleña) de la Pizarnik y la mejor Andreu (Blanca), maneja un verso ambicioso y canalla a la vez. Pero su ambición es siempre femenina, tiene la gravedad justa, y su decir canallezco nunca es académico. Sí, cuántos supuestos antipoetas, que vendieron y venden bisutería a fotutazo limpio, se acartonaron, se hicieron catedráticos escondiendo su flojera tras un colegueo pueril, volátil y estéril… En Margarita, sin embargo, todo es verdad, o sea, mentira de la buena buena. Su verso, aunque sagaz y nada encopetado, tiene tal vuelo poético, que nos engancha estemos donde estemos, seamos quienes seamos, para catapultarnos después a su personal universo. Pues, aunque “el sol se [haya ido] a putear al fondo de las nubes/ después de hacerse nulo en los acantilados”, “es triste renunciar a un putillo, si es Madrid y enero”. Putillo el sol que se olvida de los caribeños cuando no a-islan, y putillos de la mejor estirpe los versos de Margarita; para todos los Madriles, para todos los eneros. Putillos que te placen sin saciarte, que te sacuden las entendederas y te penetran las tripas.
No hay nada solemnemente resuelto en esta poesía. Nada está cerrado a cal y canto. Cero sentencias. La imagen abre en ella sin cesar. Cuando creemos estar llegando a un oasis para remolonear un poco, Margarita nos aguijonea, nos desampara de nuevo para que sigamos buscando. “Encuentro el horizonte terno”, nos dice. Y vuelven a caer sobre nosotros todas las preguntas, vírgenes y libidinosas: fértiles. Otra vez a bregar, a esperar la santa penetración, venga de donde venga, porque “da igual el santo que te penetre si trae yerba”. Todo vale, incluso la marihuana, la cocaína, si cohabita el espacio donde señorea la Gran Jerarca (su poesía), si se pliega a ella para encantarnos.
Hembrísima esta autora. Con una fuerza endiablada. Pura verdad poética. Ya quisieran muchos biendecir como maldice ella… Ahora, bueno, tocaría ponerme serio y señalar algunas tonterías formales, algunos despistes irrelevantes. ¿Qué libro no los tiene? Pero callo porque debo hacerlo, porque la poesía cuando tiene esta dimensión áurea ha de celebrarse por encima de todo. Así que escucho el acusmata pitagórico y con él repito: “No interrumpas a una mujer cuando danza para darle un consejo”.
Maldicionario, recuerden, de Margarita García Alonso.
Commentaires