Osip Mandelstam

EPIGRAMA CONTRA STALIN

Vivimos sin sentir el país a nuestros pies,
nuestras palabras no se escuchan a diez pasos.
La más breve de las pláticas
gravita, quejosa, al montañés del Kremlin.
Sus dedos gruesos como gusanos, grasientos,
y sus palabras como pesados martillos, certeras.
Sus bigotes de cucaracha parecen reír
y relumbran las cañas de sus botas.

Entre una chusma de caciques de cuello extrafino
él juega con los favores de estas cuasipersonas.
Uno silba, otro maúlla, aquel gime, el otro llora;
sólo él campea tonante y los tutea.
Como herraduras forja un decreto tras otro:
A uno al bajo vientre, al otro en la frente, al tercero en la ceja,
[al cuarto en el ojo.
Toda ejecución es para él un festejo
que alegra su amplio pecho de oseta.

Noviembre de 1933


XXIII
El nacimiento de una sonrisa
Cuando comienza a sonreír un niño
lo agrio y lo dulce forman una horqueta,
de su sonrisa los extremos sin bromas
parten a una oceánica impotencia.

Está invenciblemente bien:
juega en la fama con sus comisuras,
y para conocer sin fin la realidad
se le forma, irisada, una costura.

Sobre zarpas del agua surgió la tierra firme,
del caracol bucal la arriada está cerca,
y golpea en los ojos un instante de atlantes
con tenue afectación de alabanza y sorpresa.
(1937)

XXVI
¡Qué infeliz y que ingenua es la hora presente!
No consigo entenderla,
y miran hacia mí las puertas junto al mar
entre las anclas y las nieblas…

Pacífica en el agua desteñida
la parada de los buques de guerra,
y bajo el hielo aún más negros
los pasadizos de los canales se estrechan.
(1936)

XXIX
Yo estoy en el corazón del siglo.
El camino no es claro,
la meta con el tiempo está distante:
y del báculo el fresno fatigado,
y la herrumbre del bronce mendicante.
(1936).

XLVI
Aún no te has muerto. Aún no estás solo,
mientras que con la amiga miseranda
gozas de la grandeza de los llanos,
de la niebla, del frío, de la nevada.

En lujosa pobreza y en potente miseria
vive tranquilo y sin cuidado.
benditos sean los días y las noches
y la faena de dulce voz sin pecado.

Desdichado aquel a quien asusta
cual su sombra un ladrido y el viento dobla,
y deplorable aquel que, medio muerto,
a una sombra pide limosna.
(1937)

XLVII
Estoy solo y le miro a la helada a la cara:
no va ella a ningún sitio ni vengo yo de parte alguna,
y se plancha, se pliega sin arrugas
todo el milagro que alienta en la llanura.

Y parpadea el sol en una miseria almidonada.
Su parpadeo es tranquilo y alegre.
Hectareas de bosque, casi como aquellas… Y cruje
En los ojos la nieve como un pan limpio, inocente
(1937)
El sonido sordo y cauteloso del fruto
El sonido sordo y cauteloso del fruto
Que cae del árbol,
En medio de una incesante melodía
Del profundo silencio del bosque…
En el corazón del siglo soy un ser confuso
En el corazón del siglo soy un ser confuso
Y el tiempo aleja cada vez más el objetivo
Y el fresno cansado del bordón
Y el miserable verdín del cobre.
La concha
Tal vez no me necesites,
Noche; de la vorágine mundial
Yo fui lanzado a tu orilla
Como una concha sin perlas.
Indiferente, tú espumas las olas
Y cantas tercamente,
Pero llegará el día en que amarás
La inútil mentira de la concha.
Tú te acuestas a su lado en la arena,
Te vistes con su casulla
Y con ella construyes una gran campana
Irrompible entre las olas.
Y a las paredes de la frágil concha,
Como a la casa del corazón vacío,
Las llenarás con murmullos de espuma,
Con viento, bruma y lluvia…
La tristeza inexpresiva
La tristeza inexpresiva
Abrió sus dos ojos enormes,
El florero al despertar
Del cristal arrojó las flores.
Todo el cuarto se invadió
De una lánguida -¡dulce medicina!
Este reino tan pequeño
Tanto sueño ha devorado.
Un poco de vino rojo,
-Otro poco de sol de mayo-
Y rompiendo un delgado bizcocho
La blancura de dedos finos.
¿Qué calle es ésta?
¿Qué calle es ésta?
La calle Mandelstam.
Qué apellido más espantoso:
Si no lo aireas
Suena curvo y no recto.
Poco en él es lineal
Más bien de carácter sombrío
Y es por eso que esta calle
O, mejor, este foso
Lleva el nombre
De ese tal Mandelstam.

¿QUÉ PUEDO HACER con este cuerpo mío irrepetible,

que me ha sido dado?
¿A quién, dime, debo agradecer,
por la apacible alegría de respirar y vivir?

Yo soy el jardinero y soy la flor,
En la mazmorra del mundo no estoy solo.

En la eternidad del cristal ya se ha esparcido
Mi aliento y mi calor.

En él está impreso un signo,
Irreconocible hasta hace poco tiempo.

Ojalá la bruma se diluya en los instantes
Para que no borre el signo amado.

Commentaires

Articles les plus consultés