en Incubadora, excelente entrevista de Ana Basualdo a Cabrera Infante



en INCUBADORA

Puig y yo (cada uno a su manera) hemos sido los primeros en incorporar el cine a la literatura. Puig lo hizo sobre todo en su mejor novela —El beso de la mujer araña—: allí hay una Scherezada que cuenta películas. Ahora se hace normalmente, tanto en Estados Unidos como en Europa, pero no en la época en que Manuel y yo nos dimos cuenta de las posibilidades del cine en la literatura. Recuerdos de cine, en lugar de recuerdos literarios. Referencias cinematográficas, en lugar de literarias. La diferencia es que Manuel se identifica con dos o tres actrices; para mí, el cine es una fuente total de mitos. Se lo ha asociado muchas veces —y es un acierto— con la caverna de Platón. Para seguir leyendo… (Gif: MGA)


«En Londres hago una vida monótona, casera, agradable. Tengo un excelente televisor (no tengo video) y veo cine todas las noches. Durante los fines de semana, puedo ver —para desesperación y envidia de Gimferrer— hasta cinco buenas películas, en los tres canales. El resto del tiempo trabajo, o trato de trabajar. En realidad, escribo durante más o menos tres horas, todos los días; mejor dicho, las tardes (por la mañana, no funciono). He descubierto que la mayoría de los escritores que dicen trabajar muchas horas por día, todos los días, mienten.»

 «Por la mañana, tomo el desayuno frente a una ventana a través de la cual veo llover. Y me alegro muchísimo de no tener que salir a la calle para trabajar. Veo lluvia, pero no niebla. Cuando llegué a Londres, comprobé que los ingleses no son tan puntuales como siempre hemos creído, que el té no se toma a las cinco sino a las cuatro y —lo que es más grave —que no hay casi niebla. La niebla londinense fue inventada por Conan Doyle para que Sherlock Holmes se moviera con un aire de misterio.»

 Otra de las pasiones de Cabrera Infante —acaso el recurso más notorio de su estilo (detesto la noción de estilos)— es la aliteración. Y toda clase de juegos de lenguaje. Algunas frases aliteradas (ejemplos elegidos al azar, entre centenares) de La Habana para un infante difunto«versión venérea del venerable Gandhi», «salía silbando, súbita sierpe, sola sombra sólida», «escalera de mármol impoluto, de arquitectura en voluta y baranda barroca». 

 «El idioma está lleno de frases gastadas, de consignas carentes ya de sentido. Por eso yo cometo tanta cantidad de paronomasias, aliteraciones y todo eso: para provocar.»

 El vaso de agua mineral está por la mitad. La mano de Cabrera Infante lo busca con un ligero temblor: es casi imperceptible pero él, entre bromas, lo señala: «A veces la gente (mujeres, sobre todo) cree que la saludo efusivamente, pero se trata más bien de ciertos temblores. Provienen de la época —entre el 72 y el 75— en que estuve loco. Estuve muy loco: ya no me importa contarlo. Primero, ataques de parálisis y de amnesia. También depresión clínica, que no tiene nada que ver con la depresión corriente. Y esquizofrenia. 

 También tuve ataques de euforia en los que me creí dueño de los mayores secretos del mundo. Un día fui a buscar a mi mujer al aeropuerto y la llevé corriendo a casa para mostrarle el televisor: creí haber encontrado el secreto máximo de la narración. Mi mujer se preocupó por mimirada, pero sobre todo porque lo que le mostré (una vulgar serie USA) era una estupidez. Fui a un psicoanalista —que se daba el lujo de publicar en Londres un libro escrito en francés sobre Mallarmé— pero hundí más. A la tercera sesión se dio cuenta de que tenía delante a un verdadero loco; al principio lo confundió el hecho de que yo contestara sus preguntas objetivamente.Finalmente, fui a una clínica psiquiátrica, donde me dieron dieciocho electroshocks y una sal (litio) que cura la esquizofrenia.» «No sé cuál es el origen de los ataques. Y todavía tengo que tomar la sal. Pero hace tiempo que estoy bien —los temblores son efectos del litio—: ahora sólo estoy loco tres horas al día, las horas en las que escribo. Cuando estuve totalmente loco, no escribí una sola línea. Durante tres años, no pisé mi escritorio.»

 La Vanguardia, 5 de agosto de 1981, p. 17. 




Una excelente entrevista de Ana Basualdo a Cabrera Infante. Gracias Carlos Aguilera por ilustrarla con mi gif, ese pasaje de la locura me va también como anillo al dedo. Gracias. en inCUBAdora.

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