Anomaly


Alex Heny

Ayer regresó de Cuba un gran amigo. Fue, en esencia, a enterrar a un hermano que murió de alcoholismo y cirrosis hepatica. Tenía 51 años.
Me habla de la muerte esperada y me habla con tristeza. Me habla del resto, con furia, asombro, y otro tipo de tristeza.
El hospital, me dice, huele a orines. Se te mete en la nariz, brother. Y a mierda. Los baños. Qué te puedo decir, me dice.
Que tuvo que llevar desde aquí, advertido por su familia (y advertidos quedan los que leen) gasa, esparadrapo, troqueles, jeringas, y parafernalia y media. Cosas básicas.
Su prima, que debía estar operada de algo que padece, lo acompañó unas horas. No la pueden operar porque los salones de operación están cerrados: no hay solución de cloruro de sodio, al 0.9%. Agua con sal común. Agua de mar para humanos enfermos. La gran industria farmacéutica cubana que produce un par de vacunas pero no agua con sal. O esparadrapo.
Encontraron una doctora amiga y los ayudó a que el hermano tuviera un trato amable antes de morir. También les dijo dónde y quién vendía los medicamentos necesarios. Una bolsa muy negra, esa de los medicamentos.
No había servicio de preparación de cadaveres. La desdicha de ver a su hermano mayor desvariar y morirse no era suficiente: tuvo la tarea mi amigo de preparar a su hermano. Así me dice: preparar. No entra en detalles y yo no pregunto.
La ciudad se cuece al mediodía. El entierro fue rápido para ganarle a los apagones: las neveras de la morgue apenas funcionan. Un vecino le echa el brazo sobre los hombros. “Sacaron pollo en ...”, le dice a la madre de mi amigo que todavía bracea en la resaca de haber perdido un hijo. “Vamos!”, dice la señora.
Y allá corrieron. La ciudad ya estaba allí. No alcanzaron a comprar. Hay que estar temprano y alerta si se quiere pollo. O entierras a los tuyos o haces colas para un pedazo de pollo. Es que la vida sigue. Y mi amigo le rompería los dientes al filósofo.
La historia es más larga. Pero es suficiente lo dicho. Mi amigo ya está en su trabajo, que tiene deudas y él paga sus deudas. Sus padres, ancianos que viven junto al mar, tienen un hijo menos y un país que se deshace a jirones.
Yo, pues triste, también furioso, aquí, al norte, sin poder darle un abrazo a mi socio fuerte.
Y es apenas lunes.

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