Ensayos musicales, de Miguel Ángel Guerrero Ramos
Una de las cosas que amo, la música, me insinuaba, me suspiraba, me decía a su manera, que aquella chica y yo, allí, ensayando la letra de una canción que yo mismo había escrito días atrás, siempre habíamos sido eternos, o por lo menos incesantes, continuos, invariables, dados a una misma pasión. El sol era intenso, un batiente vuelo de pulsátiles y existenciales incandescencias, de eso me acuerdo a la perfección. Ella tenía puesta sobre su cabeza la capucha de su chaqueta. Sí, así de intenso era el sol en aquel momento. De todas formas podía verse sin problema esa luna menguante que siempre ha rielado con exquisita y suave magia en su mirada, mientras que ella, por cierto, con su aura sumisa, iba siguiendo las orientaciones que yo le iba dando para que pudiéramos cantar aquella canción que yo había escrito días atrás. De fondo, el intáctil repliegue de las emociones, un sereno eco antisísmico, una multiplicidad de sentires que palpitaban en el umbral de las esencias indefinidas, los sentires que produce la música, desde luego. La brisa me dijo: “solo a la música le es posible traspasar los cristales del alma sin quebrarlos para poder alcanzar los límites que descansan en ella, y solo en los límites del alma todo lo que existe es poesía”. Mi vieja amiga y yo nunca logramos concretar aquella canción, pero al subir los travesaños del recuerdo resulta imposible no observar el eje pausado del universo. Imposible no caer en cuenta del enorme poder que tiene la música para unir a las personas. Hoy día, cuando recuerdo aquellos ensayos musicales, y se me da por observar la magia de la noche, se me da por pensar que cuando las estrellas se ven hermosas, es porque no saben si convertirse en música o en un mágico y eterno sueño.
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Toda meta requiere su tiempo y su trabajo, hasta la imaginación requiere de constancia y paciencia para ir calmando poco a poco su sed con luz de estrellas e incluso las flores necesitan de la vivificación de sus propios sueños interiores para aromar los vientos que las visitarán. Ahora, si hablamos de una gran meta, no olvidemos que esta requiere, por tanto, de un alto grado de compromiso, voluntad, mucha fe en uno mismo, y, sobre todo, de una magistral y muy encumbrada disposición de espíritu. Toda gran meta que uno se pueda proponer también requiere de mucho muchísimo corazón en un esfuerzo, que es, por supuesto, como la esencia misma de la inspiración, como la luz iridiscente de una luna embellecida o como la sazón perfecta que solo se obtiene con el fruto de los sueños.
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A veces resulta esencial un viaje a esas pequeñas hendiduras existenciales que se hallan dentro de las emociones. Un viaje al reverso de nosotros mismos. Un viaje a ese lugar donde un sentir silencioso lo envuelve todo y las palabras pierden su materialidad. Un viaje a aquel lugar donde aprendemos a aceptar aquellas profundidades propias que de cuando en cuando flotan sobre la superficie de lo leve.
(Miguel Ángel Guerrero Ramos, Bogotá).
Un saludo cordial y fraterno.
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