Lo cubano como ensoñación, por José Prats Sariol
La historia es el producto más peligroso que haya elaborado la química del intelecto.
Embriaga a los pueblos, exagera sus reflejos, mantiene sus viejas llagas,
los conduce al delirio de grandezas o persecuciones,
vuelve a las naciones amargas, soberbias y vanas.
Embriaga a los pueblos, exagera sus reflejos, mantiene sus viejas llagas,
los conduce al delirio de grandezas o persecuciones,
vuelve a las naciones amargas, soberbias y vanas.
Paul Valéry
En la última de sus lecciones sobre Lo cubano en la poesía, Cintio Vitier enuncia y argumenta los rasgos que para él modulan lo cubano. Aquel desafío exegético recorre los poemas escritos en Cuba y sus principales autores, hasta algunos de la Generación del 50. El desprecio hacia su visión teleológica, cuando se juzga un texto de 1957 como si fuera de ahora; o cuando se valora en bloque al autor, a partir de su filiación con la dictadura castro-comunista; comete un error donde se mezcla la neofilia –el ridículo culto a lo nuevo y a los jóvenes– con la pereza –critican sin haber leído y pensado–, la intolerancia –desde las dos orillas– con el culto a la Historia –con mayúscula trágica– que criticara Paúl Valéry. Culto a la Historia que paradójicamente también perpetra el ensayista y poeta del Grupo Orígenes.
Quizás lo esencial se encuentre, precisamente, en poner en crisis cualquier noción de cubanidad y de Historia, tras reconocer también la ignorancia donde chapotean académicos mediocres y políticos demagogos, que se apoyan en una “cubanidad” folclórica, televisiva, de copy & paste, donde las exaltaciones y ditirambos indican un penoso complejo de inferioridad, un cubaneo de quincalla y guateque. Porque cada vez que oímos o leemos “patria”, “nación”, “país”, “terruño”, “mambí” y sus altisonantes frases derivadas, suelen ser el prólogo de algún llamado sacrificial, como el “Patria o muerte” de aquella revolución de 1959; la excusa de ciertas antologías desbordadas; o los vacíos ontológicos y filosofías románticas decimonónicas, que sembraron sangrientamente fronteras e himnos, banderas y chatarra discursiva que aún hoy riegan los muchos pícaros a los millones de ingenuos.
En aquella Decimoséptima Lección, pronunciada en el venturosamente elitista Lyceum de La Habana (Lyceum Lawn Tennis Club), Vitier intentó construir, pronto se cumplirán sesenta y dos años –fue el 12 de diciembre de 1957–, las siguientes especies de lo que él –en ese entonces con treinta y seis años de edad– consideraba característico de lo cubano: Arcadismo, Ingravidez, Intrascendencia, Lejanía, Cariño, Despego, Frío, Vacío, Memoria y Ornamento.
Tras resumir y actualizar las diez especies de lo cubano, añadiré dos, bajo el paraguas del título, donde la ensoñación protege de aguaceros marxistas y neopositivistas; me aleja de las llamadas ciencias sociales, que como se sabe no son ni sociales ni ciencias. Afiliado a una visión no hegeliana de los sucesos –asociada a las ideas de Francis Fukuyama–; simpatizo con el azar concurrente hasta en política, sin leyes deterministas ni causalidades que los acontecimientos suelen negar. De ahí que este tenue recorrido por lo que aparencial o empecinadamente se incluye en lo cubano, huya de palabras como “futuro” y sus frases tramposas, como “construir el futuro”.
El Arcadismo es la primera especie. Algunos de sus leitmotivs han perdido fuerza, como el tema indígena y la égloga, pero el cultivo de la décima rural y urbana se mantiene, así como un neotropicalismo de fondo antillano. Ya no hay vísperas, pero lo arcádico ha adquirido a veces una deliciosa tonalidad irónica, de burla a las retóricas añejas. Lingüísticamente incluye localismos, léxico marginal y demás costumbrismos verbales, hasta el spanglish.
La Ingravidez mantiene el misterio de lo débil, lo suave, la delicadeza expresiva. Sobre todo un sutil antifanatismo y un desprecio a aquellos afanes telúricos, del patrioterismo que estuvo encajonado por una revolución que apenas conserva el cascarón. Parte del mundo y no de una islita larga y flaca, la ingravidez aspira y logra ambientaciones cosmopolitas, globalizadas desde Madrid y New York, París y La Habana, que rompe con historiadores para incautos y turistas.
La Intrascendencia es antisolemne, y sigue siéndolo con muchísima fuerza. La calidad artística proyecta la intrascendencia en sus formas lúdicas. Abundan en 2019 el poco sentido religioso y metafísico, la ausencia de dogmatismo. Un choteo –tan dañino como lo advirtiera Jorge Mañach— continúa sirviendo de consuelo ante la sobrevivencia cotidiana y la simulación. La irresponsabilidad fiestea. Las inconsecuencias juegan pin pon entre el exilio y el insilio.
La Lejanía nunca ha sido más fuerte, ni siquiera a finales de los años 80 y principios de los 90 del siglo XIX, entre los exiliados. La emigración se desgrana en sus pesadillas del retorno a un país natal cuya imagen en la realidad no existe, el tiempo la ha evaporado. Las ensoñaciones se contentan con las reminiscencias donde la distancia justifica anhelos, inventos pueriles, idealizaciones grotescas.
El Cariño sigue incluyendo suavidad y refinamiento en el trato, pero no costumbres criollas que sencillamente se han pulverizado. Los círculos familiares, por lo general abigarrados y penumbrosos, se han fragmentado. La dispersión agrede al cariño y sus expresiones corrientes. No emergen ni los lugares comunes. Queda el círculo más íntimo, con la madre de imán familiar y la amistad como defensas contra el Estado omnipotente.
El Despego presenta un inusitado vigor. ¿Qué arraigo puede haber para un emigrante forzado a adaptarse o perecer? De ahí que el despego –impensable de esta forma por Vitier— sea un signo clave de lo cubano en 2019. La disponibilidad para ir siempre a otra cosa y el escaso sentimiento nacionalista no abundan sin causas. Todo lo contrario, reflejan la tragedia de un país pisoteado por un régimen piramidal, huraño, donde el individuo es cifra.
El Frío –sexta especie— no sólo se asocia ahora a la eterna presencia de rencores y resentimientos en la naturaleza humana –lo que le resta singularidad–, sino que propicia todo tipo de desolaciones anímicas, donde las insuficiencias tienden a ocultar mucho o a exhibir exageradamente cualquier rasgo, tendencia, característica, peculiaridad; sea racial o de género, hasta geográfica. Frío que en la paradoja con nuestro habitual calor forma sinécdoques a veces grotescas, otras veces trágicas.
El Vacío parece enfático, de tanto martillear. Golpea hacia cualquier lado, porque no discrimina. Su forma más vacía está ahora en la vulgaridad que se padece en los reguetones, donde baila el hombre nuevo. Pero esta especie es invasiva, no parece tener antídoto. A lo que se suma el vacío de la retórica oficial y la chatura de cierta disidencia anquilosada. Vacío es desinterés. Da igual. Da lo mismo. Su sinsentido marca lo cubano.
La Memoria por lo general rejuvenece los paraísos perdidos con el mismo empecinamiento que tuvo cuando el movimiento romántico. No parece que las redes sociales afecten las añoranzas, quizás les ha inyectado unas inéditas maneras de presentarse, de actuar. Las fábulas se recrean, con mayor o menor talento, pero con tonadas y sones tan hermosos como los que forman nuestra herencia musical. Los sincretismos pictóricos o danzarlos se abren en nuevas creaciones. La memoria da la impresión de burlarse de los sesenta y dos años que median entre Lo cubano en la poesía y las disquisiciones de hoy.
El Ornamento es nuestro barroco imperecedero, indiano, peninsular y africano. Aciclonado cada temporada en las espirales de los cujes. Filigranas vegetales, floreos del danzón, arabescos constantes, señalan una especie que es acrónica, caracterológica en cada uno de sus matices. Aparece en las cuevas de nuestros indios, en los altares eclesiásticos, en los atributos de cada orisha, en los dragones chinos. Ornamento que es supersincretismo caribeño en una rumba que serpentea entre lo real-maravilloso y el realismo-mágico.
Ahora mismo –en el devenir del 2019 que las va matizando a todas– añado una undécima y una duodécima especie. Bautizo la primera como Desconfianza. La otra –amarga— como Trivialidad.
La Desconfianza raspa el anarquismo. No se cree en casi nada o en nada. Un escepticismo digno del mito de Sísifo –y de Albert Camus– parece conversar con Virgilio Piñera y La isla en peso, el poema que mejor caracteriza nuestro siglo XX. A veces agnóstica y procaz, a veces hiriente y amoral, a veces suspicaz, siempre disidente, la Desconfianza abunda hoy más que nunca contra credos e ideales, contra la familia y la amistad, contra uno mismo y cualquier valor que parezca irrompible.
La Trivialidad se manifiesta en un torrente de sandeces habladas y escritas –dentro de escasos y reiterados artificios estilísticos– donde el yo-yo-mí por influencia de Facebook, Twiter, Instagram, Email y demás comunicadores electrónicos, se ha ensanchado hasta creer que la más insignificante experiencia personal merece ser divulgada, convertirse en poema, cuento, novela, obra teatral, ensayo… Son trivialidades que además brotan en entrevistas y reseñas, que danzan en las redes sociales fuera y dentro de Cuba, donde también comienzan a obtener espacios.
Los límites de estas especies –dentro de la ensoñación de lo cubano– fueron formulados por Vitier en la citada Lección final, cuando dijo: “… son útiles únicamente si comprendemos la artificialidad de su separación. Los elementos registrados y los otros que puedan añadirse, se completan, se rectifican, se matizan mutuamente y aparecen fundidos de modo inextricable en cada unidad de actitud real y viviente”.
Sin embargo, las ingenuidades –más creencias que ideas— resumidas y rezumadas por aquellas lecciones de 1957, llegan al delirio. Dicen: “Porque la poesía nos cura de la historia y nos permite acercarnos a la sombra del umbral”, tras haber refutado el principio de la ley de gravitación de Cuba hacia los Estados Unidos y al pragmático John Quincy Adams. Una sonrisa irónica bastaría hoy como respuesta –con un gesto de manos abiertas hacia delante– para que viera como Cuba en 2019 depende más de los Estados Unidos que nunca antes en su torturada historia. Realidad que lejos de cambiar fortalece la “aldea global”, con sólo abrir el teléfono.
Hoy no puede hablarse de lo cubano sin incluir al casi quince por ciento de nuestra población que vivimos fuera del país. Lo que significa un segmento decisivo de cultura, que incluye en segunda, tercera y cuarta generación emergentes –por lo menos hasta el próximo siglo XXII–, un complejo haz de fenómenos sincréticos en todos los aspectos de la vida cotidiana, desde la comida hasta las artes y literatura, desde el bilingüismo hasta las sensaciones de exilio y de extranjero, de potenciales repatriados e impertinentes visitantes.
Porque más de medio siglo después del intento de asir Lo cubano en la poesía, seguimos con la misma sensación de “estupor ontológico”, de “situación vital en el vacío”. Culpables y víctimas de la formidable estafa castro-comunista, los centros de intuición no pueden situarse ya “bajo especie de fundación” –de la Historia que Paul Valéry criticara– porque los escombros casi no dejan ver ningún horizonte.
Si acaso queda lo cubano como imposible, según el lúcido escepticismo de Enrique José Varona –curiosamente citado por Vitier–, cuyo lema en su papel de cartas parece escrito esta mañana en Hialeah o en Guantánamo: “En la arena fundo y escribo en el viento”. (Aventura, mayo y 2019).
Commentaires