Carlos A. Aguilera: ·Interviú a Herta Müller / Archivo y terror·
Empecé con el collage por motivos completamente banales. Viajaba mucho y en vez de escribir tarjetas postales, me compré estas fichas y después de leer el periódico en el tren, recortaba un par de palabras y además pegaba una foto en el anverso. En el reverso escribía algo y luego ponía la tarjeta en un sobre. Así empezó todo. En algún momento me dio por hacerlo también en casa y empecé a recortar palabras para mí misma. Me había percatado de lo interesante que era y de lo que las palabras aisladas son capaces de hacer. Como las palabras recortadas se iban acumulando sobre una gran mesa y me daba pena botarlas, compré un armario y empecé a engavetarlas para que no se llenaran de polvo. Alguna vez las ordené alfabéticamente, y así hice hasta que conseguí un atelier. En principio no es algo muy distinto a escribir. Tienes esas palabras, compones un texto con ellas y añades la imagen, que es parte del juego. Eso es lo hermoso de la gente que, por ejemplo, hace cine: pueden trabajar todas las dimensiones a la vez. Tienen una foto, un sonido y, por lo general, un trasfondo. Siempre he pensado que en la literatura es una desgracia que todas las palabras haya que colocarlas obligatoriamente una detrás de otra. No es posible proceder de forma simultánea, lo cual es como caminar con muletas. Todo tiene que estar en fila, en orden longitudinal. En cambio, cualquier cosa que hagamos en la vida real, aparece superpuesto y entreverado. Creo también que una parte enorme de todas las cosas que noto o me llaman la atención son visuales; percibo muchísimas cosas con los ojos. Incluso cuando estoy escribiendo un texto siempre tengo que haber visto de antemano las cosas.
El collage es también un desafío, debido a que el tamaño de la tarjeta es muy reducido y ahí ha de caber entera una historia, de lo contrario, no queda espacio disponible. Es como en la vida: lo que no cabe, no cabe, y uno no se puede permitir nada superfluo. Todo debe ser lo más corto posible. Así que, si un texto me sale demasiado largo, no queda otra que acortarlo para que entre en la tarjeta. Abreviar es a veces muy doloroso, ya que me fuerza a suprimir cosas y a decidir qué dejar. Pero aprendo muchísimo de esa experiencia. Sobre todo, que no poseemos ningún idioma propio; dependemos siempre de la lengua de los otros, los que no escriben. A fin de cuentas, no recorto textos literarios, sino periódicos y revistas ilustradas que nada tienen que ver con la literatura. Solo mediante este ensamblaje de lo cotidiano surge lo extraordinario. Es bueno también para la modestia; haciéndolo, no se vuelve uno presumido. Por eso nunca seré uno de esos grandes escritores, como Handke. Nunca dejaré de reflexionar al extremo de creer que deban existir imperios enteros solo para que yo no tenga que revisar mi biografía o cambiar de idea acerca de mi madre....
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