¿POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS? (Notre Dame y la estupidez)

POR Yerandy Pérez

¿POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS?
(Notre Dame y la estupidez)
No hay un día de mi bregar en facebook que no recuerde a Reinaldo Arenas cuando pedía ante la foto de Virgilio Piñera que este le concediera tres de años más de vida para terminar su obra, y de este modo vengarse de casi todo el género humano. Entiendo, o creo entender, a qué parte de ese género se refería el escritor cubano, y el porqué su obra constituye arma y venganza. Creo que lo consiguió.
Ese género que tiene la necesidad vital de que le expliquen todo porque si no, incapaces de arribar a ciertas conclusiones por sí mismos, terminarían ahogados en el marasmo de su mediocridad. Reinaldo quería ahogarlos, y yo quiero que se ahoguen. 

A raíz del incendio de Notre Dame este subgénero sacó su artillería pesada y comenzó a inundar las redes con imágenes y mensajes donde pretendían minimizar la connotación del siniestro parisino ante los incendios forestales de este o aquel lugar, el genocidio de Yemen, la guerra en Siria, el hambre en África y un extenso rosario de calamidades mundiales que existen, existieron, y existirán mientras camine un hombre sobre la tierra. 

Este grupo del que quería vengarse Arenas cree que el resto de la especie desconoce que el mundo está muy jodido, cuando en realidad esta campaña (de banal sentimentalismo) denuncia que ellos no han hecho nada, ni siquiera acordarse de los niños eviscerados de Yemen mientras no hubo una Notre Dame en llamas. Adolecen de sensibilidad para comprender que una joya del arte y de la historia mundial, una de las más reconocidas de Europa, ayer era visitada por miles de personas, creyentes o no, y hoy nadie puede cruzar el umbral de un esplendor que ya no existe, porque lo que sobrevivió casi novecientos años en cinco horas se ha convertido en ruinas. 

A los pobres siempre los tendrán dijo el propio Cristo, pero mañana si París amaneciese sin Notre Dame, o Roma sin el Coliseo, o Londres sin el Big Ben ya no serían las ciudades idílicas que queremos conocer antes de morir, algo se habrá roto. Parafraseando a John Donne, también la muerte de un símbolo me disminuye, porque estoy ligado a él. Los edificios, como las personas, no pidieron ser traídos al mundo, y en la mayoría de los casos los primeros suelen ser más útiles que los segundos.

No creo que sirva de mucho escribir al respecto, el subgénero no lo entenderá, continuará infligiendo remordimiento a través de un avión que se estrelle o una masacre en una escuela norteamericana, convencidos de que esto es más terrible que la destrucción de uno solo de los manuscritos del Mar Muerto. Es su eterna misión que otros continuemos urdiendo nuestra eterna venganza.

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