jeudi 18 avril Jeudi saint 2019
jeudi
18 avril
Jeudi saint 2019
- La Última Cena.
- El Lavatorio de los pies,
- La institución de la Eucaristía y del Sacerdocio
- La oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní
La Última Cena, de Francesco Bassano (Museo del Prado)
Jesús en el Huerto de los Olivos
V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Lucas. 22, 39-46
Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos;
y lo siguieron los discípulos.
Al llegar al sitio, les dijo: "Orad, para no caer en la tentación".
Él se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra
y, arrodillado, oraba diciendo:
"Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz.
Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya".
Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba.
En medio de su angustia, oraba con más insistencia.
Y le bajaba el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo.
Y levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos,
los encontró dormidos por la pena, y les dijo:
"¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación".
MEDITACIÓN
Llegado al umbral de su Pascua,
Jesús está en presencia del Padre.
¿Cómo habría podido ser de otra manera,
dado que su diálogo secreto de amor
con el Padre nunca se había interrumpido?
"Ha llegado la hora" (Jn 16, 32);
la hora prevista desde el principio,
anunciada a los discípulos,
que no se parece a ninguna otra,
que contiene y las compendia todas
justo mientras están a punto de cumplirse en los brazos del Padre.
Improvisamente, aquella hora da miedo.
De este miedo no se nos oculta nada.
Pero allí, en el culmen de la angustia,
Jesús se refugia en el Padre con la oración.
En Getsemaní, aquella tarde,
la lucha se convierte en un cuerpo a cuerpo extenuante,
tan áspero que en el rostro de Jesús el sudor se transforma en sangre.
Y Jesús osa por última vez, ante del Padre,
manifestar la turbación que lo invade:
"¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz!
Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42).
Dos voluntades se enfrentan por un momento,
para confluir luego en un abandono de amor ya anunciado por Jesús:
"Es necesario que el mundo comprenda que amo al Padre,
y que lo que el Padre me manda, yo lo hago" (Jn 14, 31).
ORACIÓN
Jesús, hermano nuestro,
que para abrir a todos los hombres el camino de la Pascua
has querido experimentar la tentación y el miedo,
enséñanos a refugianos en ti,
y a repetir tus palabras de abandono y entrega a la voluntad del Padre,
que en Getsemaní han alcanzado la salvación del universo.
Haz que el mundo conozca
a través de tus discípulos el poder de tu amor sin límites (cf. Jn 13,1),
del amor que consiste en dar la vida por los amigos (cf. Jn 15,13).
Jesús,
en el Huerto de los Olivos, solo, ante el Padre,
has renovado la entrega a su voluntad.
R /. A ti la alabanza y la gloria por los siglos.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Stabat mater dolorosa,
iuxta crucem lacrimosa,
dum pendebat Filius.
El Greco
LA ORACIÓN DE JESÚS EN EL HUERTO DE GETSEMANÍ
Nos refieren los Evangelios que Jesús, terminada la Última Cena, en la que instituyó la Eucaristía y el orden sacerdotal, y dio a sus discípulos el que por antonomasia es su mandamiento: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado», salió con ellos hacia el monte de los Olivos. Por el camino les anunció, una vez más, que eran inminentes los acontecimientos de su pasión, en los que todos le abandonarían.
Llegados al huerto de Getsemaní, donde Jesús se había reunido muchas veces con sus discípulos, se apartó del grupo, tomando consigo a Pedro, Santiago y Juan, a quienes les confió, lleno de pavor y angustia: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo». Pero ni siquiera estos escogidos fueron capaces de acompañarle velando y orando. Jesús fue y vino repetidas veces de la oración a la compañía de sus adormecidos discípulos. A solas, muy a solas, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú»; «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú»; «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra. Finalmente, se levantó de la oración, fue donde los discípulos y les dijo: «¿Cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en tentación; ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores».
Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo numeroso con espadas y palos. El que le iba a entregar les había dado esta señal: «Aquel a quien yo dé un beso, ése es; prendedle». Y al instante se acercó a Jesús y le dijo: «¡Salve, Rabbí!», y le dio un beso. Jesús le dijo: «¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!» Entonces aquéllos se acercaron, echaron mano a Jesús y le prendieron. Los discípulos le abandonaron todos y huyeron.
Mucho es lo que nos ofrece este misterio para la meditación y contemplación: los profundos sentimientos de angustia y tristeza que embargaban el espíritu de Jesús, la situación de soledad y desvalimiento en que se encontró, su entera disponibilidad para cumplir la voluntad del Padre, la trágica concurrencia del amor y amistad de Jesús, la traición de Judas, el odio de las autoridades del pueblo, la cobardía y huida de los discípulos...
María no estuvo aquella noche en Getsemaní. Pero, ciertamente, seguía ansiosa y angustiada los pasos que iba dando su Hijo, y, sin duda, alguno de los discípulos, Juan por ejemplo, iría a contarle enseguida lo ocurrido. Además, ella sabía, cuando menos, tanto como los apóstoles sobre los misterios dolorosos que Jesús les había ido anunciando, con la diferencia de que ella sí entendía y creía la palabra del Señor. También para la Virgen tuvo que ser aquélla una noche atroz de dolor y de pena, compartiendo tanto la tristeza y soledad de su Hijo, como su total adhesión a la voluntad de Dios.
Lucas 22:39-46 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
Jesús ora en Getsemaní
(Mt. 26.36-46; Mr. 14.32-42)
39 Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron.
40 Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación.
41 Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró,
42 diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
43 Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle.
44 Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.
45 Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza;
46 y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis en tentación.
La primera vez que ví al Greco en el Prado caí de rodillas. Solo conocí en Cuba fotos de calidad dudosa en libros de arte de medio pelo. Ese Greco vertical, esos personajes largos y livianos como palomas, un extraterrestre para captar la esencia humana. Lloré, no me avergüenza, lloré en el Prado.
#juevessanto #Getsemaní
Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle.
Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle.
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