¿Hacia dónde va la poesía?
Laura Knight (1877-1970)
The Flower
¿Hacia dónde va la poesía?
Este artículo del poeta norteamericano Charles Simic (1938) forma parte de “Días cortos y largas noches”, título que reúne cincuenta y dos artículos publicados en The New York Review of Books, a lo largo de varios años. Tomado del muro de varias amigas poetas.
Se trata de una pregunta que los poetas se hacen a menudo. La respuesta inmediata es que hacia ningún sitio. Eso no puede ser cierto, estará usted pensando. Habrá leído montones de poemas sobre poetas caminando por el bosque, que se revuelcan por el heno y hasta se van de turismo al infierno. Es cierto. Sin embargo, los poetas, incluso cuando están luchando en una guerra, rara vez se quitan sus zapatillas. ¿No demuestra mi tesis la ceguera de Homero? Apuesto a que cada uno de esos testimonios de las matanzas entre griegos y troyanos y las maravillosas aventuras de Odiseo cruzando el Mediterráneo fueron ideados por Homero mientras esperaba a que su esposa le sirviera el almuerzo.
Seguramente muchos poetas negarán esto. Aquí en los Estados Unidos, se habla con reverencia de la experiencia auténtica. Escribimos poemas sobre los papis que nos llevaron a pescar y nos rompieron el corazón haciéndonos tirar al pez pequeño de nuevo al río. Podemos incluso decir al lector el tipo de coche que conducimos, el año y el modelo, para dar la impresión de que todo es verdad. Esto es porque nos vemos como una especie de periodistas. Como ellos, iremos a cualquier lugar para contar una historia. No se crean una palabra. Como cualquier poeta puede corroborar, a menudo se ve mejor con los ojos cerrados que con los ojos abiertos.
Se preguntarán si lo que estoy afirmando es que la mayoría de las cosas que suceden en los poemas no son verdaderas en absoluto. Nada más lejos de la realidad. Por supuesto que son verdaderas. Es solo que los poetas tienen que emplear una gran cantidad de tiempo para alcanzar la verdad. Como ejemplo, mi caso. Un día, de repente, vuelve a mi memoria el recuerdo de mi abuelo muerto hace mucho tiempo. Mis ojos se humedecen al verlo durante el último año de su vida cojeando con su pata de palo por el patio mientras le tira maíz a las gallinas. Recuerdo el chucho que tenía entonces y lo pongo en un poema. Incluso hay un viejo camión oxidado en el patio. El sol se está poniendo. Mientras mi abuela se está quejando de la estufa, mi abuelo está sentado en la mesa de la cocina pensando en los vaivenes de su vida, en la estupidez del entrenador del equipo de fútbol local y en el olor del guiso de habichuelas que está al fuego. Me gusta lo que he escrito en el papel y me quedo dormido esa noche convencido de que tengo un poema en marcha.
Al día siguiente, no estoy tan seguro. La puesta de sol es demasiado poética, la representación de mis abuelos es demasiado sentimental. Creo que muchas cosas sobran. Semanas más tarde –no puedo dejar de toquetear el poema– llego a la conclusión de que el viejo perro descansando en el patio rodeado de gallinas picoteando es lo que más me gusta. El sol que brilla alto en el cielo, un cerezo en flor y mí abuelo están completamente fuera del poema. Como era de esperar, no sé si el poema acabará existiendo alguna vez. Solo Dios lo sabe. Yo no trato de entrometerme en su negocio. Afino el oído y me quedo mirando fijamente la página en blanco hasta que una palabra o una imagen viene a mí. El poema no requiere de nada genuino, o así lo he aprendido yo al menos. Eso hace que escribir poesía sea una empresa incierta y a menudo exasperante. Mientras sucede, no hay nada que hacer salvo esperar. Emily Dickinson miró por la ventana de una iglesia al otro lado de la calle: “Me asomo desde la ventana a la temprana oscuridad que se cierne sobre los campos de profunda nieve”.
“La poesía vive en una utopía perpetua de sí misma”, escribió William Hazlitt. Se espera que un poema surja de todos esos márgenes y vacilaciones y que luego salga al mundo para convencer a un completo extraño de que lo que describe sucedió realmente. Si se trata de una persona afortunada, puede que se lleve el poema a la cama o de vacaciones a una isla tropical. Un poema es como la chica de la fiesta que se besa con todo el mundo. No, un poema es un secreto compartido por personas que nunca se han conocido. En comparación con otras artes, los poetas pasan mucho de su tiempo rascándose la cabeza en la oscuridad. Es por eso que el viaje que prefieren hacer va a ser a la cocina, para comprobar si hay algo de jamón asado y cerveza fría en la nevera.
Seguramente muchos poetas negarán esto. Aquí en los Estados Unidos, se habla con reverencia de la experiencia auténtica. Escribimos poemas sobre los papis que nos llevaron a pescar y nos rompieron el corazón haciéndonos tirar al pez pequeño de nuevo al río. Podemos incluso decir al lector el tipo de coche que conducimos, el año y el modelo, para dar la impresión de que todo es verdad. Esto es porque nos vemos como una especie de periodistas. Como ellos, iremos a cualquier lugar para contar una historia. No se crean una palabra. Como cualquier poeta puede corroborar, a menudo se ve mejor con los ojos cerrados que con los ojos abiertos.
Se preguntarán si lo que estoy afirmando es que la mayoría de las cosas que suceden en los poemas no son verdaderas en absoluto. Nada más lejos de la realidad. Por supuesto que son verdaderas. Es solo que los poetas tienen que emplear una gran cantidad de tiempo para alcanzar la verdad. Como ejemplo, mi caso. Un día, de repente, vuelve a mi memoria el recuerdo de mi abuelo muerto hace mucho tiempo. Mis ojos se humedecen al verlo durante el último año de su vida cojeando con su pata de palo por el patio mientras le tira maíz a las gallinas. Recuerdo el chucho que tenía entonces y lo pongo en un poema. Incluso hay un viejo camión oxidado en el patio. El sol se está poniendo. Mientras mi abuela se está quejando de la estufa, mi abuelo está sentado en la mesa de la cocina pensando en los vaivenes de su vida, en la estupidez del entrenador del equipo de fútbol local y en el olor del guiso de habichuelas que está al fuego. Me gusta lo que he escrito en el papel y me quedo dormido esa noche convencido de que tengo un poema en marcha.
Al día siguiente, no estoy tan seguro. La puesta de sol es demasiado poética, la representación de mis abuelos es demasiado sentimental. Creo que muchas cosas sobran. Semanas más tarde –no puedo dejar de toquetear el poema– llego a la conclusión de que el viejo perro descansando en el patio rodeado de gallinas picoteando es lo que más me gusta. El sol que brilla alto en el cielo, un cerezo en flor y mí abuelo están completamente fuera del poema. Como era de esperar, no sé si el poema acabará existiendo alguna vez. Solo Dios lo sabe. Yo no trato de entrometerme en su negocio. Afino el oído y me quedo mirando fijamente la página en blanco hasta que una palabra o una imagen viene a mí. El poema no requiere de nada genuino, o así lo he aprendido yo al menos. Eso hace que escribir poesía sea una empresa incierta y a menudo exasperante. Mientras sucede, no hay nada que hacer salvo esperar. Emily Dickinson miró por la ventana de una iglesia al otro lado de la calle: “Me asomo desde la ventana a la temprana oscuridad que se cierne sobre los campos de profunda nieve”.
“La poesía vive en una utopía perpetua de sí misma”, escribió William Hazlitt. Se espera que un poema surja de todos esos márgenes y vacilaciones y que luego salga al mundo para convencer a un completo extraño de que lo que describe sucedió realmente. Si se trata de una persona afortunada, puede que se lleve el poema a la cama o de vacaciones a una isla tropical. Un poema es como la chica de la fiesta que se besa con todo el mundo. No, un poema es un secreto compartido por personas que nunca se han conocido. En comparación con otras artes, los poetas pasan mucho de su tiempo rascándose la cabeza en la oscuridad. Es por eso que el viaje que prefieren hacer va a ser a la cocina, para comprobar si hay algo de jamón asado y cerveza fría en la nevera.
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