Georg Trakl murió un 3 de noviembre de 1914 por una sobredosis de cocaína
Fernand Khnopff, Incense, 1898
Salmo
Dedicado a Karl Kraus
Es una luz que el viento ha apagado.
Es una taberna que un borracho abandona en la tarde.
Es una viña, quemada y negra, con hoyos llenos de arañas.
Es una habitación blanqueada con leche.
El loco ha muerto. Hay una isla del mar del Sur,
que recibe al dios del sol. Se tocan los tambores.
Los hombres ejecutan danzas guerreras.
Las mujeres balancean las caderas con lianas y flores de fuego
cuando el mar canta. Oh nuestro paraíso perdido.
Las ninfas han abandonado los bosques áureos.
Se sepulta al forastero. Luego se alza una lluvia destellante.
Aparece el hijo de Pan en la forma de un cavador,
que al medio día duerme sobre el ardiente asfalto.
¡Son muchachitas en un patio con vestiditos de una pobreza desgarradora!
Son cuartos llenos de acordes y sonatas.
Son sombras, que ante un cegado espejo, se abrazan.
En las ventanas del hospital buscan calor los convalecientes.
Un barco blanco de vapor lleva canal arriba sangrientas plagas.
La extraña hermana aparece de nuevo en los sueños angustiosos de alguien.
Reposando bajo el arbusto del avellano juega con las estrellas de él.
El estudiante, tal vez un doble, la mira largamente desde la ventana.
Tras de él está parado su hermano muerto, o baja por la vieja escalera de caracol.
A la sombra de los sordos castaños palidece la figura del joven novicio.
El jardín está en el anochecer. En el claustro los murciélagos revolotean.
Los hijos del conserje dejan de jugar y buscan el oro del cielo.
Acordes finales de un cuarteto. La pequeña ciega corre temblando a través de la alameda
y más tarde su sombra toca a lo largo de fríos muros,
rodeada de cuentos y de leyendas sacras.
Es un bote vacío que al anochecer desciende por el canal.
En las tinieblas del viejo asilo se deshacen ruinas humanas.
Los huérfanos muertos yacen a lo largo de la pared del jardín.
De los grises cuartos salen ángeles con las alas manchadas de fango.
Gusanos gotean de sus párpados amarillentos.
La plaza frente a la iglesia es sombría y silenciosa como en los días de infancia.
Sobre sus alas plateadas se deslizan vidas anteriores
y las sombras de los condenados descienden hacia aguas suspirantes.
En su tumba el mago blanco juega con sus serpientes.
Silenciosos sobre el Calvario se abren los ojos dorados de Dios.
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