Margarita García Alonso: nieve en las manos Publicado el enero 5, 2011 por Ladislao Aguado

Margarita García Alonso: nieve en las manos
Publicado el enero 5, 2011 por Ladislao Aguado




La poesía puede llegar a ser memoria. No la escribimos. Llevamos los versos ya aprendidos y creemos que nuestra vida queda justificada en ellos, mientras, a nuestro alrededor, la realidad se complace con otros momentos.


Pero cada quien tiene sus maneras de contar el mundo. Y el mundo a veces sólo admite ser contado en versos que transcribimos al papel, como si lo supiéramos de memoria, como si toda nuestra urgencia se resumiera en establecer una explicación sobre nosotros mismos, un modo de organizar un caos que nos es ajeno y, sin embargo, nos alcanza.
Hace dos semanas que leo Maldiccionario, (Editions Hoy no he visto el paraíso), de Margarita García Alonso y cada vez que regreso a él, me pregunto por qué lo hago. Y la mejor de todas las respuestas: porque parece un álbum de fotos.

No son poemas, sino instantáneas de una vida apuntalada con palabras. Están los rostros de una familia que no conozco. Sobre la cama y en los rincones de varias habitaciones, una mujer se procura (a veces sin conseguirlos) algunos momentos de felicidad. Al fondo los hombres cruzan. Y las ciudades arman un telón que no alcanza a precisar un nombre.

Leo como si pasara las páginas de cartón de un álbum de fotografías, donde alguien me cuenta su mejor historia. Al menos, la que en ese instante tiene preparada para mí. Y es buena. Tal vez porque esos versos están escritos de memoria o la vida, sólo consigue cierto esplendor cuando uno la transcribe.

Pero no me crean, con leer les bastará:

Huídas

“No me he hecho, me han hecho”.
Goethe

Huí de lo que representaba esfuerzo y sobre todo
de la ventana donde vi pasar a Madame Bovary,
al perro, al descendiente de vikingo
con el pelo rojizo en las axilas.

Huí del óleo que latiga mi vientre,
envenena las manos y salta a los muebles,
se enmaraña en mi pelo como una legión de enemigos.

Huí del aguarrás que come iris, vista, desvelo
Huí de la cola de conejo que seca, mata, e impone
esta imagen de drogada que deambula
hasta el estante de cigarrillos negros.

Huí de la palabra que doma,
del frasco en que piensa la gente,
del murmullo que desmiembra si mi nombre
no aparece en la sección de conocidos locales,
autorizados o negados poetas que chocan dientes
en el interior de pequeños embases
donde depositan la herencia.

Huí del campo donde jamás asenté cabeza
en noche silenciosa, sin grillo, luna,
huí de donde perdí el gusto por la charla,
enfondada en botas de cuero rústico, enlodadas
por la marcha en el bosque, vi el reflejo
de todo lo que vendrá al humano.

Huí del barranco en el que solía ser Mer de la Manche
sin interesarme el último estreno.
Huí de mi apego a rumiar pasiones despiadadas,
huí de mi madre que cuenta el pulso,
desde la sombra me retiene en muchacha.

Huí de mi hija, huí pavorosa arrastrando el mantel,
la alivié de mi inútil presencia con mí
carreta desvencijada por los viajes que no puedo hacer
a cierta isla, y los largos inviernos.

Huí de las cajas repletas de cartas,
veinte años de exilio en sobres amarillos,
sellos de mariposas de un país que encierra
al Hombre en un friso que nunca acaba.
Huí del indolente, del acuchillador
con la herida redonda del ombligo
la tripa colgando, enredándose en los caminos.

Huí del pasajero incierto que toma vino
en la despedida aclaré que no hago promesas.
Huí de mí que era la muerte y la escasez de recursos.
No existe aún una sola razón para quedarme.

Le blanc souci.

« Le blanc souci de notre toile ».
Mallarmé.

La blanca tela anuncia nieve en mis manos.
El trazado llega a la bisabuela.
Golpea el lino que cubre y quiebra
en presencia de un secuestro.

¿Quién decide esconderse en la tinta y nombrar?
¿Quién eludió el retrato y onduló mis cabellos,
¿Cuántos pigmentos rayaron mis ojos?
¿El mundo de ahora estaba hecho en el sueño de
mi primera mujer sin nombre, la viciosa maga
que ordenaba telas con crujido de almidón?
¿Sabía leer o me dejó la oscuridad?
¿Sabía elaborar pociones, desvanecerse en el sexo?
¿Fue comprendida su caligrafía entre
carruajes y cegueras?
¿Queda la gracia del gesto, la ironía,
el encantamiento?
¿El amante maldito dejó nombre?
¿Qué sutileza en los ovarios, qué pereza
y semejanza al bulbo la preñó?
¿Obtuvieron causa, hubo rondas, destilaron vinos?
¿Qué llena el ánfora de mi pecho que la siente
incomprendida y yo portadora de ir más lejos?

¿Hubo esterilidad, suicidios, hundimientos?
Alguien debe ser la causa de mis genes mal puestos.
El himen de mi madre fue arrasado bajo el murmullo de comadrillas.
¿Es qué sangró por todas?
Mi abuela fue al norte tomando la mano de Gerardo Sabas, el querubín de la leche fresca.
¿Por qué solo fueron setenta años de encuentro?
¿Qué leyó en la Tora el día de mi nacimiento?
Mi hija delicia con la uña, hinca mi ignorancia,
de sucesivas sé que es grave la tripa,
¿quién nos dejó escondites en las entrañas?
¿Quién me ha marcado este amor complejo,
estos desalientos?
Me encuentro impaciente de nominar culpables.
He sido penetrada por sucesivas enredaderas,
anduve sola traduciéndolas, traduciéndome
a una lengua extraña, incesantemente en dudas,
vaciando palabras, contando letras.
En mi cábala enloquezco
de este salto que me arroja secretos.
¿Cómo confesar que fui fractura,
exiliada oscura en la noche de Europa?
Mujer unida a muertas fugaces, mujer alimento
de aves de paso y amé por ellas, amé en variantes
e incesantes perdidas a un solo hombre.
He llegado al contorno de mi sombra, mi perfil
se desbarata con la edad y el triste ademán
de la pluma que cae.
Devoro el índice, la luz talla el orificio
que fluye hacia la nada
de eso que fueron hechas y yo carezco.

Maldicionario

“El gran cansancio de la existencia no es más, tal vez, que el enorme trabajo que nos tomamos para ser razonables durante veinte, cuarenta años y más, para no ser simple y profundamente uno mismo, es decir: inmundo, atroz y absurdo.
Céline.

Como el río tajante, no el afluente ni el remanso,
como el caudal de agua arribo
a la edad donde todo es permitido.
Pez con pluma sumergido en la tinta del desvelo
mancha negra y amarga la lengua.
El “caso” es feo-dice San Juan-
en la montaña presiente que volverán los elementos.

La copa de los arboles desciende a mi mano,
el ramaje, la evaporación subterránea me ilumina
y considero estéril la pervivencia sin ti.
De Aans la contracifra, su ojo rasgado, el puñal,
el zarcillo, el vino que desciende de la vecindad,
al pliegue de silencio.

El príncipe impone el baile descompuesto
delante de doncellas iletradas que se resisten
a escupirme si doy lengua al trapo
y sacudo mutilaciones en la vía pública.

Miradas bajo un tren que derrapa, pero este cuerpo,
este cuerpo no toca ángel, hastía.
Mal de amada, “malamada” ejerzo en Fuencarral
cabeza baja, buscando el paso.

Mi ancianidad frente al rustico mancebo
que parafrasea profecías, la daga y la burla
de la mañana a la noche durante novecientos días.
Donde metí el pie caí fatal en una muralla de insectos.
El Pinus-conus de Canadá suspendido a la nube
cobija agujas y desaparece en los granos de bellota
donde la sabiduría falsa entretiene al relámpago.
El poder de la burla diezma al rebaño
que pasta bajo el vendaval.
Con ruidoso trueno Aans levanta guarida.
Como pieza mal cortada tiño canas
-firme el color por tres semanas-
mientras Aans moretea el vacío que desciende
a Dos de Mayo, desvaneciendo toda ilusión.

Mi cabeza encristalada, la comisura del labio caída.
A cada despertar paso cuchilla a la textura,
nada de carne, huesos, restos…
Aans te “vaginaré” demencias, agitaré hilos de letras
te haré caos y maldeciré un libro.






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