Epílogo
a quien le hicieron la peor caricatura del siglo,
y cuando bajaba las escaleras
le metieron hierbas en la boca,
y se siente dichoso con su pene a la derecha;
el frustrado bufón de su nostalgia.
Yo soy el feo, el católico, el bobo,
el provinciano que canta en el coro de la iglesia,
el promiscuo defensor de la pureza.
No me consuelen,
no espoleen el placentero costo de mis vísceras.
Yo soy el que vomita mis heroicidades,
el antipático, el roñoso,
el que se encorva ante la verja.
Yo soy la espina, el sofisma,
la posteridad, y nadie me cree;
tengo dos viejos pánicos y uno me desconoce,
y se acerca por las noches,
y mira a mi mujer mientras se desnuda.
Yo soy yo mismo y nada me condena,
no se confundan,
soy lo que todos esperan al final de la fuga,
el imperio, la fortuna,
y la soledad de un niño que ha visto nacer a su padre.
Yo soy la replica, el Jesucristo, la comarca,
yo soy la réplica, el multihéroe,
la vergüenza;
y me place usarlos muy humanamente
y me siento ridículo,
y les cierro las puertas a los ofendidos.
Yo soy nombrado hacia la luz,
y busco y cuelgo en los desórdenes,
y me río de ustedes que no conocen
al otro cobarde que hay en mí,
que reparte los bancos a los pájaros,
que se pone a picotear solo en los clítoris.
Yo soy el feo, el que me junto,
el que mezcla los vinos, pero no la cabeza,
pero no revuelto y brutal de su nostalgia.
tengo un corazón y dos ramas de muérdago,
escribo lo mismo que ustedes
y como ustedes, no descubro nada,
ni, aunque saque la lengua y me la tejan.
Está bien si lo dicen,
yo soy el feo, el que se repite
y va a todas partes sin la ofrenda,
y viene de lo oscuro y en lo oscuro
hago lo que ninguno de ustedes.
Porque yo soy el feo no me complacen,
pero si no fuese feo, envidiado y egocéntra,
¿a quién ustedes le cantarían el himno del desterrado?
Yo soy el feo, el que más tiembla,
el que todas las noches alumbra a la virgen,
la victrola de un bar, el fecundado de las calles
y los huesos del niño que vio nacer a su padre.
Yo soy un tren, mi espíritu,
mi delirio de persecución —esta es mi ley, ya se los dije—;
yo soy el feo,
el pecador que ante ustedes y ante Dios ya se confiesa:
cuando Juan nació, ya todo estaba repartido,
aunque me elijan dueño de las casas de la ciudad,
guarden mi cruz de polvo en los cementerios,
y mis padres duerman el mismo silencio por separado.
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