Constantin Korovin
Constantin Korovin
Sea lo que sea lo que lleve en la mano, un punzón, un junco,
una pluma de ave o un bolígrafo,
Dondequiera que esté, sobre las baldosas de un atrio, en la
celda de un claustro, en un salón frente al retrato de
un rey,
Atiendo asuntos que me han encargado en las provincias.
Y comienzo, aunque nadie puede explicar por qué y para qué.
Tal como lo hago ahora, bajo una nube azul oscuro con un
destello de azabache.
Los sirvientes están ocupados, lo sé, en cámaras subterráneas,
Haciendo crujir rollos de pergamino, preparando la tinta de
color y la cera de los sellos...
*
Vastos territorios. Brumosos trenes parpadeantes.
Los niños caminan junto a un descampado, todo es gris más
allá de una aldea estonia.
Royza, capitán de la caballería. Mowczan. Furiosos
ventarrones.
Nunca más me arrodillaré en mi pequeño país, junto a un río,
Para que lo pétreo en mí se pueda disolver,
Para que nada quede sino mis lágrimas, lágrimas.
Czeslaw Milosz
Sea lo que sea lo que lleve en la mano, un punzón, un junco,
una pluma de ave o un bolígrafo,
Dondequiera que esté, sobre las baldosas de un atrio, en la
celda de un claustro, en un salón frente al retrato de
un rey,
Atiendo asuntos que me han encargado en las provincias.
Y comienzo, aunque nadie puede explicar por qué y para qué.
Tal como lo hago ahora, bajo una nube azul oscuro con un
destello de azabache.
Los sirvientes están ocupados, lo sé, en cámaras subterráneas,
Haciendo crujir rollos de pergamino, preparando la tinta de
color y la cera de los sellos...
*
Vastos territorios. Brumosos trenes parpadeantes.
Los niños caminan junto a un descampado, todo es gris más
allá de una aldea estonia.
Royza, capitán de la caballería. Mowczan. Furiosos
ventarrones.
Nunca más me arrodillaré en mi pequeño país, junto a un río,
Para que lo pétreo en mí se pueda disolver,
Para que nada quede sino mis lágrimas, lágrimas.
Czeslaw Milosz
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