Las flores de Odilon

Odilon Redon



Autobiografía de un niño

a Robín Martínez

LUIS MARIMON

Perplejo ante la oquedad de esta noche que me aterra,
vencido por las crueles
distancias y juegos de los niños
recojo del arca los trajes que recorrí en la vida:
pirata, poeta, sepulturero;
las flechas que mojé en el
árido corazón de los pretendientes,
el tazón donde bebí la amarga
leche de las vacas del sol,
el collar de cascabeles cuando era bufón.
Me he mirado por última vez en el espejo
y nada he visto:
mi ceguera es verde y está llena de alacranes.
En la alforja irán también los mágicos grimorios,
algún que otro libro de maldiciones,
el caldero de brujo, la sotana de aquella vez
cuando quise tapiar como un canalla mi desesperanza
e irme volando, para siempre en un barco de bruma
cuyo mascarón de proa se arrancó los senos contra los
acantilados.
El camino se hizo para escupirlo, 
los templos para amarrar a mi madre loca, 
las tabernas, para mostrar estos tatuajes de viviente
sangre
y beber con las putas de ese corrompido vinagre 
que falsifican los que están muy tristes. 
Vi las sirenas ya ancianas que el tiempo despierta,

la vaguedad de las ruinas recostadas contra el mismo
horizonte.
He muerto tantas veces que existir da lo mismo 
y subo al pescante del primer carretón que pasa. 
Extravagante es el crudo misterio que me habita: 
cuchillo que lancé al cielo 
y otro día regresó para matarme. 
Es que cada hombre siempre precisa huir de sí, 
escapar de ese saco de huesos que lleva por piel, 
irse lejos, nutrirse de esa anémica hierba 
que comen los chacales y la cabras. 
Agrio, he buscado la vida degollando mariposas, 
atrapando lunas moribundas en los manantiales... 
(Por cada noche que transcurre hay una luna diferente.) 
No hay, no tengo
solución: la vida es un vértigo sucio 
donde más de una vez me he inclinado 
ante esos espíritus que se comieron a mis hijos. 
Luchar contra la muerte, el amor 
y todas esas cosas de incierto vacío que llevamos...

Ven... esta tarde iremos al santuario en ruinas
donde nos perdimos entre el eco de la arboleda
y te coroné de espinas
y te convertí en la sibila amarga de este macho cabrío.
Pero esta es también otra historia:
la de un muchacho triste que era más gris
que esa balandra sucia que se llevó a su amigo.
Sólo el hombre puede ser diverso.
Los animales no pueden ser profundidad y cuchillo,
distancia y verso.

Ahora es tiempo de creer en el silencio,
de marchar con los gitanos que toda madrugada
engendra.
Perplejo ante la oquedad mohosa recorro el tránsito 
sin darme cuenta.
Y ahora, a la hora de decir que tengo miedo, 
me armo de símbolos y silogismos 
como aquel viejo que se armó con una espada opaca 
y un caballo 
que casi era un insulto.

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