No hay paz en las poetas.
Una revista de moda incluye el horno con el que se suicidó Sylvia Plath como parte de su look
La edición española de Glamour frivoliza con el suicidio de la poeta, que abrió la espita de gas en 1963, añadiendo un horno rosa a su vestimenta, además de reproducir su estilo con un abrigo de Benetton y unos mocasines de Gucci, Glamour incluye una cocina con tres hornos de gas de 4.340 euros. De color rosa, para más inri.
Plath, considerada una de las mejores poetas contemporáneas en lengua inglesa, se suicidó en 1963 abriendo la espita de gas de su cocina. La autora, que tenía 30 años, había luchado contra la depresión desde la muerte de su padre cuando solo era una niña. También pasó por un matrimonio tumultuoso con el escritor Ted Hughes, con el que tuvo dos hijos, así como por un aborto y un intento de violación.
A través de su poesía confesional y sus novelas, Plath se desgarraba de forma feroz y detallaba algunos de sus episodios más íntimos, como el primer intento de suicidio en la universidad, que cuenta en La campana de cristal (1963). También habló de las distintas formas de afrontar la maternidad, desde el instinto a la depresión, en su poema Las tres mujeres, concebido para ser leído en voz alta en la BBC. Gran parte de su obra fue editada tras su muerte por Ted Hughes.
Aunque su familia siempre ha guardado celosamente cualquier documento sobre su vida personal y su muerte, el suicidio de la poeta ha despertado un interés inusitado. El 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath acunó a sus dos hijos, de tres y un año, bajó a la cocina, metió la cabeza en el horno y abrió la espita.
Esos detalles han dado lugar siempre a multitud de chascarrillos y frivolidades. Esta revista de moda ha sido la última en sumarse al carro de la descortesía, no solo con su desafortunado complemento al outfit, sino recomendando también un libro para colorear en lugar de alguna de sus mejores obras, como El Coloso (1960) o Ariel (1965).
Lady Lázaro.
Lady Lazarus, Sylvia Plath (1932-1963)
He vuelto a hacerlo.
Una vez por decenio
me las compongo...
Especie de milagro andante, mi piel
que destella como una pantalla de lámpara nazi,
mi pie derecho
pisapapeles,
mi rostro sin rasgos, delicada
tela judía.
Arráncame el paño,
oh enemigo mío.
¿Infundo terror?...
¿La nariz, las cuencas de los ojos, todos los dientes?
El aliento agrio
en un día se irá.
Pronto, pronto la carne
que devoró la tétrica caverna
en mí estará a sus anchas
y seré una mujer que sonríe.
No tengo más que treinta años.
Y, al igual que los gatos, siete ocasiones para morir.
Ésta es la Número Tres.
¡Qué basura
a aniquilar cada diez años!
¡Qué millón de filamentos!
La multitud de mascacacahuetes
se apelotona para mirar
cómo me desenvuelven de pies y manos
¡Gran strip-tease!
Caballeros señoras:
éstas, pues, son mis manos.
Mis rodillas.
Puedo estar en los huesos,
pero, no obstante, sigo siendo la misma idéntica mujer.
La primera vez que sucedió yo tenía diez años.
Fue un accidente.
La segunda vez estaba decidida
a seguir hasta el fin, a no regresar nunca.
Meciéndome, me cerré
como una concha.
Tuvieron que llamarme una y otra vez,
que arrancarme uno a uno los gusanos, como perlas pringosas.
Morir
es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Tan bien, que parece un infierno.
Tan bien, que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de vocación.
Es bastante fácil hacerlo en una celda.
Es bastante fácil hacerlo, y quedarse esperando.
Es la teatral
reaparición a pleno día,
en el mismo lugar, ante la misma cara, al mismo bestial
y divertido grito
-¡es un milagro!-,
que te deja inconsciente.
Hay que pagar,
por verme las cicatrices; hay que pagar
por escucharme el corazón...
Late de veras.
Y hay que pagar; hay que pagar muchísimo,
por palabra o contacto,
o un poquito de sangre
o un jirón de mi pelo o de mi ropa.
¿Y pues, Herr Doktor?
¿Y pues, Herr Enemigo?
Soy tu opus,
soy tu inversión,
el bebé de oro puro
que se funde en un grito.
Me doy vuelta y me abraso.
No creas que no estimo tu preocupación en todo lo que vale.
Ceniza, ceniza...
que eres tú quien atiza y quien remueve.
Carne, hueso, no queda nada...
Una pastilla de jabón.
Un anillo de boda.
Un empaste de oro.
Herr Dios, Herr Lucifer;
tened cuidado,
tened cuidado.
De las cenizas
con el cabello rojo me levanto
y me como a los hombres como aire.
Commentaires