Rosario senil para poeta virginal, de Manuel Sosa.
KANDINSKY ° Amsterdam.
Si lloras, no escribas. Si escribes, no llores.
No dejes que tu cielo sea azul ni que tu noche sea oscura.
Si todos comulgan contigo y te vitorean, cambia urgentemente de retórica. Aunque es posible que ya sea demasiado tarde.
No sigas recetas, ni fórmulas. Puedes empezar por dejar de leer esta lista.
No andes por la vida como si tuvieras un palo metido por el culo, que para eso están los pavorreales.
Recuerda que la rima es un medio, no un propósito.
No te sometas al juicio de una tertulia de idiotas, de esos que cortan y pegan palabras como costureras frígidas.
Huye del diccionario como lo harías de un viejo leproso.
Escribe como si nadie jamás fuera a leerte.
Si en lugar de “bosque” insistes en usar ‘floresta”, date una ducha fría antes de regresar a la página.
No le temas al ridículo o la infamia, que el poeta está más cerca del bufón que del hidalgo.
Si eres puta, tortillera, maricón o mujeriego, enhorabuena. Pero no hagas carrera literaria a costa de ello.
No te pongas a desarmar aquello que en principio no seas capaz de armar por ti solo.
Si te aprendieras de memoria un poema tuyo, no se te ocurra (jamás) recitarlo en público.
Aléjate de coprófagos y panegiristas; si no conoces esos términos, reevalúa tu relación con el lenguaje.
Absorbe un poco de todos, sus disparates y aciertos; pero a la hora de escribir no absorbas de nadie.
Si comes como Lezama Lima no cagues como Nicolás Guillén.
Deja que el clítoris florezca en la alcoba, no en la cuartilla. Y de paso, deja tranquilo al pubis, los pezones, los orgasmos y todo eso. Ya sabes, la alcoba.
No te dejes engatusar por ninguna antología ni por maquilladores de academia.
Nunca, nunca aplaudas a alguien que lleve uniforme.
No cometas el error de morirte demasiado tarde.
© Manuel Sosa
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