"La escuela del escritor es la vida misma"

Berthe Morisot


"La escuela del escritor es la vida misma"

Texto: Oriana Fallaci
Tomemos un ejemplo personal de mi novela Un hombre , ese capítulo donde relato los años en prisión de Alekos Panagulis, confinado en soledad a una celda. Nunca estuve presa, no hasta ahora. Nunca experimenté lo que significa la soledad de una celda. Y nunca fui hombre. Y sin embargo pude contarlo bastante bien, según me han dicho, y alguien que fue prisionero político durante varios años se quedó desconcertado por la precisión con la que describo en ese libro la atrofia mental y física que provocan la falta de diálogo con otros y el tener que pensar sin recibir información nueva, recurriendo solamente a los sedimentos de nuestra memoria. "¡Es exactamente así! -exclamó esa persona-. ¿Fue Alekos (protagonista del libro) quien se lo contó?" No, no me lo contó. Me había contado muchas cosas de los años transcurridos en confinamiento solitario, pero esto no había surgido. "¿Y usted cómo hizo para saberlo?", insistió. "Me lo imaginé", respondí. El motivo por el cual un escritor es capaz de todo eso, en mi opinión, es que la verdadera escuela del escritor es la vida misma, empezando por la propia. Y dado que su trabajo principal es observar la vida, empezando por la propia, jamás separa su trabajo de su vida personal. No se desconecta nunca. Todo lo que hace, prueba, piensa, ve, entiende ingresa en su escritura como un líquido vertido en una botella a través de un embudo. Incluso cuando duerme y sueña. Incluso cuando ama y hace el amor. Y como es consciente de ello, nunca está satisfecho. Y en el proceso de escritura, reinventa la realidad, la dilata, quiere que la verdad sea más verdadera que la verdad, arrancándole a la crónica periodística o a su vida personal un episodio particular para universalizarlo. Si había un hombre que no se parecía a ningún otro, ése era Alekos: el hombre de mi libro. Y sin embargo, me sorprendí al constatar, por la cantidad de cartas que me enviaron, que muchas de las personas que habían leído el libro se identificaban con mi protagonista. La más desconcertante fue la carta de una abuela de Milán. ¿Qué podría tener que ver una abuelita de Milán con un héroe griego en la treintena que intenta hacer volar por los aires el auto de un dictador y ocho años más tarde muere asesinado en un auto? Bueno, en su carta ella me escribe: "Alekos soy yo". Y aunque sigo preguntándome por qué, en qué sentido, creo que verdaderamente pensaba eso.

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