Credo


The Secret Player 1927

Rene Magritte


Credos
Después del amor, los amantes se han quedado tendidos, en silencio, mirando sin ver el cielorraso del cuarto a oscuras. Mientras fuman, los dos cigarrillos parecen lentas luciérnagas de un mínimo universo.
- Oye, dime. ¿tú crees en Dios? Nunca hablamos de eso.
- A veces sí creo. Hace unos minutos, por ejemplo.
- Te digo en serio, chico. Si tú crees que hay un Dios, allá arriba o donde sea…?
- Una vez te dije. 
- Sí, pero no entendí bien...
- Es que no es fácil.
-¿Cómo era la cosa?
- Te dije: Yo creo que existe y que no existe.
- Y eso como se entiende.
- No hay nada que entender. Yo lo siento así. Es y no es, Está y no está. 
- Por eso es infinito.
- Precisamente. Lo cogiste. 
- Está bueno eso. Pero yo lo siento diferente.
- No importa, amor. Lo que tú sientas esta noche, también es verdad.

Mientras conversan, las dos puntas encendidas y su fugaz estela naranja van trazando en la noche los signos de un nombre impronunciable y eterno.
Dios los mira, y sonríe.
Y por un instante, sólo para ellos existe.

(José María Vitier-Marruz)

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