después de esto, no tienes que ser nunca novia de nadie sino mía
Just because.
LAS AVENTURAS DE TOM SAWYER. (Fragmento)
Mark Twain.
Mark Twain.
Él volvió la cara. Ella se inclinó tímidamente, hasta que su aliento agitó los rizos del muchacho, y murmuró: «Te amo».
Después huyó corriendo por entre bancos y pupitres, perseguida por Tom, y se refugió al fin en un rincón tapándose la cara con el delantalito blanco. Tom la cogió por el cuello.
-Ahora, Becky -le dijo, suplicante-, ya está todo hecho..., ya está todo menos lo del beso. No tengas miedo de eso..., no tiene nada de particular. Hazme el favor, Becky. Y la tiraba de las manos y del delantal.
Poco a poco fue ella cediendo y dejó caer las manos; la cara, toda encendida por la lucha, quedó al descubierto, y se sometió a la demanda. Tom besó los rojos labios y dijo:
Ya está todo acabado. Y ahora, después de esto, ya sabes: no tienes que ser nunca novia de nadie sino mía, y no tienes que casarte nunca con nadie más que conmigo. ¿Quieres?
-Sí; nunca seré novia de nadie ni me casaré más que contigo, y tú no te casarás tampoco más que conmigo.
-Por supuesto. Eso es parte de la cosa. Y siempre, cuando vengas a la escuela o al irte a casa, tengo yo que acompañarte cuando nadie nos vea; y yo te escojo a ti y tú me escoges a mí en todas las fiestas, porque así hay que hacer cuando se es novia.
-¡Qué bien! No lo había oído nunca.
-Es la mar de divertido. Si supieras lo que Amy Lawrence y yo...
En los grandes ojos que le miraban vio Tom la torpeza cometida, y se detuvo, confuso.
-¡Tom! ¡Yo no soy la primera que ha sido tu novia!
La muchachita empezó a llorar.
-No llores, Becky -dijo Tom-. Ella ya no me importa nada.
-Sí, sí te importa, Tom... Tú sabes que sí.
Tom trató de echarle un brazo en torno del cuello, pero ella lo rechazó y volvió la cara a la pared y siguió llorando. Hizo él otro intento, con persuasivas palabras, y ella volvió a rechazarlo. Entonces se le alborotó el orgullo, y dio media vuelta y salió de la escuela. Se quedó un rato por allí, agitado y nervioso, mirando de cuando en cuando a la puerta, con la esperanza de que Becky se arrepentiría y vendría a buscarlo. Pero no hubo tal cosa. Entonces comenzó a afligirse y a pensar que la culpa era suya. Mantuvo una recia lucha consigo mismo para decidirse a hacer nuevos avances, pero al fin reunió ánimos para la empresa y entró en la escuela.
Becky seguía aún en el rincón, vuelta de espaldas, sollozando, con la cara pegada a la pared. Tom sintió remordimientos. Fue hacia ella y se detuvo un momento sin saber qué hacer. Después dijo, vacilante:
-Becky, no me gusta nadie sino tú.
No hubo más respuestas que los sollozos.
-Becky -prosiguió implorante-, ¿no quieres responderme?
Más sollozos.
Tom sacó su más preciado tesoro, un boliche de latón procedente de un morillo de chimenea, y lo pasó en torno de la niña para que pudiera verlo.
-Becky-dijo-, hazme el favor de tomarlo.
Ella lo tiró contra el suelo. Entonces Tom salió de la escuela y echó a andar hacia las colinas, muy lejos, para no volver más a la escuela por aquel día. Becky empezó a barruntarlo. Corrió hacia la puerta: no se le veía por ninguna parte. Fue al patio de recreo: no estaba allí. Entonces gritó:
-¡Tom! ¡Tom! ¡Vuelve!
Escuchó anhelosamente, pero no hubo respuesta. No tenía otra compañía que la soledad y el silencio. Se sentó, pues, a llorar de nuevo y a reprocharse por su conducta, y ya para entonces los escolares empezaban a llegar, y tuvo que ocultar su pena y apaciguar su corazón y que echarse a cuestas la cruz de toda una larga tarde de tedio y desolación, sin nadie, entre los extraños que la rodeaban, en quien confiar sus pesares.
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