Refugio debajo de la lengua





Por Leyser Ley Martínez

Refugio debajo de la lengua
La ciudad se estaba haciendo hueca. Lo sabía no solo por la cantidad de refugios construidos para protegernos de los invasores, si no por el eco que hacia la desesperanza en el traspatio. Y en los rostros.
Resonancia que matraqueaba como sombra tersa en las esquinas. Todos hablaban. Bajito. Rechinando dientes. Pero hablaban.
La ciudad ya era hueca. No se las otras. La mía lo era. Tenía miedo saltar de “alegría” o de descaro, por temor a hundirme en alguna fosa de tutela o conformismo.
Mis amigos, algunos, casi todos, eran huecos. Sus padres también lo eran. Pero por alguna razón anómala, respiraban al vacío como si hubiese oxígeno. Y eso para mí, ya era normal.
El paria era yo, el rústico, el incorrecto.
En casa dedicaban tiempo a abarrotarme de verdades. A escavar un refugio de palabras debajo de la lengua para sobrevivir (no sobremorir, como los otros) y encender luz larga para no perderme en un silencio de espera y contingencia.
Recuerdo casi todo con la neblina del tiempo cual cortina, trabajo como forro’e’ catre y a veces no.
¿Aroma de fondo? esos frijoles negros de la abuela.
Pero es esa sensación a cascarón roído, de barbacana en velo y hueca, la que más eco hace en mis oídos. Causando nauseas, pesadillas.
Aunque hoy siga estando sólido.
Y distante.
LM.

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