Casi siempre suenan a oportunismos
Khyung, Bon Deity. Tibet. 1800s.
Del libro La fuente inagotable, de Gastón Baquero.
¿Otro libro sobre Martí? ¿Y por qué no dejamos en paz los cubanos a este hombre por un largo tiempo, largo, larguísimo tiempo, tanto como es larga y aburrida la mención constante de una vida y de un pensamiento que hacemos muy bien en venerar, pero sin exhibirlo tanto? Verbalmente o por escrito, la admiración filial, la concepción cuasi religiosa que nos despierta, se hacen empalagosas. Casi siempre suenan a oportunismos, a hipocresía.
Si pensamos —yo lo pienso— que tenemos fatigados y aburridos a los lectores cubanos o extranjeros, pero más a estos, ¿por qué publicar otro libro más?
La única respuesta de que dispongo es esta: hay que escribir o hablar sobre él, sean cuales sean nuestras posibilidades de agregar algo a lo mucho ya dicho, porque la magnitud de su genio, la riqueza de su personalidad, no están agotadas por el océano de páginas y de palabras que pesa sobre él.
Es una mina muy excavada, muy abusada, pero nadie ha conseguido vislumbrar su fondo. Por mucho material que se saque de ahí, todavía queda mucho adentro. Hay obras ciertamente magistrales sobre este a quien llamo el primero y el Misterio. Afortunadamente disponemos ya de un sólido y lúcido Cuerpo de Iluminación sobre lo que hizo y dijo en su estancia más bien breve sobre la tierra. Pero no basta. Hay que seguir trayendo cada cual —todos— su grande o su pequeña luz. Pasearla por los rincones llanos o fragosos de su alma. Todo hombre es un misterio, una América por descubrir, pero Martí es otra cosa además. Es el hombre nunca visto ni imaginado siquiera.
En las páginas, sin duda excesivas que vienen ahora, yo traigo también mi candil minúsculo. Fue encendido desde mi niñez, porque tuve la dicha de nacer entre gente humilde y con mucha pasión y emoción de Patria en las venas. Mi relación con este hombre no es cuestión de historia ni de aprendizaje. Es cuestión de tierra y de huesos, de sangre y de pura vida y nada más que vida.
Metafóricamente llevo encendidas cientos de velas en esos altares patrios. Son cientos de preguntas y de respuestas —pobres, pero mías— ante el magno teatro de la nación y su central personaje: el espectáculo más bello que se nos ofrece desde la primera mirada de asombro al exterior. Un niño con una candelita encendida en medio de la noche es lo que siempre he sido. Hoy, cuando el pábilo está a punto de convertirse en pavesas, miro hacia atrás y pretendo alumbrar las tinieblas que ya me cercan, con aquellas pequeñas lumbraradas que aprendí en la juventud.
Es poca luz la que traigo, no tengo otra.
A este libro quise llamarle Aproches a Martí, retomando la arcaica palabra, porque acercarse a él, intentar subir por una de las laderas de su montaña, requiere, como el castillo medieval, muchos aproches. Es decir, muchos ingenios y artilugios que faciliten entrar en la fortaleza. Pero ese título, muy adecuado para mi, podía resultar chocante o rebuscado para los lectores, y le doy de lado.
Decidí ante esto acogerme a un viejo comentario mío que se titulaba «Martí, santo para el altar y para la cocina», donde exponía el temor que siempre he sentido a una deificación o mitificación tal, que se le eleve tanto, se le aleje tanto de nosotros (la gente corriente, el pueblo suyo), que se nos vuelva invisible, inasible, inimitable, celestial, no humano.
Una de las pruebas del proteísmo propio del genio que nos ofrece Martí es su rápido y feliz acomodo con la naturaleza y el ser del otro. Sabe ser y es sin esfuerzo guajiro con el guajiro, señorito en el salón, carácter viril y tajante en la polémica, obrero con los obreros, abogado ante los jueces, periodista en el Parlamento, tierno como un niño ante los niños, amoroso de la mujer como un Romeo, generoso y servicial para los pobres y los afligidos como un Francisco. Un rey en la defensa de los derechos de la patria, y un esclavo para servirla.
Se tomará a exageración, pero yo veo a este hombre misterioso, inexplicable, como un planeta, uno más de los que a la tierra custodian en la prisión del universo. En el prólogo que para mi honra escribí en el bello libro de ensayos de Rosario Rexach, dije que ella nos daba guía y compañía para recorrer de nuevo el planeta Martí. Estos trabajos míos que recojo aquí son, o yo los veo, como «viajes a un planeta llamado Martí». Las fechas que coloco al final de cada uno son testimonios del viejo amor. Pude tocarlos y retocarlos, pero ya serían otra cosa, quizás un artificio.
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