Psychiatric disorder, by Margarita García Alonso-quantum sequence
Lyón, 25 de febrero [de 1834].
Papá y mamá:
Les escribo esta carta para intentar convencerlos de que todavía queda alguna esperanza de sacarme del estado que los apena tanto. Sé que en cuanto mamá lea el comienzo de esta carta, dirá: ya no le creo más, que papá dirá lo mismo; pero no me desanimo, no quieren venir más a verme al colegio para castigarme por mis tonterías; pero vengan una última vez para darme buenos consejos, para alentarme. Todas estas tonterías proceden de mi atolondramiento y mi holgazanería. Cuando la última vez volví a prometerles que ya no les daría disgustos, hablaba de buena fe, estaba resuelto a estudiar y a estudiar en serio para que ustedes pudiesen decir: tenemos un hijo que reconoce cómo nos ocupamos de él; pero el atolondramiento y la pereza me hicieron olvidar los sentimientos que me animaban al prometer. No es a mi corazón al que hay que reprender, es bueno; es mi mente la que hay que fijar, a la que hay que hacer reflexionar con bastante firmeza para que las reflexiones queden grabadas en ella. Ustedes empiezan a creer que soy un ingrato, tal vez están muy convencidos de ello. ¿Cómo probarles lo contrario? Sé cómo hacerlo: poniéndome a estudiar de inmediato; pero, haga lo que haga, el tiempo que he pasado sumido en la pereza y en el olvido de mi deber para con ustedes será siempre una mancha. ¿Cómo hacerles olvidar en un momento una mala conducta de tres meses? No lo sé y, sin embargo, es lo que querría. Devuélvanme enseguida su confianza y su afecto, vengan a decirme al colegio que me las han devuelto. Será el mejor medio de hacerme cambiar también en un momento.
Ustedes han desesperado de mí como de un hijo cuyos males no se pueden remediar y para el cual todo se ha vuelto indiferente, que pasa el tiempo sumido en la pereza, que es flojo, débil y no tiene valor para levantar cabeza. He sido flojo, débil, perezoso, durante cierto tiempo no he pensado en nada; pero como nada puede hacer que el corazón cambie, sigo conservando mi corazón, que a pesar de sus defectos tiene su lado bueno. Me ha hecho sentir que no debo desesperar de mí mismo. Pensé que podía escribirles y comunicarles las reflexiones que me sugirió el tedio que me produce una vida que pasé sumido en la pereza y los castigos. Y la sola idea de que ustedes pudiesen considerarme un ingrato me levantó un poco el ánimo. Si ustedes mismos ya no lo tienen para venir al colegio, contéstenme y denme en una carta los consejos y las palabras de aliento que me hubieran dado en persona en el locutorio. El jueves por la mañana van a dar las calificaciones de historia natural, espero sacar una buena. ¿Esta esperanza que tengo puede inducirlos a escucharme? Últimamente he vuelto a sacar una muy mala, una muy mala, pero el deseo de reparar esa afrenta hizo que esta mañana pusiese mucho empeño en mi prueba escrita. Si realmente han tomado la decisión de no venir más al colegio antes que una nueva conducta les demuestre un cambio total de mi parte, escríbanme, guardaré las cartas, las leeré a menudo para luchar contra mi atolondramiento, para hacerme derramar lágrimas de arrepentimiento, para que mi atolondramiento y mi pereza no me hagan olvidar las faltas que tengo que reparar. En fin, como les dije al comienzo de mi carta, el corazón no tiene culpa alguna en esto. Un temperamento superficial, una inclinación irresistible a la pereza me han hecho cometer todas estas faltas. Que no les quepa la menor duda. Ustedes no olvidarán, estoy seguro, que tienen un hijo en el colegio, pero no olviden que ese hijo tiene un corazón. Esto es lo que quería escribirles. Mi objetivo es muy simple, quiero convencerlos de que no tienen que desesperar de mí. ¿Y quién, por otra parte, pensando que sus padres ya no quieren venir a verlo y han llegado al punto de tratarlo con el máximo rigor, no se habría apresurado a escribir para sacarlos de su engaño? No es el trato riguroso lo que me afecta. Es la vergüenza de haberlos obligado a utilizarlo. No es a la casa a la que estoy apegado, como tampoco a las comodidades que encuentro en ella cuando salgo, es al gusto de verlos a lo que soy sensible, al gusto de charlar con ustedes todo un día, a los elogios que pueden hacerme por mis estudios. Les prometo que voy a cambiar, pero no desesperen de mí y sigan confiando en mis promesas.
CHARLES.
Charles Baudelaire - Querida mamá. Cartas a la madre 1834-1859. Ediciones De La Mirándola, enero de 2015, 561 páginas, ISBN 978-987-3725-03-
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