Creaciones Margarita García Alonso
« en toutes choses j'ai cherché la paix et ne l'ai point trouvée, sauf dans les livres et le retrait du monde »
Thomas a Kempis
Coloquio de amor
Teresa de Jesús
Si el amor que me tenéis,
Dios mío, es como el que os tengo,
Decidme: ¿en qué me detengo?
O Vos, ¿en qué os detenéis?
-Alma, ¿qué quieres de mí?
-Dios mío, no más que verte.
-Y ¿qué temes más de ti?
-Lo que más temo es perderte.
Un amor que ocupe os pido,
Dios mío, mi alma os tenga,
Para hacer un dulce nido
Adonde más la convenga.
Un alma en Dios escondida
¿Qué tiene que desear,
Sino amar y más amar,
Y en amor toda escondida
Tornarte de nuevo a amar?
Libro de la Vida
Quisiera yo, que como me han mandado, y dado larga licencia, para que escriba el modo de Oración y las mercedes que el Señor me ha hecho, me la dieran, para que muy por menudo y con claridad dijera mis grandes pecados y ruin vida. Diérame gran consuelo; mas no han querido, antes atádome mucho en este caso.
Y por esto pido por amor del Señor, tenga delante de los ojos, quien este discurso de mi vida leyere, que ha sido tan ruin que no he hallado santo, de los que se tornaron a Dios, con quien me consolar. Porque considero, que después que el Señor los llamaba, no le tornaban a ofender. Yo no sólo tornaba a ser peor sino que parece traía estudio a resistir las mercedes que su Majestad me hacía, como quien se vía obligar a servir más, y entendía de sí no podía pagar lo menos de lo que devía.
Sea bendito por siempre, que tanto me esperó. A quien con todo mi corazón suplico, me dé gracia, para que con toda claridad y verdad yo haga esta relación que mis confesores me mandan; y aun el Señor sé yo lo quiere muchos días ha, sino que yo no me he atrevido; y que sea para gloria y alabanza suya, y para que de aquí adelante, conociéndome ellos mijor, ayuden a mi flaqueza, para que pueda servir algo de lo que devo a el Señor, a quien siempre alaben todas las cosas, amén.
Capítulo primero
En que trata cómo comenzó el Señor a despertar esta alma en su niñez a cosas virtuosas, y la ayuda, que es para esto, serlo los padres.
El tener padres virtuosos y temeroso de Dios, me bastará, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía para ser buena. Era mi padre aficionado a leer buenos libros, y ansí los tenía de romance, para que leyesen sus hijos. Esto, con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de Nuestra Señora y de algunos Santos, comenzó a despertarme de edad (a mi parecer) de seis, u siete años.
Ayudávame no ver en mis padres favor sino para la virtud. Tenían muchas. Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres, y piadad con los enfermos, y aún con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos, porque los había gran piadad; y estando una vez en casa una de un su hermano, la regalaba como a sus hijos. Decía que, de que no era libre, no lo podía sufrir de piadad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar, ni murmurar. Muy honesto en gran manera.
Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó la vida con grandes enfermedades. Grandísima honestidad. Con ser de harta hermosura, jamás se entendió que diese ocasión a que ella hacía caso de ella; porque con morir de treinta y tres años, ya su traje era como de persona de mucha edad. Muy apacible y de harto entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el tiempo que vivió. Murió muy cristianamente.
Eramos tres hermanas, y nueve hermanos. Todos parecieron a sus padres (por la bondad de Dios) en ser virtuosos, sino fui yo, anque era la más querida de mi padre. Y antes que comenzase a ofender a Dios, parece tenía alguna razón; porque, yo he lástima, cuando me acuerdo las buenas inclinaciones que el Señor me había dado y cuán mal me supe aprovechar dellas.
Pues mis hermanos ninguna cosa me desayudaban a servir a Dios. Tenía uno casi de mi edad (juntábamonos entramos a leer vidas de Santos), que era el que yo más quería, anque a todos tenía gran amor y ellos a mí. Como veía los martirios que por Dios las santas pasavan, parecíame compravan muy barato el ir a gozar de Dios, y deseava yo mucho morir ansí, no por amor que yo entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes bienes que leía haver en el cielo, y juntábame con este mi hermano a tratar qué medio havría para esto. Concertábamos irnos a tierra de moros, pidiendo por amor de Dios, para que allá nos descabezasen; y paréceme, que nos daba el Señor ánimo en tan tierna edad, si viéramos algún medio, sino que el tener padres, nos parecía el mayor embarazo. Espantávanos mucho el decir que pena y gloria era para siempre, en lo que leíamos. Acaecíanos estar muchos ratos tratando desto y gustávamos de decir muchas veces: ¡para siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me quedase en esta niñez imprimido e camino de la verdad.
De que vi, que era imposible ir a donde me matasen por Dios, ordenávamos ser ermitaños; y en una huerta que havía en casa procurávamos, como podíamos, hacer ermitas, puniendo unas pedrecillas, que luego se nos caían, y ansí no hallávamos remedio en nada para nuestro deseo; que ahora me pone devoción ver como me dava Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa. Hacía limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario, de que mi madre era muy devota, y ansí nos hacía serlo. Gustaba mucho, cuando jugava con otras niñas, hacer monesterios, como que éramos monjas; y yo me parece deseava serlo, anque no tanto como las cosas que he dicho.
Acuérdome que cuando murió mi madre quedé yo de edad de doce años, poco menos. Como yo comencé a entender lo que havía perdido, afligida fuime a una imagen de Nuestra Señora y supliquela fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que, anque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella, y en fin, me ha tornado a sí. Fatígame ahora ver y pensar en qué estuvo el no haver estado yo entera en los buenos deseos que comencé.
¡Oh Señor mío! Pues parece tenéis determinado que me salve, plega a vuestra Majestad sea ansí; y de hacerme tantas mercedes como me havéis hecho, ¿no tuviérades por bien, no por mi ganancia, sino por vuestro acatamiento, que no se ensuciara tanto posada adonde tan contino havíades de morar? Fatígame, Señor, an decir esto, porque sé que fue mía toda la culpa, porque no me parece os quedó a Vos nada por hacer, para que desde esta edad no fuera toda vuestra. Cuando voy a quejarme de mis padres, tampoco puedo; porque no vía en ellos sino todo bien y cuidado de mi bien.
Pues pasando de esta edad, que comencé a entender las gracias de naturaleza que el Señor me había dado (que sigún decían eran muchas) cuando por ellas le havía de dar gracias, de todas me comencé a ayudar para ofenderle, como ahora diré.
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