contra liberales: ‘make america fake again’, por NÉSTOR DÍAZ DE VILLEGAS



La apropiación de los términos “totalitario” y “orwelliano” por los comentaristas liberales es un fenómeno digno de atención. El Partido Demócrata, que espió a sus oponentes desde las oficinas del Internal Revenue Service y obstaculizó el registro de licencias a organizaciones conservadoras sin fines de lucro, mira la viga del ojo ajeno –por un hueco.

No por negada –y amparada en la 5ta. Enmienda– la chivatería demócrata deja de ser una realidad. El hackeo ruso es la cortina de humo detrás de la que se esconden Barack el Big Brother y sus nuevos CDR. La vigilancia, bajo ese régimen policíaco, fue llevada a los límites de lo permisible, desde centros de espionaje prácticamente indetectables. Ya existen jueces, administradores, pajes y profesores que juran fidelidad a la causa: el liberalismo es un cristianismo.

El escándalo de la intervención de las líneas telefónicas actualizó a George Orwell, el mismo Orwell que en dos novelas clásicas y un puñado de ensayos nos alertó sobre los peligros del socialismo. De nada valió su aviso. Un nuevo Ministerio de la Verdad propala los “Fake News” que mantienen al público desubicado. Los grandes medios de prensa son el brazo armado del posdiversionismo ideológico. Súmese ahora a CNN, MSNBC, ABC, The New York Times, Newsweek, Reuters, AP, Time, The Washington Post, Good Morning America y Vanity Fair, los panfleteros latinos de Univisión y Letras Libres.

Para la propaganda izquierdista, Donald Trump viene ocupar el lugar de los Reagans, los Nixons y los Bushes de las arengas castristas en la plaza: el monstruo que desvía la atención de los problemas reales. El último número de Letras Libres trae una caricatura en la que Trump mira, detrás de los cristales de su limusina, a una familia de mexicanos con caras de víctimas. ¿Podría caer más bajo una publicación? Habría que multiplicar por 50 millones a esos cuatro inmigrantes caricaturizados para tener una idea verídica del problema. Se necesitarían 400 mil páginas de Letras Libres para acoger, en una sola caricatura, la tragedia del éxodo.

Recordemos que lo mismo pasó en la Cuba republicana, donde los medios de comunicación cayeron en manos de la camarilla profidelista. La idea de que Cuba era una nación fallida, gobernada por mafiosos, carente de educación y salud pública, que necesitaba de una revolución, persiste hasta el día de hoy.

El mismo tipo de patrañas, propagadas por los izquierdistas de esta época, perdurará hasta el fin de los tiempos. Según la “Fake History” (que es, a un tiempo, la extensión lógica y el prerrequisito del “Fake News”) Trump no solo perdió las elecciones, sino que es un miembro activo del partido nazi. Como en el caso Cuba, las mentiras repetidas terminarán por hacerse irresistibles.

El régimen de opresión socialista que padecimos en los Estados Unidos hasta las pasadas elecciones presidenciales elude cualquier definición, debido a que ese régimen totalitario llegó a confundirse con la totalidad de lo que es el caso, desde el baño donde orinas hasta la guardería adonde mandas a tus hijos, desde tu orientación sexual hasta la temperatura del sol. ¿Acaso no vivimos, como el show de Truman, en un “reality” escrito por Tina Fey y Ben Rhodes?¡Make America Fake Again! La sensación de extrañamiento es la de una nación de Rip Van Winkles.

Es un dato curioso que, en California, 4 millones de personas votaron por Trump. ¡Quién podría creerlo! Una cantidad negligible, sin dudas, en un estado con una asamblea controlada en sus tres cuartas partes por legisladores demócratas –pero aún así, una minoría entre otras minorías. Sin embargo, las masas revolucionarias no sienten escrúpulos en acallar la voz, ni en descartar el voto, de esos míseros electores. Las minorías se descartan cuando son de signo contrario. La chusma tiene el megáfono por el mango y ahora las calles son de los revolucionarios.

Es decir, la chusma tiene a Alec Baldwin, a Seth Mayers, Jimmy Fallon, Stephen Colbert, Trevor Noah, Bill Maher, cada uno más insidioso que el otro, y todos amparados por la alevosía y la nocturnidad de los programas de medianoche, ocupados e infiltrados por los acólitos. Haberse enfrentado durante medio siglo al todopoderoso transformer de la propaganda izquierdista habla muy alto de la resistencia: lo que es decir, del movimiento popular que llevó a Donald Trump al poder.

Para colmo de males, hasta el mismo concepto de “resistencia” ha sido cooptado. A los que durante diez cuatrienios grises tuvieron que renegar de sus creencias, los que padecieron escarnio solo por ser republicanos –o conservadores: por ser gusanos– lo mismo en el trabajo que en la escuela, en el gimnasio que en la peluquería, tampoco se les reconoce su lucha. Los enemigos les roban el galardón, se lo apropian y lo reemplazan con un concepto bastardizado que, como el de “demócrata” o el de “progresista”, es otro “fake”, otro simulacro.

¡Cuántos millones no padecieron la dictadura liberal, ese soviet espiritual! He aquí un somero registro de nuestros mártires: el novelista N.S. Naipul, acusado de golpear salvajemente a su esposa; Clarence Thomas, perseguido hasta el catre como violador de Anita Hill; Dinesh D’Souza y Bill Cosby, enviados a la cárcel por levantar la voz; George W. Bush, acusado de abandonar a las víctimas del huracán Katrina; Michael Brown, director de la Agencia Federal para la Administración de Emergencias (FEMA, en inglés), en quien recayó la culpa que correspondía al degenerado de Ray Nagin, alcalde de New Orleans, cuya irresponsabilidad criminal provocó la debacle. Hoy Nagin cumple 10 años de cárcel por corrupción y lavado de dinero. George W. pinta acuarelas y Elton John alaba sus aportaciones a los programas federales de HIV. Por fin, en la inauguración del Museo de Historia Afroamericana, Michelle Obama besó a Bush: el tonto del pueblo había pagado su deuda con la Inquisición.

Entre los liberales, y solo entre ellos, hay absoluto consenso en cuanto a temas científicos. Por ejemplo, las cuestiones climáticas. Nada menos que Freeman Dyson, el intérprete de la cromodinámica cuántica y premio Heineman de física en 1965, fue tratado de orate por la revista The Atlantic, simplemente por haber pretendido matizar las certezas del modelo catastrofista. “¡Dyson está loco!”, decía el titular. Los liberales son los enemigos de la duda. La Ciencia es rebajada a ser creencia y revendida en el mercado negro de la política.

Si Barack Obama ganó el Premio Nobel solo por ser Barack Obama y Al Gore por descubrir el agua tibia, en la era de la falsa resistencia (“Fake Resistance”) le tocó el turno al insufrible Jorge Ramos. Los izquierdistas dictan el estado del tiempo y la escala de valores, pero un mundo en que Ramos gana el premio Walter Cronkite ha descendido al submundo.

Le vale madre a Ramos si como resultado de sus campañas jingoístas, lanzadas desde el buró de noticias de Univisión, la inmigración mexicana llega a ser, además de una crisis humanitaria a perpetuidad, el más serio problema de gobernabilidad de su patria adoptiva. La renuencia de las municipalidades californianas a respetar la ley que prohíbe las “ciudades santuario” ha creado un ambiente de enfrentamiento que reproduce, a mayor escala (de Nebraska a Arizona), algunos de los peores aspectos de la politiquería azteca.

Los liberales prometieron mudarse a Canadá si Trump ganaba las elecciones (¿por qué a Canadá y no a México?), aunque dentro de poco la nación misma habrá migrado al sur y no habrá necesidad de expatriarse. Tampoco habrá necesidad de un muro. Falta saber adónde escaparán los mexicanos de Letras Libres, una vez que la precesión de los equinoccios sociales se haya consumado.

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