María Izquierdo
–Elena Poniatowska
Se dice que no deberíamos confiar en los historiadores. Ellos tienen el poder de moldear la memoria colectiva y logran transformar el imaginario: cosas que no sucedieron son más relevantes que historias olvidadas por distintos motivos (principalmente políticos). Afortunadamente, aunque desde niños tomamos la historia como una realidad, con el tiempo descubrimos las discrepancias. Pero no sólo hechos quedan en el olvido, sino también personas. Lo vimos con el resurgimiento del interés por Nikola Tesla y cómo debido a los colegas de su tiempo— que se burlaban de él— su trabajo no tuvo el mismo alcance.
En la historia del arte mexicano hay un nombre que pocos conocen, pero que llegó a ser más importante que algunos de los pintores que son reconocidos actualmente: María Izquierdo, una artista que no sólo fue “bloqueada” por algunos de los grandes pintores de su época, sino que también murió en la pobreza, casi olvidada por la historia.
En 1943 contrajo matrimonio con Raúl Uribe, un pintor sudamericano quien vendió su obra principalmente a diplomáticos alrededor del mundo. Después de sufrir un ataque de hemiplejía en 1945, Izquierdo quedó paralítica del lado derecho de su cuerpo, y aunque Uribe le robó el dinero que ganó con sus pinturas para después abandonarla, no dejó de pintar sino hasta el fin de sus días en 1955 en la pobreza. No sólo con él tuvo un destino trágico, María parecía destinada a no poder amar.
Fue una de las más grandes pintoras mexicanas del siglo XX. Nacida en San Juan de los Lagos, Jalisco, ingresó a la Academia de San Carlos en 1928 y fue alumna de Germán Gedovius y Manuel Toussaint, pero desde el inicio se mostró ajena a las tradiciones, ya que abandonó la institución al primer año porque quería representar escenas más auténticas.
Tuvo como influencia a Rufino Tamayo, con quien vivió algunos años, y así como él, mostró absoluto interés en el arte europeo de vanguardia para combinarlo con elementos de la cultura mexicana. Compartían su amor al arte, tenían propuestas frescas que cambiarían el rumbo del arte chauvinista mexicano y se complementaban en una forma casi representativa, pero todo cambió cuando apareció en el panorama Olga Flores, una pianista que se enamoró de Tamayo y que logró que este se olvidara de ella. Pero no sólo eso, sus celos hicieron que prácticamente Tamayo no volviera a mencionarla, ni siquiera a sus amigos.
Consiguió un estilo único que le ganó su primera exposición en la Galería de Arte Moderno en la Ciudad de México en 1929, y un año después en el Art Center de Nueva York. Fue la primera mexicana en exhibir en Estados Unidos. Pero no sólo eso, también presentó su obra en Japón, Francia, India y Chile.
Durante los años 30, Izquierdo ya había creado su propia visión a partir de los distintos viajes que realizó con Tamayo. Descubrió nuevas perspectivas al presenciar el arte extranjero y deseó traerlo a nuestro país. El resultado fueron obras altamente influenciadas por el surrealismo, vanguardia que la llevó a representar sus ideas con una espontaneidad natural y fue capaz de captar la cultura mexicana a partir de ideas casi poéticas.
Entre los temas que pintaba Izquierdo, que bien podrían parecer “vacíos”, se encontraban bailarinas, circos, caballos, vacas, perros, mujeres, niños y las tradiciones mexicanas, pero al representarlas con su estilo, parecían estar en otro plano con un sentido melancólico, como si estuvieran absolutamente solas.
Pero como la mayoría de las mujeres representativas de su época, María Izquierdo fue víctima del machismo en México y también luchó por combatirlo. En 1937, siendo miembro de la sección femenil de Artes Plásticas de Bellas Artes de la Secretaría de Educación Pública, organizó una subasta de arte y exhibió una ilustración para un cartel que decía “Proletario, destruye a tus enemigos de clase” y además declaró que la mujer debía dejar de ser concebida como un objeto y convertirse en un factor participativo dentro de la lucha de clases, esto debido a su fuerte influencia del comunismo como muchos artistas de esos tiempos.
“El primer obstáculo que tiene que vencer la mujer pintora es la vieja creencia de que la mujer sirve sólo para el hogar […] cuando logra convencer a la sociedad que ella también puede crear, se encuentra con una gran muralla de incomprensión formada por la envidia o complejo de superioridad de sus colegas; después vienen los eternos improvisados críticos de arte, que al juzgar la obra de una pintora casi siempre exclaman: “¡Para ser pintura femenina […] no está mal!”. Como si el color, la línea, los volúmenes, el paisaje o la geografía tuvieran sexo.
Curiosamente, también María logró percibir que la mujer pintora estaba destinada a una doble discriminación. Primero por los pintores que la veían como una competencia estorbosa y por las mujeres conservadoras que la señalaban y juzgaban por estar en el mundo masculino “bohemio”.
Su enfrentamiento más fuerte contra el machismo, y la que posiblemente fue la causa de que no haya sido muy mencionada durante la segunda mitad del siglo XX, se dio en 1945 cuando fue contratada para pintar un mural en el edificio sede del gobierno de la Ciudad de México cuya temática sería “La historia y desarrollo de la Ciudad de México”. Todo estaba preparado para que comenzara a trabajar pero recibió la orden de cancelación.
Al inicio le explicaron que fue por razones técnicas e incluso le ofrecieron otro espacio para su mural. Pero luego se reveló que después de una consulta a Raquel Tibol, Diego Rivera y Alfaro Siqueiros mencionaron que les parecía excesivo dicho proyecto para una artista que no tenía experiencia pintando murales. En ese momento, Izquierdo declaró a la prensa que existía un monopolio en la pintura mexicana, afirmó que los murales eran exclusivos de algunos pintores y que existía un complot en su contra.
Probablemente fue su manera de pensar la que causó que el resto de los artistas se encargaran que quedara “enterrada” en la historia, pero su pasión la llevó a que, después de su ataque de hemiplejía en 1945 y quedara paralizada de la mitad del cuerpo, siguiera pintando con un sólo brazo hasta el final de sus días, cuando ya su timbre no sonaba, cuando sus pinturas ya no eran vendidas, cuando no quedaba más que la mujer que deseó ser.
Durante mucho tiempo fue olvidada y no fue sino hasta los años 70 que su obra fue revalorada. Podría ser por su batalla con los “grandes pintores” de aquella época, pero la mayoría de sus obras se encuentran en el extranjero, donde aún es prestigiosa, mientras que en su tierra natal, sólo unos pocos conocen su obra.
Fuente: “Muralismo, cuestión de hombres” de Ana Torres Arroyo.
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