LA ÚLTIMA VELA

Retrato del siglo XVI de Jacopo Ligozzi: pasha con elefante


poema de 

Isván Álvarez Herrera

LA ÚLTIMA VELA
I

Otra vida, Señor, otra aventura,
otra gente cercana a quien no hiera
cuando soy el que soy, donde no quiera
yo otra vida, Señor, otra atadura.

Otra vida, Señor, otra atadura,
otro cuerpo, otro amor, otra quimera,
donde siendo el que sea, ser cualquiera
a quien baste su vida, su aventura.

A quien baste su vida, su aventura,
de mí lleno ser algo que no duela,
alguien que encuentre en vivir contentura,
no un ejercicio que apenas consuela.

Eso pido, Señor, bajo la oscura
penumbra que encendió la última vela.


II
Vuelve ciego al papel, al papel ciego,
del capullo del aire a su otra piel
a entregar lo vivido, incauto, infiel,
en soberbia maroma, también ruego.

Justifica tal vez en su otro juego
una escena, un equívoco papel,
frente al mismo auditorio que su hiel
derramó sobre él y olvidó luego.

¿Quién redime a aquel niño lastimado?
Solo en uno pervive, limpia espuela,
la memoria doliente, su otro lado.

En las formas esbeltas que revela
no se cura el mañana ni el pasado
ni se apaga la sed de su candela.


III
Salgo a mojarme el rostro en la mañana
aun crepuscular bajo un noviembre,
tablas toscas enjugo del pesebre
donde vahos del sueño me reclaman.

La aventura de un cuerpo que se afana
por armarse otra vez en la rompiente
a pesar del colmillo de la fiebre
la ilumina algún sol desde su rama.

Así, malsano, me ataca el nuevo día,
los pasados y a veces los siguientes
con un tufo lejano de perdones,
y mi sangre por la alcantarillas
se empapa de algodones y alfileres
con que se unta la muerte mis dolores.


IV
Mi bajel en el mar de las desdichas
o en el mar de la dicha, casi el mismo
—uno ignora el discreto cataclismo
que trastoca la suerte de las fichas—

navega hacia horizontes donde habita
otro ser parecido al ser que existo
—¡ojalá se presente un imprevisto
que me obligue a llegar tarde a la cita!—.

Aquel ser hondo y fijo que me aguarda
ya no escucha la voz de las sirenas
y en ningún sitio preguntan por qué tarda.

Eslabón terminal de mis cadenas,
mi ojo claro será pupila parda
cuando se ancle mi sangre entre sus venas.


V 
Piedra de la confianza, qué edificio
se ha despertado lento de la nada,
solo con una voz y una mirada.
Sea esta vez la Casa, no un hospicio.

Solo con una voz y una mirada
se construye otra vez el precipicio.
Torna la soledad como el Alisio
a cercenar la espiga fecundada.

Del caracol entonces toma ejemplo:
una vuelta de espira más adentro
sus vísceras esconde desconfiado.

Yo, Señor, en sus dudas me contemplo:
¿cómo puede insistir en el encuentro
sin saber por qué le has abandonado?

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