Philosophia Reformata
Selections from the “Philosophia Reformata” by J.D. Mylius — 1622
AULLIDO
He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas, arrastrándose de madrugada por las calles de los negros buscando el pico rabioso, ángeles rebeldes quemando por la vieja conexión celestial hacia la dinamo estrellada en la maquinaria de la noche, que pobres y andrajosos y ojerosos y colocados se pasaron la noche fumando en la sobrenatural oscuridad de agujeros flotando sobre las azoteas de las ciudades contemplando el jazz, que vaciaron sus cerebros al Cielo bajo el metro elevado y vieron ángeles musulmanes vacilando sobre edificios iluminados, que pasaron por las universidades con radiantes ojos descarados alucinando Arkansas y la trágica visión de Blake entre los eruditos de la guerra, que fueron expulsados de las academias por locos y por publicar odas obscenas en las ventanas del cráneo, que en calzoncillos y escondidos en sucias habitaciones, quemaron su dinero en las papeleras y escucharon el Terror a través de la pared, que fueron cogidos por sus barbas públicas cuando regresaban a Nueva York desde Laredo con marihuana en el cinturón, que comieron fuego en hoteluchos o bebieron trementina en Paradise Alley, matando o flagelando sus torsos noche tras noche con sueños, con drogas, soñando despiertos, alcohol y polla y huevos sin fin, incomparables calles sin salida de nubes vibrantes y relámpagos en la mente saltando hacia los polos de Canadá y Paterson, iluminando a todo el mundo inmóvil del Tiempo por entremedio, solideces de peyote por los pasillos, madrugadas de árbol verde en el jardín del cementerio, borracheras de vino en las azoteas, barrios de almacenes cruzados con coche drogados con el neón de los semáforos parpadeando, vibraciones de sol y luna y árbol en los rugientes atardeceres invernales de Brooklyn, cubos de basura ruidosos y bondadosa luz de la mente, que se encadenaron en el metro para el interminable trayecto de Battery al Bronx sagrado cargados de benzedrina hasta que el ruido de las ruedas y de los niños les hizo bajar con los dientes podridos temblando y la mente hecha polvo y seca de inteligencia en la triste luz del Zoo...
Allen Ginsberg
AULLIDO
He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas, arrastrándose de madrugada por las calles de los negros buscando el pico rabioso, ángeles rebeldes quemando por la vieja conexión celestial hacia la dinamo estrellada en la maquinaria de la noche, que pobres y andrajosos y ojerosos y colocados se pasaron la noche fumando en la sobrenatural oscuridad de agujeros flotando sobre las azoteas de las ciudades contemplando el jazz, que vaciaron sus cerebros al Cielo bajo el metro elevado y vieron ángeles musulmanes vacilando sobre edificios iluminados, que pasaron por las universidades con radiantes ojos descarados alucinando Arkansas y la trágica visión de Blake entre los eruditos de la guerra, que fueron expulsados de las academias por locos y por publicar odas obscenas en las ventanas del cráneo, que en calzoncillos y escondidos en sucias habitaciones, quemaron su dinero en las papeleras y escucharon el Terror a través de la pared, que fueron cogidos por sus barbas públicas cuando regresaban a Nueva York desde Laredo con marihuana en el cinturón, que comieron fuego en hoteluchos o bebieron trementina en Paradise Alley, matando o flagelando sus torsos noche tras noche con sueños, con drogas, soñando despiertos, alcohol y polla y huevos sin fin, incomparables calles sin salida de nubes vibrantes y relámpagos en la mente saltando hacia los polos de Canadá y Paterson, iluminando a todo el mundo inmóvil del Tiempo por entremedio, solideces de peyote por los pasillos, madrugadas de árbol verde en el jardín del cementerio, borracheras de vino en las azoteas, barrios de almacenes cruzados con coche drogados con el neón de los semáforos parpadeando, vibraciones de sol y luna y árbol en los rugientes atardeceres invernales de Brooklyn, cubos de basura ruidosos y bondadosa luz de la mente, que se encadenaron en el metro para el interminable trayecto de Battery al Bronx sagrado cargados de benzedrina hasta que el ruido de las ruedas y de los niños les hizo bajar con los dientes podridos temblando y la mente hecha polvo y seca de inteligencia en la triste luz del Zoo...
Allen Ginsberg
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