mascarada
Kazuo Umezu
Los medios de prensa como CNN, Washington Post y New York Times, entre otros cientos de ellos de menor importancia al servicio exclusivo de la izquierda norteamericana y sus epígonos, no pueden andar ahora reclamando legitimidad periodística, la perdieron prácticamente toda desde el momento en que convertidos en guerrilla urbana, e ignorando el sacrosanto principio de la imparcialidad informativa, entraron en campaña no solo contra Donald Trump cuando este presentó su candidatura a la presidencia, sino contra prácticamente la mitad de nuestra sociedad, representada por los más de 62 millones de personas que ofrecieron su voto al hoy presidente de los Estados unidos.
Creo que será difícil para la inmensa mayoría de esos más de sesenta millones de personas, olvidar la forma agresiva e insolente en que desde esos mismos medios de comunicación, que deberían estar al servicio del conjunto la sociedad, porque es de toda ella que se retroalimentan y no solamente de algunos sectores preferenciales, se les estuvo acusando durante meses y meses de ignorantes, personas de baja educación, racistas, etc, etc, etc, solamente por brindar su apoyo a un líder político y su programa.
También será difícil para el presidente, quien no solo ha tenido que sufrir que le insulten, calumnien y difamen a él personalmente, sino además a toda su familia y a todo lo que tenga relación con su persona. Han estado todo el tiempo hurgando en todas partes tratando de encontrar lo más mínimo para hacerlo aparecer como mal esposo, mal padre, mal amigo, mal empresario, mal ciudadano, mal amante, en fin, un delincuente, el enemigo público número uno no solo de los Estados Unidos, sino del mundo entero.
Con toda esta inmensa e interminable campaña de demonización de Donald Trump, con todo ese ciclópeo esfuerzo por deshumanizarle, negándole el reconocimiento de cualquier virtud humana, esa prensa ha despreciado no sólo a casi la mitad de nuestra sociedad, sino que ha ignorado hasta los más elementales principios del Cristianismo, esa doctrina religiosa y social que es la base de toda la moral occidental contemporánea y que si tiene algo realmente perdurable y valioso, aún para quienes
no creemos en la resurrección de Jesucristo, es esa insistencia en el reconocimiento de que no hay nadie tan malo como para que no tenga algo bueno, por lo cual todos los seres humanos somos redimibles, y esa constancia en la preeminencia del perdón como factor cohesionante de la sociedad.
Ahora esa misma prensa, derrotada en las urnas como partido político de oposición, pero insistiendo denodadamente en sus esfuerzos para intentar propinarle a Trump un golpe de estado periodístico semejante al que en su momento le pudieron dar a Richard Nixon, alza sus chillidos plañideros para exigirnos al presidente y a quienes estamos de su lado, que no nos defendamos atacando. ¿Y entonces cómo quieren que nos defendamos, llorando? Creo que nunca mejor citada la sabiduría popular que con aquel viejo dicho de mi abuelo: "el que se hace de azúcar se lo comen las hormigas". Si el cristianismo, esa doctrina en la que muchos dicen creer, pero que tantos parecen ignorar, no se hubiera defendido con uñas y dientes, y con lanzas y con espadas, por más de dos mil años, hoy sería poco menos que historia.
Reynaldo Soto Hernández
Los medios de prensa como CNN, Washington Post y New York Times, entre otros cientos de ellos de menor importancia al servicio exclusivo de la izquierda norteamericana y sus epígonos, no pueden andar ahora reclamando legitimidad periodística, la perdieron prácticamente toda desde el momento en que convertidos en guerrilla urbana, e ignorando el sacrosanto principio de la imparcialidad informativa, entraron en campaña no solo contra Donald Trump cuando este presentó su candidatura a la presidencia, sino contra prácticamente la mitad de nuestra sociedad, representada por los más de 62 millones de personas que ofrecieron su voto al hoy presidente de los Estados unidos.
Creo que será difícil para la inmensa mayoría de esos más de sesenta millones de personas, olvidar la forma agresiva e insolente en que desde esos mismos medios de comunicación, que deberían estar al servicio del conjunto la sociedad, porque es de toda ella que se retroalimentan y no solamente de algunos sectores preferenciales, se les estuvo acusando durante meses y meses de ignorantes, personas de baja educación, racistas, etc, etc, etc, solamente por brindar su apoyo a un líder político y su programa.
También será difícil para el presidente, quien no solo ha tenido que sufrir que le insulten, calumnien y difamen a él personalmente, sino además a toda su familia y a todo lo que tenga relación con su persona. Han estado todo el tiempo hurgando en todas partes tratando de encontrar lo más mínimo para hacerlo aparecer como mal esposo, mal padre, mal amigo, mal empresario, mal ciudadano, mal amante, en fin, un delincuente, el enemigo público número uno no solo de los Estados Unidos, sino del mundo entero.
Con toda esta inmensa e interminable campaña de demonización de Donald Trump, con todo ese ciclópeo esfuerzo por deshumanizarle, negándole el reconocimiento de cualquier virtud humana, esa prensa ha despreciado no sólo a casi la mitad de nuestra sociedad, sino que ha ignorado hasta los más elementales principios del Cristianismo, esa doctrina religiosa y social que es la base de toda la moral occidental contemporánea y que si tiene algo realmente perdurable y valioso, aún para quienes
no creemos en la resurrección de Jesucristo, es esa insistencia en el reconocimiento de que no hay nadie tan malo como para que no tenga algo bueno, por lo cual todos los seres humanos somos redimibles, y esa constancia en la preeminencia del perdón como factor cohesionante de la sociedad.
Ahora esa misma prensa, derrotada en las urnas como partido político de oposición, pero insistiendo denodadamente en sus esfuerzos para intentar propinarle a Trump un golpe de estado periodístico semejante al que en su momento le pudieron dar a Richard Nixon, alza sus chillidos plañideros para exigirnos al presidente y a quienes estamos de su lado, que no nos defendamos atacando. ¿Y entonces cómo quieren que nos defendamos, llorando? Creo que nunca mejor citada la sabiduría popular que con aquel viejo dicho de mi abuelo: "el que se hace de azúcar se lo comen las hormigas". Si el cristianismo, esa doctrina en la que muchos dicen creer, pero que tantos parecen ignorar, no se hubiera defendido con uñas y dientes, y con lanzas y con espadas, por más de dos mil años, hoy sería poco menos que historia.
Reynaldo Soto Hernández
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