Macarronio
Macarronio González era un escritor cubano de una pasmosa sobriedad, planificada silencio a silencio, desmochando pasiones, cercenando apegos. Pocos han puesto más cuidado en pulir cada pelo de su circunspección, de su imagen física, de su territorio personal que cubría tres metros a la redonda y cuyo radio nacía justo en el centro de su moyera. No, no se permitía el más mínimo relajamiento en cuestión de expresar pasiones y retenía con estoicismo cualquier buche de adrenalina o cortisol que sus glándulas suprarrenales osaran liberar en el azul torrente de su inteligente sangre. Nadie como el señor González se cuidaba en las redes sociales del impulso de poner un like, un comentario, una señal de vida, aunque el post lo hiciera pensar o reír, amar o llorar. El señor González, cuando publicaba sus escasos posts, al poner el punto final, pensaba: “Demoledor, nadie tendrá argumentos contra tan brillaste declaración, gracias Dios por este don, sé que me amas”.
De acuerdo a su cociente emocional e intelectual cuidaba su apariencia. Unos espejuelos de culo de botella montados en un marco a los años sesenta, de pasta negra, ligeramente deslizados sobre su nariz, permitiéndole ver a travez de ellos y sobre ellos. Una guayabera color crema, lo suficientemente holgada para dejar su panza escondida tras la duda. Macarronio era requerido por los círculos culturales, por los planificadores de eventos, por televisiones y radios, por arcángeles y demonios. Cuando lo entrevistaban, cosa que sucedía con frecuencia, ponía ante las cámaras un gesto de escultura de Rodin que variaba ligeramente cambiando la posición de los dedos, y si era domingo, de brazo (Todo gran escritor ha de tener sus manías).
Pero hay golpes en la vida tan fuertes, como del odio de dios, que hacen que nuestras vidas den un vuelco radical, y el trastazo de Macarronio fue el ocho de noviembre del 2016, cuando Donald Trump ganó las elecciones generales por la presidencia de los Estados Unidos. La imagen en la que había invertido toda una vida, todo su intelecto, tanta dedicación, fue lanzada por la borda, puesta en medio de la calle para ser pisoteada por los transeúntes, fue desecha en menudos pedazos. Macarronio comenzó a publicar en las redes sociales con una frecuencia no acostumbrada, usando palabras soeces, ideas desatinadas, incoherencias. Comenzó a ofender a los que por años fueron sus aplaudidores incondicionales, dijera lo que dijera. Fue intensificando de tono beligerante hasta llegar a publicar fotos donde se agarraba las partes pudendas en señal de protesta. Facebook terminó cerrándole el muro, y ante tal impotencia, lanzó el ordenador por la ventana y salió a la calle, completamente desnudo, gritando palabras difíciles de entender.
Cuentan algunos que se le puede encontrar frente al monumento del Columbus Circle, en Broadway y la 59 St., muy cerca de la estatua ecuestre de José Martí, completamente desnudo, todo el día en cuatro patas, a donde de vez en vez van sus apenados ex admiradores a ponerle un gladiolo en el culo, como a una de las oníricas figurillas del El Bosco.
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