¿Ilegítimo Donald Trump? ¡Aé la chambelona!
Llamar ilegítima la presidencia de Donald Trump, como recientemente hizo el representante demócrata John Lewis, es irresponsable y carece de fundamento. Pero se dice que si se lanza suficiente porquería contra la pared, alguna se va a pegar. Eso creo es lo que buscan los frustrados demócratas, porque sin indicio alguno de fraude, andan enfrascados en una campaña sin precedentes en la historia de los Estados Unidos para deslegitimar la victoria y presidencia de Donald Trump.
La señal para ello provino de Hillary Clinton en la noche de las elecciones cuando se negó a hacer el tradicional discurso de concesión, y envió a la cama a sus seguidores con unas palabras consoladoras de John Podesta. Desde entonces hemos tenido una lluvia de quejas y acusaciones donde han sobresalido prominentemente los nombres de Putin, Assange, Wikileaks, y Richard Comey, además de protestas organizadas, recuento de votos, llamados a la disolución del Colegio Electoral, esfuerzos para que miembros de este votaran en desacuerdo con los electores de su estado, insinuaciones de que la campaña de Trump conspiró con el Kremlin para el espionaje cibernético del Partido Demócrata; y de último, un falso dossier pagado por enemigos de Trump fabricado con información sin verificar perjudicial a este.
Es evidente que los demócratas han sufrido un golpe psicológico enorme y soslayan la verdadera razón de su derrota. Porque pensaban que tenían la candidata invencible, lo mismo que pensó Hitler de sus famosos tanques blindados al final de la Segunda Guerra Mundial y confió a ellos su victoria; sin embargo, carentes de combustible no pudieron avanzar y fueron abandonados en los bosques de Alemania. Igualmente, la indestructible Sra. Clinton “no tenía gasolina”; en otras palabras, carecía de un mensaje positivo a la clase obrera, y se quedó estancada. Por eso perdió el Rust Belt, Ohio, Michigan, Pensilvania… perdió Wisconsin, Carolina del Norte, Florida, Texas…
Es cierto que Hillary Clinton ganó el voto popular; pero el Segundo Artículo de la Constitución, cimentado en un principio de Platón abrazado por los Padres Fundadores, estableció el Colegio Electoral para balancear el poder del voto entre todos los estados, y evitar una “dictadura de la mayoría”, lo cual puede suceder en una “pura democracia”, una persona, un voto. El Colegio Electoral protege los derechos de “la minoría”—los residentes de estados menos populosos— porque fuerza a los candidatos a hacer campaña en ellos y considerar sus necesidades, lo cual no sucedería si solo unos cuantos estados populosos como California o Nueva York decidieran las elecciones. Donald Trump entendía muy bien este principio y ello resultó en el conteo final: Trump 306 y Hillary 226. Una victoria clara, rotunda y muy legítima.
Esos ciudadanos que anduvieron caminos oscuros, fangosos o polvorientos a medianoche, o esperaron bajo la lluvia y el frío en el interior o las afueras de estadios repletos de gente para escuchar el mensaje de aliento de Donald Trump, fueron quienes lo llevaron a la victoria. Fue su mensaje, no los rusos, lo que derribó la impenetrable “muralla azul” demócrata. ¡Métanselo en la cabeza!
Pueden seguir investigando y buscando excusas. Pueden seguir haciendo análisis psicológicos de cómo el espionaje cibernético ruso afectó la mente estrecha e ignorante de la clase obrera, del ciudadano común, y de los deplorables irredimibles. Pero no intenten hacer trampas, ¿OK? ¡Wikileaks los está vigilando!
Es hora que juren lealtad al nuevo Presidente y acepten su constitucionalidad. De lo contrario, hagan la terapia que las universidades Cornell y Tuff recomendaron a los estudiantes que el pasado noviembre no aceptaban la victoria de Trump: lloren mucho, tomen chocolate caliente, abracen un osito de peluche, y jueguen con plastilina y libros de colorear. Ello curará sus frágiles estados psíquicos e inmadurez.
O pueden practicar otra terapia. En 1916 hubo unas elecciones en Cuba donde se enfrentaron con fanatismo sin igual el conservador Mario García Menocal y el liberal Alfredo Zayas. Una conga sobrevivió, cuya letra se ajusta a conveniencia, aunque manteniendo siempre el estribillo. Concéntrense, y repitan a diario por los próximos cuatro años: “¡Aé, aé, aé la chambelona, yo no tengo la culpita ni tampoco la culpona! ¡Aé, aé, aé la chambelona, Trump es el Presidente, y Hillary está gruñona!…
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