La metamorfosis o “Cuaderno de la vieja negra”, de Margarita García Alonso, en Signum Nous
La metamorfosis o “Cuaderno de la vieja negra”, de Margarita García Alonso
Podría ocurrir que quien lee este escrito me suponga acodada sobre mi escritorio o recostada en un sillón, con el libro delante de los ojos, pero no se puede leer “Cuaderno de la vieja negra”, de Margarita García Alonso, desde posturas convencionales, así que subí por las paredes y aproveché para balancearme colgando del techo, enrollada en un capullo, con pretensión de ser una oruga de mariposa, que finalmente se transformó en mí hablándole a estos versos, en muchas formas, como las que el propio texto utiliza, una polifonía que se adentra en todos los lenguajes con las mismas destrezas: derribar los límites, dejar constancia de su rareza, mortificar a los falsos, convencernos de que fuera del ahora, este o cualquier otro libro de poemas no tiene sentido.
Margarita García Alonso nació en Matanzas, Cuba, y desde 1992 reside en Francia. Es poeta y artista plástica y visual. Autora de doce poemarios, cuatro novelas y de varios cuadernos de arte. Licenciada en periodismo en la Universidad de la Habana. En Francia obtuvo el Máster en Industrias gráficas.[1]
“Cuaderno de la vieja negra” es un sostenido hilo de emotividad que va de uno a otro sujeto, unas veces habla la negra sabia, rabiosa, mentalmente ágil, precisa, otras sus alter egos, seres de luz de extrema timidez, que desaparecen en cuanto sienten que les podríamos reconocer.
Una cuerda muy fina, trenzada, nos conduce por los primeros poemas, breves, de versos cortos, entrecortados, se diría que balbucientes si luego este relato no se convirtiera en un sólido bloque de versos largos, matizados, dibujados, imprescindibles. No digo que esta será una lectura fácil porque mentiría. Será fructífera si encontramos ese hilo conductor y tiramos con fuerza, sin miedo, aunque todo desaparezca para retornar con brutal claridad: “lo perfecto / en el ruido / que se impone / donde hay silencio”. Nada indica dónde está el principio o el final, la idea delimita los espacios, se expande en función del mensaje que espera dar, o su omisión, que bien visto es también un mensaje: “hablaron de casualidad / cuando perdí la vista / no dijeron ciega”, cada giro nos muestra otro rostro de las protagonistas, otros símbolos para darnos mansamente la soledad que va creciendo como una escara en el mundo que nos cuentan: “nada ha cambiado, / nada cambiará, / la roca se deshace / en un polvillo inatrapable”. Nada delimita a la idea excepto la idea misma, que se expande como si no tuviera fin, como si cada palabra fuera una gota cayendo en el agua, rompiendo su superficie brillante, porque eso es lo que sería comprensible: “llegan noticias / —malas— / da igual, / —estoy sola—”.Y en este punto, habría que reconocer el poderoso dominio del lenguaje en estos versos, su rotundidad para establecer los términos de lo que expresa, nos convence de que, como las voces de este relato, todos estamos muy solos, solos de formas elevadas para comunicar belleza y solos de comprensión de nuestros cercanos instalados en la vanidad y la hipocresía, aunque no alcancemos en lo hondo de su soledad a las voces de la poeta, solas de madre y de amigos, de amor y de patria, solas de la más absoluta soledad.
El libro está atravesado por versos escritos en negritas, concretamente los primeros versos de los poemas, que vinculan de forma indirecta unos paisajes con otros, el ritmo conspira también en busca de esa relación que se va clarificando a medida que avanzamos en la lectura, y descubrimos que este no es un solo libro, sino uno y sus muchas proyecciones en los niveles de interiorización que consiga el lector. Hay un larguísimo poema velado en los versos escritos en negritas, que se difumina, aturde los sentidos con un golpeteo impetuoso, grave y también indiferente, esta “negra que habla en negritas” no está interesada en demostrar nada, menos aún en explicarlo. Vivimos en un mundo donde se espera que todo sea explicado —explicable—, y he ahí otro obstáculo que encontrará un lector acostumbrado a los libros ordenados, orgánicos, llanos, esta vez no verá ciertas cosas si no le hacen llorar, hay dolores que solo se pueden sentir (ver o explicar) mirando a través de las lágrimas: “… puedo llorar / frente a desconocidos / pero da igual si me conocen / una mujer llora / la bóveda celeste / recubierta del polvo / que ulula en los túneles”.
Por si sigue interesado en estas palabras que lanzo hacia los versos de Margarita García Alonso, insisto en que aun estoy colgando del techo, ya no me balanceo, nada va a salir de este capullo excepto palabras, confusas, que no sirven para explicar nada, porque nada en este libro está sujeto a explicación. Aquello que no puede ser explicado se resiste a dejarnos y mastica muchas lenguas para defender su derecho a ser en la vaguedad de nuestra limitación: Lo que no se puede explicar no es, no existe, van a gritar aquí los rígidos y los críticos —se puede ser ambos—, mientras Margarita y yo nos reímos como si estuviéramos locas.
Este sujeto que versa no se detiene más que en el detalle justo, en el punto álgido, en la cima de las cosas y las emociones, nos asegura que un mundo integro es una ilusión, el mundo es un cúmulo de fragmentos inexactos. Inconexos, que nuestra presunción y ansia de grandeza completan: “el pájaro / con el grano / en la oscura cavidad”. Yo no quisiera creerle, pero aquí en este espacio tiene una verdad tan grande que emula a la de Dios, asusta un mundo donde todo está a medias y debe ser completado por nosotros, por nuestro ego y ese pequeñito don de la creación, pero para eso existen los poetas, para salvarnos en ese dilema y asumir la culpa: “en el campo arrasado, / una y otra vez / limpio oraciones / de consolación”.
El verso corto redunda en una música interior monótona y cortante, en poder de toda la síntesis posible. La negra, en trance mediumnico, se desborda en lenguas desconocidas y hermosas, se presenta a sí misma como la dueña del tiempo: “cascarilla de arroz / blanquea mi cutis / mientras fumo / las delicadas páginas / de una biblia”. Formalmente, la negra y su irreverencia están en posición de saltarse todos los ritos a guardar, con naturalidad se fuma la historia de una larga etapa de la vida del hombre, una larga historia sobre la fe y el perdón, y entonces desgrana su propia liturgia, la convierte en ritual: “nunca me lamento / no sé de otros mundos” y “no pienso la arena / cuando entro al desierto”, nos da estos códigos sin pretensiones, para que cada quien haga con ellos lo que le venga en gana; se cuelgue del techo dentro un capullo, encienda cirios o se arrastre a las márgenes del rio San Juan. La liturgia del cuerpo también forma parte del trance de la negra, el sexo como consecución del placer, sin relación con filosofías e interpretaciones primigenias: “mi teta / madura / me convierte en fruta / cada verano” y “entre hombres / de cualquier raza / en el linde”, para concluir sin drama, nos deja dos máximas que pretenden no dejar margen alguno a la fragilidad: “quemar / donde se puede / alojar el alma” y “es todo, / casi digo amor”.
Hasta ese prescindir de la fragilidad nos conduce a una elegancia sin afectación, que no presume de nada, la luz del bajareque es su sombra cuando va de oriente a occidente, cuando en Europa se bebe juntas la primavera y la nostalgia: “la luz / del bajareque / poseída / por tendederas / oficia en la catedral / de trapos”. “devoro / la primavera / en Europa”. “la lluvia moja / con nostalgia / de Océano”. “dirán / por ella pasaban / los camellos de oriente / las dunas / todos los desiertos”. “dirán, / era / una / negra / instruida”.“ahora no sé / sostener mi nombre”.
Si toda esta primera parte del libro transcurre amparada en una cita de Pushkin: “Fue en su patria, bajo aquel cielo azul / ella, la marchita rosa / al fin murió.”, recoge los “Poemas de la vieja negra”, bajo una cita de Yeats: “Mas todo ha cambiado,… / arrastra al cisne un oscuro torrente…”, leemos con esperanza el “Discurso de la negra instruida”.
Margarita García Alonso me ha llevado consigo en su transformación, me ha involucrado con un sujeto lírico polifónico y libre, que habla en versos cortos, que no da nada gratuitamente y ahora muestra otra parte de sí, la negra vieja se ha convertido en la negra instruida y de pronto sus versos se alargan, se emblanquecen, hablan de Aristóteles, de vasectomías y mastectomías, de un puzle psicodélico, y yo sonrío —aunque todavía no bajo del capullo que cuelga del techo—, consigo asirme al último jirón de aquella mujer para entrar en esta: “…bajo ritmo perfectamente fluido, / oscurezco en la lucidez del fracaso / fuera de los hechos, / la lógica se rinde, / mitad hombre, mitad mujer / mitad negra, mitad blanca, / abrevio / al bajar ojos / sin disfraz, sin soberbia, / sobre el samurái / del Teatro japonés / que grita No, no, no / pies juntos / como si quisiera vaciarme / de entrañas…” . Y resulta fácil reconocer en esta segunda parte un ritmo más pausado, no más dócil, sino que ha encontrado su lugar a la mitad de todo y no reconoce la vergüenza como un sentimiento posible, solo se deja vencer en el cuerpo, porque ha colocado su alma en un sitio inaccesible: “…entonces cedo / siempre he cedido / el cuerpo a los cuchillos / cuando repito la palabra “dicha” / dicha la dicha / llego cuerda / al próximo discurso / discurso / discurso / discurso / discursos…”. El juego de palabras pasa directamente a la ironía, a la tristeza, a la soledad y al poder que conceden todas estas cosas a la negra instruida: “…no hay reino imposible / bajo el peso del cielo, / cuando sostengo / la nieve en mi mano / a fuerza / he llegado al rellano, / trato de traspasar la puerta, / cualquier puerta sin temblar…”. Pero a partir de aquí todo tiembla y se desgaja —por si no lo había dicho, ya he bajado del techo, de pronto el capullo maduró y se abrió tan rápido, me echo fuera y se consumió como un final—, la negra instruida trae a Joyce, Van Eyck, Sófocles y Po Li, dice dicha y tibores en el mismo poema, universidad y tufillo y se queda tan tranquila. De pronto regresa el código: los versos cortos, las letras en negritas, la síntesis, la negra vieja renacida de un montón de luz, una luz distinta: “la luz despluma / la cima de este infierno”, vuelven la soledad: “en cualquier momento / la luna se deshace en salitre” y ahora también la vejez: “…me extingo / en la droga del otoño, / bajo manzanos,…”.
Si alguien me imagina ahora acodada en mi escritorio, reclinada en el sillón con el libro delante de los ojos, de nuevo se equivoca, nadie se cuelga del techo y se encierra en un capullo para leer un libro y sale de esa metamorfosis siendo el mismo. “Cuaderno de la vieja negra”, de Margarita García Alonso, me ha dejado un nuevo aspecto interior, unos mundos y unas voces que agradezco profundamente.
[1] Ha publicado los libros: “Sustos de muchacha”, (Ediciones Vigía, 1988), “Cuaderno del Moro”, (Editora Letras Cubanas, 1990). En Editions Hoy no he visto el paraíso: “Maldicionario” (2009), “Mar de la Mancha”(2008), “L’aiguille dans la pomme”(2012), “La costurera de Malasaña” (2010), y “Cuaderno de la herborista”(2011); “Breviario de margaritas” (2012), “Cuaderno de la vieja negra”, y “Zupia” (2016). . Además, los relatos para niños: “Garganta”, y “Señorita No y señora sí” y las novelas: “Amarar”, (también publicada en Ediciones El barco ebrio, 2012.) y “La pasión de la reina era más grande que el cuadro”, 2012. En la categoría Arte: “Isla, el libro imposible”, “Cierta idea de la justicia”, así como el primer libro ilustrado sobre la obra de José Lezama Lima: “Lezamillos habitados”. En el 2013 ve la luz el poemario “El centeno que corta el aire”, editorial Betania, Madrid; y en edición bilingüe, (francés, español) “La aguja en la manzana”, en la Casa parisina L’ échappée belle édition.
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