Poema: Zupia, de Margarita García Alonso
ROMAINE BROOKS. Una, Lady Troubridge, 1924, oil on canvas.
Zupia
Ha
pasado la hora
fatal
del atardecer
escribo,
escribo
y
no ensarto la aguja
desbocada
en
el abismo del ojo
des-boca-da
me
parto los dientes.
Las
palabras afloran,
poco importa
ser
caballo o mendigo
si
piso una tierra
que
no me pertenece
la
tierra miedo,
la
tierra de nadie.
Soy
la que elije
sacrificios
frente
a la puerta
se
acumula la nieve
en
noche intensa.
Si
inclino la cabeza,
si
te enseño a trenzar
desencadeno
temblores
en
la pelvis de Cristo
y
vas a lengüetear
la
piedra calcinada
de
mi rodilla.
Una
tras otra la angustia
suda
mares en mi cabeza,
si
la avellana cae
me
dispersa
en mínimas cuentas,
en
salitre.
Todo
fue hermoso,
todo
es hermoso
desde
el agua
el
aire corta la superficie
se
ajusta a concéntricos
deslizamientos
de moluscos
y
en el fondo yace la piedra,
el corazón cercado por
el
río profundo de la memoria.
Huele
a niño y
no
hay forma que despegue
su
camisa de mis ojos,
llegué
muerta adonde
iba a morir,
estaba sola
tan
sola que podía confesarlo
y tomé su
mano
en
infinitas vibraciones,
se
me han agotado los dedos
de
acariciar su pelo
en todos los vientos.
La
letra vale sangre
en
correos antiguos
pero
al nombrar
te- ti- contigo
asciende
el reflujo gástrico,
se
desmantela el coxis,
mi
hígado se ensancha
de
materias insanas.
Cada
espiral repite
incansablemente
dónde
quedamos
cada
espiral repite:
alma
de perra,
ojos
de perra,
uñas
de perra
arrastrada
en
callejuelas
olisqueé
un
sinfín de coincidencias
con
las que acostaríamos
a
desconocidos.
Todo
es hermoso,
un
pájaro picotea su frente,
el tatuaje se agranda,
queda
el hueco
a
merced de las moscas.
Cada
verano caluroso
la
entrepierna
forma
aspavientos
de
riachuelo,
el
hueso desprendido,
la
fractura nos reúne y
somos
pasto de incienso
frente
a devotas
de
rarísima pureza
que
depositan azucenas,
galanes
de noche,
sobre
un hombre lacerado
si
respiramos
si
nos miramos
el
polvillo cae sobre el haz
de
luz de la matanza
en mi pecho
el
banderín de la masacre
tiñe
de rojo las nubes.
Es
hermoso cómo descienden
las
aves carroñeras,
cómo
desciende
la
mano del mago
a
la capa
poblada de bolsillos.
Hermosa
la
muerte me sopla
este
desaliento
con más fuego que todos los fuegos
de
la creación del mundo
te
veo caer
y
no te sostengo,
caes,
caes, caes
como
baba
en
mi bocaza de perra,
pero
no temo,
me
acostumbré
al
lenguaje que choca
en
mi diente partido,
cada
vez que escapa un tren
de
cualquier estación
una
brizna de paja
en
mi boca
tu
semen en mi boca
me
convierte en simiente
de
cualquier tribu nocturna,
en
la frívola ciudad
escupo
la noche
junto
al camión de la basura.
Cada
amanecer,
pegado
al moho
me
conviertes
en anticoncepto.
Bordo
iniciales
con
el profundo ardor
que
imita la plenitud
iniciales
que envío a Venecia,
de
una isla a otra perdidas.
En
el filo del vaso
la
sangre colapsa
cuando
aseguro
que
es perfecta
la
tranquilidad de las nubes
que
sostienen la tormenta.
Circunciso
la lengua
si
niego o sobrevivo
la
catástrofe.
Me
enfrento a descabellados
planes
amatorios
de
pulgas en bibliotecas,
pero
vale más la droga o la mirra
que
la sentencia
mi amor es la sombra,
el ritmo desenfrenado
que
lleva al trance
lejos
de la melisa que adormece
la
hora fatal once
-nadie
repita once
o
caerá del tercer cielo
la
tinta que grabó
el
brazo de mis antepasados.
Dos
lanzas atraviesan
mis
costillas,
el
pretérito cíclico
tasajea
al planeta
con
hilos de acero
las
familias se arrastran
en
el fango de las fronteras,
los
niños avientan
caballos
de miedo
mientras ululan las sirenas
que
detectan humano
en
el bosque, abedules
de
corteza blanca
reflejan
la dimensión
donde
serán otros.
Todo
es hermoso y queda atrás,
hasta
mi vida.
II
En
mi nombre,
a
partir de este instante
destruirán
cartillas
de racionamiento,
filas
de espera, diplomas,
cualquier identidad
que
limite.
Pronto
partiré,
mi
paso ha sido
una
infinita despedida,
de
brevedad sospechosa
mientras
canto crecen
plantas
del Paraíso en tu frente,
la
fruta del placer
roza
la partícula insumisa
bajo
la borrasca del verano
los
niños saltan
aceras
trazadas con cal
en
el pavimento
ventanas
que conducen
a
corredores salpicados de galaxias.
Cae
la lluvia
al
amanecer, al mediodía, en la tarde
en
todas las plazas depositan
la
patética individualidad
llamada
Ser.
Y
yo en la fuente equivocada,
-la
fuente no es donde caigo,
es
el vientre que devuelve
lo
no digerido-
he
estado lejos
con
un puntero filoso,
reducida
a soplo
mi
único amor se expande
en
una onda atómica
e
irradia a los pájaros
que
detienen su graznar
cuando
meo contra-muros
para
que no se apoderen
de
mi corazón
tapizo
calles,
despierto
húmeda
por
el rocío de alcoholes
de
plantas maceradas
reaparezco
en la yema del dedo
esta
mancha no es la tinta
de
mis absurdos escritos,
es
mi vagina que destila
como
si estuviese de paritorio
la
sofisticada
leucemia
del totalitarismo.
La
vejez en mi cara,
me
han usado
en el experimento humano,
pero
mi caso se ha perdido
en
los archivos de Inteligencia
de
una dictadura
no
puedo regresar a casa
no
puedo regresar a mi madre
que amamanta
a
una paloma helada.
Soy
la ausente
que
fabrica bálsamos
sobre
una pira de libros
mientras
escribo
esto
que lees
protegido
en
el zurrón de mamá
envuelto,
como
cuando eras niño.
Zupia, de Margarita García Alonso
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