Un poema de Manuel Díaz Martínez

Jean Dominique Antony Metzinger (June 24, 1883 - November 3, 1956) 

MANUEL
A ti te llevaron dulcemente de un lado a otro de la vida. 
(La vida era para ti, Manuel, una ciudad 
desnuda y reluciente como una mujer desnuda.) 
A ti te dijeron los más viejos, 
durante aquellos lentos viajes, 
sus torpes palabras de otros tiempos, 
sus erráticas palabras, 
sonoras y sinceras igual que su ignorancia. 
Justo es decir que a ti te concedieron
las gracias que tenían mientras te paseaban 
por las habitaciones de sus accesorias 
y te mostraban sus pobrísimas reliquias, 
su humildad. 
Todo lo de ellos era pobre pero armonioso, 
y llorabas de alegría 
porque tus ojos, 
nuevos, ávidos, ligeros, 
sorprendían una belleza inmensa en esas breves maravillas.
Pero ellos te dejaron, Manuel, nada más que la ternura, 
te dejaron ardiendo solo en tu propio corazón 
en tanto que la gran ciudad
-esa mujer desnuda- 
afilaba sus garras y sus dientes y vomitaba fuego.

Qué desaforadamente ingenua fue toda tu niñez. 
Ganarás el pan con el sudor de tu frente 
-con su ejemplo te decían-, 
pero, durante aquellos lentos viajes, 
nadie te dijo nunca que en ese sudor había lágrimas y sangre. 
Amarás al prójimo como a ti mismo 
-te dijeron-,
pero nadie te enseñó a distinguir al prójimo que se te parecía.

Manuel, la enseñanza que te dieron fue, sin duda, hermosa, 
pero no fue sabia. 
Te querían ciego porque así concebían el amor.

Manuel Díaz Martínez
(De MIENTRAS TRAZA SU CURVA EL PEZ DE FUEGO, 1984)



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